La canciller alemana Angela Merkel reavivó, el sábado pasado, el debate nacional sobre la inmigración, ya instalado vigorosamente en otros países centrales, como Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia.
En un discurso en Postdam, la líder de la conservadora Unión Demócrata Cristiana, dijo que la construcción de una sociedad multicultural en Alemania había «fracasado por completo», que la idea de la simple convivencia pacífica de personas con diferentes raíces culturales no estaba funcionando en Alemania y que se necesitaba un mayor esfuerzo de los propios inmigrantes.
Esto fue interpretado por muchos observadores como un reflejo político de la creciente hostilidad de gran parte del electorado alemán hacia los inmigrantes.
Según un estudio reciente de la Fundación Friedrich Ebert, casi un tercio de los alemanes coincide en que «los extranjeros vienen para abusar del estado benefactor».
¿Endurecimiento oficial?
Las declaraciones de Merkel tuvieron un vigoroso eco internacional, con muchos titulares enfatizando un nuevo endurecimiento oficial ante la inmigración, a pesar de que algunos indicios apuntan en otra dirección.
Casi todas las crónicas destacan la declaración de fracaso del multikulti, como los alemanes conocen al multiculturalismo.
Pero el mensaje de Merkel también tuvo otros matices.
Stephen Evans, corresponsal de la BBC en Berlín, nos dice que «el titular no cubre toda la historia», que «el mensaje es que la integración no ha dado resultado, pero que es necesario que lo dé y que los inmigrantes deben aceptar, en particular, la necesidad de aprender el idioma».
O sea que, en opinión de Evans, otra forma de interpretar el mensaje sería que «es necesario que el multiculturalismo dé resultados».
Se enfatiza lo negativo
Lo cierto es que Merkel prefirió enfatizar la parte negativa, aunque sus palabras disten mucho de las expresiones agresivas de otros funcionarios, que en algunos casos bordean el racismo.
A comienzos de año, uno de los directores del Banco Central de entonces, Thilo Sarrazin, dijo que «un gran número de árabes y turcos no tiene otra función productiva que el comercio de verduras y frutas». Agregó que su presencia se sentía con particular fuerza en las estadísticas de la seguridad social y la delincuencia.
Y hace poco, Horst Seehofer, premier del Estado de Bavaria, pidió en público que se pusiera fin a la inmigración de árabes y turcos, debido a la dificultad de su integración, pasando a favorecer «culturas más similares a la nuestra».
Señales de alarma
Pero lo más alarmante es que la reacción que ahora se hace evidente trasciende las posiciones políticas. Ya no se trata sólo de conservadores reaccionarios o racistas encubiertos, sino que toca a amplios sectores de la población.
La Fundación Friedrich Ebert, por ejemplo, está vinculada con el Partido Social Demócrata opositor.
Tanto su estudio como los de otros investigadores indican que se trata de una importante minoría que se extiende a través de las divisiones partidarias.
Ningún político responsable puede ignorar esta realidad: esa minoría, con una preocupación absorbente, es dinámica y puede determinar cualquier elección.
A la luz de esto, las declaraciones de Merkel hasta parecen equilibradas.
A fin de cuentas, se dice, sólo expresa lo que ya todos saben: que los modelos de integración de los inmigrantes en la sociedad anfitriona están en crisis.
Ya no basta la evidencia de que muchísimos hijos y nietos de inmigrantes estén incorporados plenamente a la vida cultural y económica.
La presión política desdibuja esa realidad y da otro contenido al debate.
Sobre uno de los pasajes del discurso de Merkel, recordando que el presidente del Estado, Christian Wulff, había dicho que el Islam formaba «parte de Alemania», como el cristianismo y el judaísmo, algunos comentaristas se preguntan si con esto no está reforzando la diferencia en vez de la semejanza.
Con el mismo criterio, sería evidente un acomodamiento a las presiones de sus aliados conservadores, que quieren de los inmigrantes mayor esfuerzo para adaptarse a la sociedad, en vez de esperar que el Estado les facilite el camino.
Los centros de inmigrantes, en particular los turcos, lamentan este retroceso del debate a una época que creían superada, en particular la célebre investigación del periodista Günter Wallraff, que en 1985 reveló los alcances de la discriminación laboral y cultural contra los trabajadores turcos.
En Alemania viven alrededor de cuatro millones de turcos o descendientes de turcos. La mitad de ellos tiene ciudadanía alemana. Todos se creyeron protegidos por la multikulti, pero ahora, cuando aumenta el índice de desempleo, les dicen que esa noción «está muerta», en palabras de Seehofer.
En realidad, el debate tiene sus raíces en la ambigüedad oficial alemana ante la inmigración, que, a diferencia de otros países, se negó durante algún tiempo a reconocer que los inmigrantes llegaban para quedarse.
La realidad económica borró esa reticencia de las normas legales, pero de algún modo ha persistido en el ánimo de no pocos alemanes, según se puede constatar en los estudios recientes.
Asimilación vs integración
El debate sobre la inmigración, en casi todos los países, gira alrededor de dos nociones muy diferentes: integración y asimilación.
La mayoría de los inmigrantes se resisten a la «asimilación», o sea identificarse por completo con los nativos. Dicen que así perderían su identidad propia: en otras palabras, «dejaríamos de ser lo que somos».
Prefieren la idea de «integrarse» en la sociedad anfitriona, reteniendo sus características culturales.
Pero la «integración» suele tener matices que reflejan el debate político.
En Francia, por ejemplo, la filosofía del Estado y la política de inmigración suponen (a despecho de los numerosos desmentidos de la realidad) que no hace falta la integración ni el multiculturalismo, ya que «todos son iguales», por aquello de liberté, egalité, fraternité.
En Alemania se adoptó la noción de multikulti, tomando como modelo el multiculturalismo anglosajón, cuyas limitaciones ya asoman con toda claridad.
El problema es que la multikulti supone el desarrollo por separado y la convivencia de sociedades diferentes.
Este equilibrio no es fácil.
Todavía no está en claro si la canciller Merkel coincide con el sector más reaccionario de su partido, o si como dice Stephen Evans, el corresponsal de la BBC, «es un terreno por el que le cuesta transitar».
De lo que no cabe duda es que el tema se está caldeando y que la canciller lo ha colocado en el primer plano del debate nacional.
Fuente: BBC