Messi se está formateando. Abandonó la imagen desconectada que lo acompañó hasta el final de la temporada con Barcelona, pero todavía atraviesa un proceso de reseteo. El chip albiceleste promete estar operativo desde Brasil 2014 Anoche comenzó a graduarse, con desajustes de intensidad y calibración, pero de nuevo activo, comprometido, desentendido de la versión algo fantasmal que había sembrado incertidumbre antes de cruzar el océano Atlántico. Leo está tomando propulsión en su desesperación por codearse con la gloria.
Es cierto que por momentos le costó moverse con comodidad entre los espacios reducidos que le propuso Trinidad y Tobago. Jugó por intervalos y eso es parte de su crecimiento: entendió que algunas jugadas las puede resolver como Pérez o como González, que todas sus intervenciones no requieren el sello del crack. También es verdad que sorprendieron las tres ocasiones de gol que desaprovechó en el primer tiempo. Cuando definió desviado de zurda, tras el desborde por la izquierda y asistencia de Lavezzi; cuando remató por arriba debajo del arco luego de un centro atrás de Palacio, y en el final de la etapa, cuando Di María lo dejó de frente al gol y un relámpago caribeño apareció para cerrar providencialmente cuando Leo ya se relamía. Volvió el titiritero, pero por ahora falló el killer.
La gambeta electrizante reapareció. Con interrupciones, como administrando el tiempo y los riesgos, pero volvió al escenario. Messi eligió los momentos, habitualmente desde posiciones centrales, para lanzarse en indescifrable carrera. Cada vez que lo hizo, las escalonadas marcas de Trinidad y Tobago merodearon el ridículo. O cayeron en la impotencia de las faltas: cinco infracciones recibió Leo y tres provocaron las amonestaciones de Andre Boucaud, Khaleem Hyland y Carlyle Mitchell. La pólvora está intacta, sólo que la administró con discreción. Quizá, la mundialitis que se ha cobrado varias víctimas en los últimos días haya jugado su partido de manera inconsciente. «Veníamos escuchando que se lesionaban jugadores., falta poco y uno quiere estar. Cualquier cosa que pase ahora no deja tiempo para nada. Los riesgos están siempre, pero tampoco podés salir a jugar pensando en cuidarte», confesó.
La magia de la pegada entró en escena en el magnífico tiro libre al palo del arquero, desoyendo la lógica, que devolvió el poste para que Mascherano festejara un gol que provocó cómplices sonrisas entre sus compañeros. «Por suerte, el tiro libre terminó en el gol de Masche., así que me voy tranquilo», bromeó.
Su cuenta de goles en la selección no se movió. Sigue en 37, segundo en la tabla histórica, por ahora muy lejos de los 56 de Batistuta. Pero el mundo está advertido que para Leo no hay imposibles. Seguramente lamentó no regalarles un festejo a los hinchas que, ya desprovistos de la desconfianza de otros tiempos, no dejaron de alentarlo ni un minuto. La última vez que convirtió en Buenos Aires fue el 22 de marzo del año pasado, de penal, en la goleada 3-0 sobre Venezuela, cuando la selección buscaba afirmarse en las eliminatorias. Por cierto, pasó casi un año para volverlo a ver en el Monumental, coliseo que no pisaba desde el 7 de junio de 2013 (0-0 vs. Colombia), y esa noche hubo que conformarse con una pequeña dosis porque sólo ingresó a los 12 minutos del segundo tiempo, por Montillo, ya que Alejandro Sabella prefería dosificar su presencia en la cancha porque la Pulga se reponía de una lesión muscular.
Desentendido de engrosar sus estadísticas, la Pulga se marchó conforme con la producción global: «El amistoso sirve porque ellos se cerraron atrás, que es lo que va a ocurrir en los primeros partidos del Mundial. Manejamos la pelota y controlamos bien los contraataques». Y continuó, siempre con la mirada hacia delante: «Sabemos el grupo que somos, los jugadores que tenemos y nos vamos con ilusión. Queda un partido en La Plata e intentaremos hacer lo mismo: jugar, ganar y agarrar confianza para lo que vendrá».
Esta vez completó los 90 minutos. De punta a punta. De la mitad de la cancha hacia delante, fue el único que esquivó el carrusel de modificaciones que, lógicamente, terminó por desnaturalizar un encuentro con aroma a práctica. Es más, concluyó como la única referencia ofensiva del conjunto de Sabella, una imagen impensada en el equipo que lleva como un sello la marca de Los Cuatro Fantásticos. Antes de jugar lo reverenciaron los rivales, que también se atropellaron para pedirle la camiseta en el final. Durante, la gente lo arropó con sucesivas ovaciones. Su pacto con el público sumó otro eslabón. El imán y la atracción están a salvo. La polémica hace tiempo que pasó al olvido.
Cada vez que tocó la pelota, nació el murmullo. Pero ahora aprobador, de admiración. Ya no hay miradas con desdén. «Olé, olé, olé, olé, Messí, Messí».!!, así, con la í acentuada. Varias veces el público le regaló su ofrenda, confiado en que la devolución llegará en Brasil. Se trató de su victoria número 50 en la selección, apenas un dato. Lo que no pasa por alto es la rebeldía con la que anoche empezó a demostrar que se está reconfigurando. Desabastecido, incomprendido, parecía maniatado hace exactamente cuatro años. Triste, a días del Mundial de Sudáfrica. Ahora es el capitán de otra ilusión. Su ilusión. Y se lo ve sonreír.
Fuente: Cancha Llena