El premio Rodolfo Walsh a Hugo Chávez por la Comunicación Popular dado por la Facultad de Periodismo de La Plata, dejó en claro la capacidad de construcción y destrucción política del kirchnerismo. Por qué el oficialismo sigue insistiendo con fórmulas gastadas y de la vieja política para sumar más y más poder, y el cansancio de la gente hacia estas prácticas que vuelven a la ciudadanía aún más en contra de la política.
Siempre se ha dicho que la clase política está muy alejada de los intereses esenciales de la población, ignorando cuáles son sus problemas reales. Esta máxima popular parece más que palpable con los hechos que están sucediendo últimamente en nuestro país, cuando desde el poder político se desoye los pedidos de la gente para que haya una verdadera renovación en la misma y se atienda los problemas más urgentes sin entrar en la politiquería barata, y los políticos parecen mirar para otro lado.
Esta sordera gubernamental, se da sin que a nadie se ponga colorado o se le caiga la cara de vergüenza, y se hace con un total desparpajo para el enojo e un gran sector de la población que está terriblemente harto de estas prácticas. El kirchnerismo había asumido el poder allá por el 2003 con el estandarte de representar a lo nuevo en la política, que rompía con el pasado e iba a instalar una nueva forma de comunicarse con la gente, estrategia que evidentemente fracasó o directamente nunca se llevó adelante.
En estos días, hemos asistido incrédulo a cómo por iniciativa del oficialismo, se distinguió al presidente de las República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, con el premio Rodolfo Walsh por la Comunicación Popular, en un nuevo hecho que suena más a una burla y tomada de pelo a la defensa de la libertad de expresión, que a la tan mentada renovación política esgrimida desde lo más alto del poder nacional.
Pero esta situación se torna aún más increíble cuando se cae en la cuenta que es la propia facultad que debe formar a los próximos comunicadores sociales la que le entrega un premio a un presidente acusado de cerrar cientos de medios considerados “opositores” en Venezuela, así como también de impulsar persecuciones a los periodistas que considera “rivales” y “enemigos” a su régimen. Una de las tantas incoherencias en las que suele entrar la clase dirigente nacional, que no sabe donde está parada y que apela a actos demagógicos para ganar adeptos de cara a las próximas elecciones.
Una de las máximas K para defender la premiación al líder bolivariano, es justamente –aunque parezca loco y contradictorio en sí mismo-, la defensa de la libertad de expresión, olvidando que Venezuela es un país donde la censura está a flor de piel, y donde cientos de periodistas son acallados o directamente encarcelados por contar una realidad que no le gusta a Chávez, y donde la libertad de prensa y pensamiento está acotado a un grupúsculo minúsculo de adláteres del líder caribeño.
Este galardón a Chávez por parte de quienes deberían ser los comunicadores sociales de la Argentina del futuro, es un enorme contrasentido más que se suma a la enorme cantidad que se vienen dando en el seno del oficialismo en las últimas semanas. El pedido de acallar la voz de Mario Vargas Llosa en la Feria del Libro, así como también la solicitud de una “Cristina eterna” por parte de los sectores ultra K, no hacen más que seguir poniendo trabas a la consolidación de la democracia en nuestro país.
El nuevo veranito económico que vive la Argentina nuevamente en base al precio de las commodities, ha vuelto a renacer el viejo sueño K de eternizarse en el poder, mostrando la peor fachada del poder oficial, que es hacer caso omiso a los problemas reales de la población, y sumergirse en las mezquindades políticas que tanto daño le hacen a la Argentina.
Estas actitudes oficiales no hacen más que mostrar la cara más oscura del kirchnerismo, que por un lado habla de la renovación política, y por el otro arregla políticamente con Carlos Menem en La Rioja; o así también cuando sostiene que el principal concepto para un país en crecimiento es la libertad de pensamiento de las personas, y por el otro avala los cortes y bloqueos a los diarios Clarín y La Nación, o entrega un premio a Hugo Chávez por la Comunicación Popular.
Pero si hay algo claro que ha dejado todo este tema del galardón al líder bolivariano, es la capacidad de autodestrucción que sigue mostrando día a día el kirchnerismo, aumentando su apuesta política de jugar “a todo o nada”, que lo sumergió muchas veces en el ocaso político, como se pudo ver en reiteradas ocasiones, como fue en el caso del tema de la Resolución 125 y las elecciones legislativas de junio del 2009, donde resultó perdedor.
En lugar de aprovechar el nuevo veranito económico que vive el país, con un gran viento de cola internacional en el precio de las commodities que incide en un alto nivel de actividad económica a nivel local; así como también los números favorables que muestran las encuestas con respecto a las elecciones de octubre; la administración nacional insiste en tildar a toda la clase dirigente y la sociedad en divisiones de “amigos-enemigos”, lo que llevó a que la Argentina se sumergiera en luchas que no tienen sentido y que la segmentación de la población entre buenos y malos, volviera a imponer fuertes condicionamientos entre los argentinos, hartos de divisiones.
En vez de beneficiarse de indicadores favorables para su proyecto político y de sumar adherentes al ver una oposición completamente perdida ante el nuevo escenario de crecimiento en la relación entre la Jefa de Estado y la sociedad, el oficialismo insiste en su actitud obstinada y obcecada de querer avasallar a quien piensa en forma diferente a él. Si continúa en su testarudez de ver a sus rivales políticos como enemigos a los que no hay que parar de vituperarlos hasta “ponerlo de rodillas”, y se enfrasca en una confrontación a “todo o nada”, los únicos perjudicados serán los argentinos de a pié que sólo quieren que se trabaje para buscar consensos y de esa manera poder sacar al país adelante y no se siga hundiendo cada día que pasa un poquito más.
Estos actos por parte de la clase política argentina, no hacen más que seguir desgastando a los políticos ante la sociedad, que se encuentra totalmente harta de estas acciones, propias de la vieja política y nada que ver con lo que la sociedad le está demandando a sus dirigentes. Si los políticos le siguen dando la espalda a la sociedad, no harán más que fomentar el voto bronca, tan expresado en las elecciones del 2001, cuando fue muy común encontrar en los sobres que salían de las urnas, fotos de Clemente, fetas de fiambre y distintos tipos de elementos, que no hacían más que representar la bronca de la población al no sentirse identificada por ninguna de las opciones políticas que se ponía a su disposición.
Esto también marca un llamado de atención muy grande para la oposición argentina, que se queda sentada sin hacer nada, mientras el sentimiento de rechazo hacia la clase política no deja de crecer en la población. Si los dirigentes opositores no se dan cuenta de esta situación, será muy plausible un triunfo de parte del oficialismo en las elecciones de octubre, ya que la abstención, los votos nulos y los votos en blanco, pueden llegar a niveles del año 2001, sobre todo por la bronca de la gente hacia esta manera de hacer política que representan tanto desde el oficialismo como de vastos sectores de la oposición, que no han sabido gestar una alternativa opositora seria al kirchnerismo.
Una sociedad apática a la política, más que una sociedad que va en crecimiento, es una comunidad que va en franco descenso, sin que con eso se logre armonizar a la población en busca de un futuro mejor para la misma. Es cuestión de la clase política el intentar que estos sectores que están totalmente indiferentes a la política, vuelvan a creer en ella y se vuelvan a involucrar de lleno en las decisiones importantes que conciernen al porvenir del país.
Cambiar la política y los dirigentes que la llevan adelante, es cuestión de todos y no de un pequeño grupo selecto. Sin la participación ciudadana para tratar de sacar de sus funciones a aquellos que hacen las cosas mal y poner en su lugar a aquellos que tienen ideas y decisión para llevarlas adelante, será muy difícil que la Argentina tenga un vestigio de futuro alentador.
Por el bien del país y de la incipiente democracia que vivimos y que tanto logró conseguir, es imprescindible la participación de todos los ciudadanos en las decisiones del país, criticando lo que se cree que se está mal, pero a la vez proponiendo nuevas maneras de salir de el atolladero en el que la Argentina se encuentra inmersa desde hace años. Una clase política trabajando codo a codo con los ciudadanos, y con la población creyendo en lo que hacen sus dirigentes, es lo que hará de nuestro país una nación mejor y con gran visión de futuro. Ojalá que en el corto plazo se pueda llegar a esta situación, que por el momento parece utópica, pero las esperanzas en un país mejor nunca se pierden.
Fuente: www.agenciacna.com