Cambian los ministros, pero hay una tradición que sigue en pie: la búsqueda de traspasarle a los demás la corrección por las distorsiones en la economía. Desde los servicios públicos hasta el endeudamiento externo, el Ejecutivo busca ajustar cuentas sin salirse del «relato»
«Que parezca un accidente» es una de las frases clásicas en las películas de gángsters, e implica toda una definición del management estratégico: en determinadas actividades a veces no queda más remedio que hacer una «tarea sucia», que no puede exhibirse públicamente.
Y, en esos casos, conviene que un tercero lleve a cabo ese «trabajo» o que al menos, si no es posible encomendárselo a otra persona, parezca que ocurrió de forma casual.
Puede parecer una conducta cruel, pero forma parte de la naturaleza humana. A fin de cuentas, a quién no le gustaría poder hacer sólo acciones buenas y transmitir noticias agradables, mientras le «terceriza» las tareas desagradables a otra persona.
Y, por cierto, es una actitud que en el ámbito político tiene larga tradición. Haciendo una aplicación práctica de las ideas de Maquiavelo, muchos gobiernos han buscado la forma de beneficiarse de una situación sin pagar el costo político asociado.
Algo de esto se está viendo con claridad en estos días, cuando la administración K alienta, por ejemplo, que YPF tome deuda en dólares -que luego liquidará al tipo de cambio oficial-, o cuando fuerza a gobiernos provinciales a emitir bonos y colocarlos en el exterior.
Son todas formas indirectas de procurar los dólares escasos.
También un ejemplo claro al respecto es la negociación con los «fondos buitre». El redituable discurso de Cristina Kirchner afirma que nunca se dialogará con ellos, pero la realidad indica otra cosa: se está avanzando por ese camino, sólo que la tarea recayó en manos de otros fondos de inversión que ya habían entrado al canje.
Específicamente, de Gramercy y Fintech, este último ahora notorio debido a su participación protagónica en la aplicación de la ley de medios -como accionista de Cablevisión- y por su compra de las acciones italianas en Telecom.
Así describe el analista Jorge Asís a David Martínez, el director de Fintech, que está protagonizando un acercamiento con el Gobierno: «Un buitre vegetariano. Amigo de la casa. El buitre que ayuda con su interesada solidaridad a destrabar el dilema de los llamados hold-outs».
Lo que estos inversores están proponiendo es poner dinero para pagarles un «premio» a los litigantes, de manera que estos desistan de su actitud en los tribunales estadounidenses.
En ese escenario, creen, bajaría el riesgo país, por lo que subiría la cotización de los bonos que ellos tienen en cartera y, de esa forma, compensaría el dinero cedido a los «buitres».
Mientras tanto, el ex ministro Hernán Lorenzino -ahora a cargo full time del tema deuda- supervisa la negociación sin asumir el protagonismo.
Lo que se dice, una solución win-win-win: unos cobran lo que reclamaban, otros se benefician por una revalorización de los títulos que tienen en cartera… y el Gobierno argentino se saca una pesada mochila de encima, sin alterar su discurso «progre».
Un clásico: el ajuste fiscal indirecto
No es, por cierto, el primer caso en el que se busca tercerizar una tarea desagradable.
De hecho, hay otro ámbito en el cual el kirchnerismo ha hecho uso intensivo de esta estrategia. Y todo indica que la seguirá aplicando en los dos años venideros.
Se trata del ajuste fiscal indirecto.
Como en el diccionario kirchnerista las palabras «ajuste» y «recorte» son insultantes y se asimilan a las gestiones neoliberales, la solución a la que se echa mano es al «apriete financiero» a las provincias. En especial, aquellas con las cuales no hay una buena sintonía política.
De esta manera, en los años complicados para las finanzas públicas, como el que corre, la Presidenta puede jactarse de que este Gobierno nunca ha creado un nuevo impuesto, a pesar de que -al mismo tiempo- la presión tributaria llegue a niveles récords, en torno al 46% del PBI.
Claro que, en simultáneo, quienes debieron afilar los colmillos recaudatorios y hacer la «tarea sucia» fueron las provincias. El ejemplo clásico es Buenos Aires, que recibe por coparticipación apenas el 21% de la recaudación, a pesar de contar con casi el 40% de la población.
La situación se ve más claramente cuando se analiza cómo se reparte el dinero sobre el cual el Gobierno hace uso discrecional:
• En 2010, Hacienda le giró a la provincia $14.000 millones.
• En 2012 (cuando Scioli «blanqueó» sus aspiraciones presidenciales) la cuota bajó a $3.600 millones.
• En el medio hubo inflación, de manera que en términos reales la caída en la asistencia financiera fue superior al 80%.
«El incesante recorte de las transferencias nacionales ha obligado a la provincia a encarar un fenomenal esfuerzo para procurarse recursos por su cuenta. No es casual entonces que la presión impositiva en la provincia se haya tornado insoportable», afirma el economista Federico Muñoz.
Situaciones similares han ocurrido en otras provincias con las cuales el Gobierno ha tenido encontronazos políticos, tales como Córdoba, que está en litigio judicial con la Nación por los recursos para el pago de jubilaciones.
En varios casos, la tercerización ha llegado a los servicios públicos. Como el propio Jorge Capitanich lo dejo claro en estos días, «un chaqueño paga la luz eléctrica mucho más cara que un habitante de la Ciudad de Buenos Aires».
Fue, por cierto, un proceso que se acumuló a lo largo de esta década.
En otros casos, la «tercerización del ajuste» se hizo de golpe, como lo demuestra el conflictivo traspaso del subte al gobierno de la Ciudad.
La administración de Mauricio Macri dispuso un fuerte aumento en el boleto, que aun así no llega a «sincerar» el verdadero costo de mantenimiento del servicio.
Desde el punto de vista político, para el kirchnerismo esta es la situación ideal: se saca de encima un potencial costo político en un servicio problemático y con déficit de inversión y, de paso, aprovecha para criticar la vocación de Macri por el ajuste.
La forma perfecta de salir a pedir dólares
Pero si de tercerizar se trata, tal vez el máximo logro del «relato» sea el de la búsqueda de dólares en el exterior sin tener que infringir uno de sus temas tabú: el desendeudamiento logrado en la década K.
Lo cierto es que, ya sea por genuina convicción política o por imposición de las circunstancias, el costo del crédito para la Argentina hace que sea inviable pedir dinero prestado en el mercado de capitales.
Y, mientras las reservas caen aceleradamente, en el equipo económico se agudiza la creatividad para que los dólares del exterior sean aportados por otros.
La forma más explícita de tercerizar el endeudamiento externo apunta al candidato preferido del Gobierno: las grandes cerealeras exportadoras, a quienes se les prohibió tomar crédito en el mercado local.
Esto las obliga, para prefinanciar sus exportaciones, a pedir dólares a sus casas matrices o a bancos del exterior, y luego vendérselos al Banco Central al tipo de cambio oficial.
Es una manera indirecta de atenuar el impacto en las reservas. Y el costo financiero corre por cuenta de las empresas exportadoras. En los días siguientes a esta nueva disposición, las cerealeras incrementaron un 80% su nivel de liquidación de divisas, con lo cual aportaron casi u$s600 millones a las arcas del Central.
Con la llegada del nuevo equipo económico a cargo de Axel Kicillof, se analiza la reedición del viejo «bono patriótico», por el cual los exportadores adelantan dólares al Estado, que les da a cambio una letra a rescatar en seis meses. Es una forma de pasar un momento estacionalmente complicado, ya que durante el verano casi no hay liquidaciones de dólares por exportaciones agrícolas.
Por esta medida, se aspira a «tercerizar» la recaudación de u$s2.000 millones para recomponer la castigada caja del Banco Central.
La nueva agenda de tercerizaciones
La agenda de Jorge Capitanich y los nuevos funcionarios cuenta también con varias «tercerizaciones» a ser aplicadas en el futuro inmediato.
La más evidente es el combate a la inflación. Se buscará -no por primera vez, ciertamente- detener la escalada de precios por la vía de afinar la rentabilidad de las empresas que participan en la cadena productiva.
Se trata de algo que los economistas suelen criticar porque implica una confusión conceptual. «Esto, propio de la política argentina, surge de no entender la diferencia entre ´niveles de precios´ y ´tasas de inflación´, afirma el analista Enrique Szewach.
Y, como la mayoría de sus colegas, anticipa que lo que viene es una intensificación de los controles antes que un freno al financiamiento del déficit fiscal a través de «la maquinita» de imprimir pesos.
«El Gobierno intentará lograr precios ‘razonables’, controlando la tasa de rentabilidad para mediar en la puja distributiva», pronostica Szewach.
Pero éste no es el único tipo de «ajuste tercerizado» que se está promoviendo en estos días. Hay otros vinculados al consumo, en especial al de bienes y servicios dolarizados, que le ocasionan fuertes dolores de cabeza al Banco Central.
Los funcionarios llegaron a la conclusión de que no solamente el dólar barato es lo que impulsa a los argentinos a viajar al exterior y a comprar «gangas» por Internet.
Lo que permite esa situación, creen, es la existencia de crédito en cuotas -una financiación, además, que permite saldar en pesos las deudas en dólares-.
El negocio de pagar a $6 lo que el mercado dice que vale $10 es tan bueno que ni con un cargo del 20% logra disuadirse. Por eso, se impulsó la iniciativa de generalizar la obligación de pagar completamente la deuda en pesos antes de poder pagar el saldo dolarizado en los resúmenes mensuales de la tarjeta.
Además, en charlas con funcionarios, los ejecutivos de los bancos comenzaron a notar preocupación del Gobierno por la existencia de planes promocionales que permiten pagar en varias cuotas los paquetes turísticos.
No siempre la política de tercerizar malas noticias sale bien. Hay varios ejemplos de ello en la era kirchnerista, aunque tal vez el más notable sea el del colapso del sistema ferroviario.
De todas formas, el atractivo de esta estrategia se presenta como irresistible. Tanto, que refuerza su vigencia con cada cambio de gabinete. Todo sea por «el relato».
Fuente: iProfesional