Por: Federico Mayol fmayol@infobae.com
Envalentonado por el crecimiento en las encuestas, el jefe de gobierno porteño está convencido por primera vez que será el próximo presidente. Sin embargo, piensa en un plan B que consiste en radicarse en el exterior por dos años y dar clases en una universidad
Al menos en privado, Mauricio Macri es el más sincero de los precandidatos presidenciales.
Por primera vez, el jefe de Gobierno porteño está convencido de que puede ser presidente. Hasta su pequeña hija lo sorprendió en los últimos días en la intimidad de su departamento del barrio porteño de Palermo. «Mauricio Macri presidente», gritó Antonia entre inocentes risotadas. Divertida, a su padre le dijo que lo había escuchado por ahí.
Diferente es la psicología de Juliana Awada, su bella esposa, que también se convenció de que la posibilidad de que su marido suceda a Cristina Kirchner podría estar a la vuelta de la esquina. Ya hacía dos años que Macri había tenido la primera señal de alerta por parte de la empresaria textil. En el vestidor de la habitación principal del departamento de avenida Libertador, mientras se cambiaban una mañana bien temprano, Awada le confesó que su crecimiento político le aterrorizaba. Menos tiempo para la familia, concluyó. Diferencias entre la razón y el corazón. Se lo volvió a repetir en estas últimas semanas: ahora que algunas encuestas lo dan en la cima, a Awada le da pavor que su esposo se transforme en presidente.
La explicación es sencilla. A diferencia, por ejemplo, de Karina Rabolini o Malena Galmarini, otras de las dos mujeres con chances de convertirse en primeras damas, la mujer de Macri le rehúye a la política. La evita. En público, de hecho, apenas se le conoce la voz. Rabolini, en cambio, acompaña full time a Daniel Scioli y recorre el país en su nombre. Galmarini, por caso, incluso empezó a hacer política mucho antes que Sergio Massa.
POR PRIMERA VEZ, MACRI ESTÁ CONVENCIDO DE QUE PUEDE SER PRESIDENTE.
Pero si Awada es la menos política de las mujeres en pugna por la sucesión presidencial es porque el líder del PRO también es el más relajado de los posibles reemplazantes de Cristina. «No se me va la vida en esto. Si la gente no elige el cambio, me iré a vivir unos años afuera. Tengo una lista de pendientes con cosas que tengo pensado hacer cuando deje la política», razona Macri, según sus allegados más íntimos. «Cuando deje la política». Solo esas cuatro palabras reflejan la principal diferencia entre el jefe de Gobierno porteño y sus adversarios: en algún momento, tal vez no tan lejano, se imagina fuera de la política. A Scioli, Massa, Florencio Randazzo, Sergio Urribarri o Ernesto Sanz le dan nauseas de solo pensarlo. Néstor Kirchner murió por la política. A Cristina le flaqueó la salud.
El jefe de Gobierno porteño, en cambio, hasta tiene pensado donde se radicaría en caso de que en diciembre no sea él quien se calce la banda presidencial. Estados Unidos o Italia son los dos destinos que más lo tientan. «Un par de años fuera del país para abstraerse de la realidad, a estudiar y a dar clases en la universidad», explica entre sus amigos. El caso de Macri es sorprendente. Según múltiples sondeos lidera las encuestas y desde el peronismo ahora sí lo toman en serio, pero aun así el líder del PRO ya se ideó un plan B por si en vez de la Casa Rosada su destino después de las elecciones es la nada.
Mientras tanto, la víspera de las presidenciales de octubre lo encuentra a Macri mucho más maduro que otros años. Pragmático, mucho más despojado, por ejemplo, de prejuicios sobre el peronismo, y menos rodeado de globos de colores. Solo la cruel interna entre Horacio Rodríguez Larreta y Gabriela Michetti se presentó como un sorpresivo escollo en su campaña presidencial, después de que el jefe de Gobierno subestimara las aspiraciones porteñas de la senadora. Él mismo se encargó de enrostrarle a su ex vicejefa que la gestión no era para ella. Michetti desoyó y desafió a toda la cúpula macrista, y puso en jaque a la conducción. Macri está tan desilusionado con la senadora como esperanzado con un triunfo de su jefe de Gabinete que apuntale su carrera presidencial.
A pesar de eso, ya resolvió que no se va a mostrar en ningún spot de campaña con ninguno de los dos candidatos. Por las dudas: aunque ya explicitó su preferencia por el jefe de Gabinete. Habla de dos porque espera que Cristian Ritondo decline su postulación en los próximos días. La candidatura del vicepresidente primero de la Legislatura local no solo complica en menor medida la posición de Rodríguez Larreta. También mortifica a los cerebros financieros. Con Ritondo en el ring, los más de 3 millones de pesos destinados por la Justicia Electoral para el PRO para las PASO deben dividirse en tres. Sin él, la torta se reparte entre dos.
EL JEFE DE GOBIERNO PORTEÑO ESTÁ TAN DESILUSIONADO CON GABRIELA MICHETTI COMO ESPERANZADO EN UN TRIUNFO DE HORACIO RODRÍGUEZ LARRETA
Macri y su entorno están tan pendientes de su sucesión como de la interna de UNEN entre Graciela Ocaña y Martín Lousteau. Lo va a negar hasta el hartazgo, pero el jefe de Gobierno porteño le ofrendó al economista una oficina estatal en una eventual Presidencia propia. Fogonea la disputa entre Ocaña y Lousteau para que también atraiga a parte del electorado. La respuesta está en los números: aseguran que una tajada de los votantes de Michetti emigrarían hacía la interna de UNEN.
Pero mucho más allá de la puja de la ciudad de Buenos Aires, y de la resolución de la Convención Nacional de la UCR, la mirada de Macri está centrada en el escenario nacional, especialmente en las figuras de Scioli y Massa.
Al primero lo respeta, y le teme. Al segundo lo tilda de «mentiroso». Al gobernador bonaerense lo reconoce como un caso atípico: nada lo daña. Del ex intendente de Tigre, sin embargo, dice que se embarcó en un leve pero irreversible descenso en los números. Por lo menos eso le confía su gurú ecuatoriano, Jaime Durán Barba.
Por las dudas, Macri mira de reojo. Está al tanto de las versiones que dan cuenta de una eventual ruptura de Scioli con el Frente para la Victoria, una dulce melodía para sus oídos. El líder del PRO jugaría hasta lo que no tiene por competir frente a frente con Randazzo. Lo único que le preocupa –en realidad los que más temen son los estrategas electorales del macrismo- es la posibilidad, hoy remota, de un Scioli liberado que lleve en su boleta en la provincia de Buenos Aires a un Massa candidato a gobernador. Por ahora, puras conjeturas.
Frente a la chance seria, por primera vez, de ser presidente, Macri mantiene la calma. Se debate entre la Rosada o nada, entre la presión de los números y el pavor familiar. Por si fuera poco, a mediados de semana se sumergió de urgencia en uno de los resonadores del Hospital Fernández. El durísimo apretón de manos de un chacarero le reavivó un fuerte dolor en su mano derecha, que arrastraba desde fines del año pasado. Salió del hospital con una férula que lo obliga a estar mucho más atento que de costumbre.
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