
Las consecuencias psicológicas de las tragedias repetidas – CABA 20140208.
“Un incendio destruye un depósito en Barracas: 9 muertos. Los compañeros y familia lloran a sus seres queridos”.
La noticia, es esa, pero: ¿qué hay detrás de esto, aparte de los costos materiales y humanos evidentes? Mientras escribo esto la realidad no da descanso y en un, accidente, tragedia etc. etc., un micro circula a contramano, a toda velocidad y mueren 17 personas.
Desde hace unos años nos hemos acostumbrado a tener varios episodios trágicos anuales y ya forman parte de un estado social que creemos inevitable. La progresión de los mismos, a su vez crece de manera alarmante.
En todos estos casos vemos los costos materiales evidentes, pero si bien se mencionan no aparecen en su real magnitud, los más importantes, los costos humanos que trascienden a las víctimas fatales, y son los sobrevivientes de estas tragedias.
En estos días volvemos a sobresaltarnos por un fenómeno que en ya en la búsqueda de tipificación indica la conmoción que causa el mismo. Las palabras accidente, desastre, tragedia, estrago, drama, se suceden en los medios y en la mente de los que observan, sin saber, finalmente, de que se trata realmente, poder darle un nombre.
Esta dificultad traduce la esencia del problema y es ante lo inesperado, que supera las barreras de comprensión, que no puede clasificarlo claramente. Particularmente el no poder hacer eso es entre otras cosas lo que demuestra el aspecto traumático. Lo excepcional pasa a ser la norma e impide el necesario proceso adaptativo.
En los procesos traumáticos se encuentra este factor, el no poder dar una respuesta válida, y así poder ponerlo en algún lugar de la mente que permita elaborar una estrategia de protección. Esa incomprensión impide dar con el esquema mental que permitiría darle una respuesta adecuada.
La palabra trauma viene del griego significando herida, interesantemente su raíz más antigua viene de triturar, cortar en pedazos, deshacer algo. A diferencia del estrés, esto es algo que rompe, que hiere, no que irrita, inflama, por así decirlo, sino que producirá un efecto que aún pequeño o grande, dejará una marca indeleble.
En las clasificaciones de la psiquiatría existen básicamente dos cuadros que ya de por sí llevan a la confusión, el trauma agudo y el estrés postraumático, a los cuales se le suma en particular el trastorno adaptativo1. En quienes los padecen se reactiva un circuito de la memoria traumática, que, y esta es la herida mayor, no puede dejar de repetir, que lo paraliza en ese instante constante de dolor, y como decíamos antes lo deja sin respuestas, sin palabras. Solo el sufrimiento sin nombre.
Hace más de 15/20 años cuando empezábamos a trabajar sobre el tema las referencias eran las guerras lejanas todas, la Segunda guerra mundial, la de Vietnam, y en una similitud con el fenómeno de las drogas, era algo que “pasaba (mayormente) afuera”.
La realidad en nuestro medio hizo, y aquí el paralelismo con el tema de las adicciones, que nos comenzáramos a transformar progresivamente en especialistas de primera mano.
El proceso militar, la guerra de Malvinas, AMIA, Embajada, Río Tercero, Cromañón, Keivis, inundaciones Santa Fe, Once1, Once2, violencia urbana, accidentes (‘) viales… ahora Barracas. La lista es interminable.
En todos los casos sin embargo hay víctimas, pero la característica es que a diferencia de otras situaciones en medicina esto deja no solo a víctimas directas, es decir quienes habían padecido el fenómeno, sino a las secundarias, quienes sin ser víctimas directas habían sufrido las consecuencias del mismo. Aquí se acumulan familiares, amigos, personal de salvataje, policías, bomberos, médicos enfermeros, periodistas,…es decir una lista interminable de quienes habían visto, padecido, escuchado los gritos, sonidos, olores, del horror, de lo que decíamos la mente no podían clasificar y por ende adaptarse, y por eso no había sufrido un golpe sino una herida que le dejaría huellas.
En esta población hay ex soldados de hace 30 años que aún hoy presentan su vida y en algunos casos las de sus familias, detenidas, por no poder superar un episodio que los desbordó y por el cual no fueron debidamente contenidos, a personal de seguridad o bomberos, hasta los familiares de alguien que hacia un trayecto diario en el tren.
Los síntomas son varios, pero el central es que una parte de la vida queda definitivamente detenida en ese episodio, que vuelve una y otra vez, cíclicamente, en la búsqueda desesperada de respuesta, de explicación y de sentido.
Esta mente que no puede parar de recordar, evidentemente ocasiona desde síntomas de ansiedad crónicos, a insomnio, pesadillas recurrentes, sentimientos de culpa, cambios de humor, etc. y con el tiempo problemas crónicos como la depresión, la falta de empuje vital, el desgano, la incapacidad de proyectarse, el pensamiento rumiante buscando respuestas, y si, en muchos casos el consumo de alcohol, psicofármacos y/o substancias en una búsqueda de “apagar” ese ruido en la mente. En algunos casos menos afortunados la salida ha sido el suicidio.
La mente está detenida en un movimiento frenético de búsqueda de reparación, imposible, de lo sucedido. Los intentos de recuperar el pasado, “si no hubiese ido”, “si en lugar de haber hecho esto hubiese hecho lo otro”, las culpabilizaciones, las recriminaciones hacia los demás, el medio, hacia sí mismo son constantes. Pero lamentablemente no se puede resolver algo que ya ha sucedido. Lo que los hunde más en la desesperanza.
Pero estos episodios, desastres, tragedias o como lo llamemos, tienen unas víctimas hasta hace algunos años insospechadas, y son los que sin contacto directo, si padecen síntomas de esta patología traumática, y son todos los que viven en ese estado de alerta, de miedo permanente, quienes vemos la tragedia cotidiana y nos preguntamos si no será mañana, hoy, nuestro día.
Este fenómeno se da en sociedades en las cuales lo trágico ha dejado de ser extraordinario y pasa a ser parte de lo cotidiano y al mismo tiempo no ha logrado una estrategia que proteja o explique.
En zonas de sismo en la costa del pacífico en Estados Unidos, saben que en cualquier momento pueden repetirse movimientos telúricos y las respuestas psicológicas traumáticas, a los mismos quedan por esta preparación, por esta auto explicación por así decirlo, minimizadas.
Las consultas sea en el terreno de lo clínico, o en el médico legal ante los reclamos civiles particularmente son cada vez mayores. Sorprendentemente sin embargo no se logra entender que es lo que les pasa realmente a esas víctimas secundarias, y se tiende a banalizar su dolor.
Como es la vida de todos los días, de la madre de un hijo que iba a buscar trabajo y falleció en un choque de trenes, o de la esposa de un bombero que fue a apagar aparentemente un incendio del cual encima no sabe si fue doloso, cómo es el día después, y el siguiente y el otro, ¿alguien lo puede entender? ¿Hay alguna forma de resarcir a esas víctimas? ¿Quiénes se responsabiliza de los costos?
La respuesta a todo esto ya la conocemos y es lo que transforma esas heridas (psíquicas) en heridas infectadas crónicamente que no logran cicatrizar nunca, ya no solo dejaran la cicatriz sino que la misma no puede ni cerrar.
Ese costo humano se prolonga por generaciones, y quizás no estamos haciendo bien las cuentas sobre cuánto y cómo vamos a pagar nosotros y nuestros hijos, y nietos de seguir viviendo de esta manera.
Quizás vislumbremos algo en el auge alarmante, de la violencia, consumo de substancias, psicofármacos y demás situaciones que se nos han vuelto naturales.
La Argentina desde hace unos años convive con la tragedia cotidiana y la misma no parece tener ya una explicación, aún menos una esperanza de respuesta o defensa. Lamentablemente al igual que otras sociedades del mundo, la tragedia parece ser parte de nuestras vidas. Solo aparece como posible estar a la espera de la siguiente.
Mientras tanto las víctimas se siguen acumulando.
Enrique De Rosa Alabaster/informadorpublico.com