
La ex mandataria y gran favorita Michelle Bachelet define su regreso al gobierno con la candidata oficialista Evelyn Matthei; la ganadora enfrentará delicados desafíos económicos, sociales y diplomáticos.
SANTIAGO, CHILE.- Más allá de lo que ocurra en el ballottage de hoy entre la más que favorita Michelle Bachelet y la aguerrida candidata oficialista Evelyn Matthei, hay algo que no cambiará: la próxima mandataria chilena deberá hacer frente a un incierto panorama durante sus primeros años de administración, amenazados por la desaceleración económica, inminentes disputas limítrofes y promesas de campaña quizá demasiado ambiciosas.
Ya el Banco Central chileno proyectó a comienzos de mes un crecimiento de entre 3,75 y 4,75% para 2014, muy por debajo del 5,4% que lleva como promedio el gobierno de Sebastián Piñera, que también supera la media regional.
Como país dependiente de la exportación de cobre, su principal recurso natural, Chile tampoco ve con buenos ojos la desaceleración de China (7,7% para 2014, según el Banco Mundial) y la incipiente recuperación de la Unión Europea, lo que se traduce en una tendencia a la baja para el próximo año, acompañada de un modesto precio de la libra de este mineral, apenas por encima de los tres dólares.
No es todo. En el caso de que gane Bachelet, la ex presidenta también deberá hacer frente a las eventuales consecuencias que podrían traer su profunda reforma tributaria (20 al 25% para grandes empresas) y la polémica eliminación del fondo de utilidades tributables, ambas consideradas clave para el financiamiento de una ampliamente reclamada reforma educacional que permita la gratuidad universal de calidad.
En el ámbito internacional, 2014 se vislumbra como uno de los más complejos de las últimas décadas por las posibles tensiones que se avistan.
El 27 de enero próximo, la Corte Internacional de Justicia de La Haya (CIJ) entregará su veredicto sobre la demanda marítima peruana, que involucra casi 38.000 km2 en el océano Pacífico e incluso, en el peor escenario, un pequeño pero simbólico triángulo terrestre de 40.000 m2 en plena frontera.
La versión oficial es que, pase lo que pase, el fallo será respetado por ambos países. Sin embargo, ya es un secreto a voces que las fuerzas armadas chilenas comenzaron a delinear estrategias de contención en caso de un posible desconocimiento del dictamen por parte del gobierno peruano, encabezado por el presidente Ollanta Humala.
Tampoco habrá beneficio alguno. El mejor resultado en La Haya dejará a Chile con sus límites marítimos históricos, pero con un vecino herido y la posibilidad de un peligroso rebrote del nacionalismo en ambos países.
Simultáneamente, el presidente de Bolivia, Evo Morales, insistirá en sus exigencias de salida al mar. De hecho, ya este año presentó tal demanda a la CIJ para que ésta obligue a Chile a negociar y el vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, pidió ayer «un cambio de mentalidad» a quien gane el ballottage.
Pese a las buenas relaciones que Bachelet mantuvo con Cristina Kirchner, hay varios puntos pendientes que deberán ser aclarados durante su nuevo período de convivencia. Entre éstos, las trabas comerciales, los roces de La Cámpora con LAN Chile y la eventual designación de un nuevo embajador en Santiago.
El Partido Socialista manifestó en su momento su reticencia al posible nombramiento del ex jefe de gabinete argentino Juan Manuel Abal Medina en este cargo, dada su pública cercanía con el ex socialista y candidato presidencial Marco Enríquez-Ominami. Incluso un dirigente chileno viajó a Buenos Aires, la semana pasada, para solicitar formalmente la permanencia del actual embajador en Santiago, Ginés González-García.
A diferencia de Piñera, un eventual gobierno de Bachelet enfrentará a una oposición completamente desmembrada, con la desaparición de la escena parlamentaria de los más emblemáticos hombres duros del actual oficialismo, entre ellos Pablo Longueira, Jovino Novoa, Andrés Chadwick y también Matthei.
Al mismo tiempo, se esbozan ya los primeros latidos de una nueva centroderecha, de corte más liberal, encabezada por ex ministros y asesores de Piñera, quien a la vez también anunció la creación de un centro de pensamiento para perpetuar su legado y sentar las bases para su eventual regreso a La Moneda en 2017.
Así, Bachelet -o Matthei- tendrá al propio Piñera haciendo campaña desde el primer día para pavimentar su candidatura. Junto a él, también se perfilan para las próximas presidenciales los senadores de Renovación Nacional Alberto Espina y Manuel José Ossandón.
Dada su insuficiente mayoría parlamentaria, el oficialismo también deberá aprender a negociar con los estudiantes que llegaron al Congreso -Camila Vallejo, Giorgio Jackson y Gabriel Boric, entre otros- con códigos distintos a los de antaño.
En esto no hay dos opiniones: la paciencia del estudiantado, que permanecerá atento en las calles, no está para procesos, planes de largo plazo ni discursos vacíos.
Existe también otro sentir, quizá subterráneo, pero presente en gran parte de las clases media y baja del país: llegó el momento de poner fin a la desigualdad.
Sobre este punto, muchos dudan de la capacidad que pueda tener la médica socialista de consensuar una nueva Constitución tal como anunció en su programa de gobierno.
«Prometió mucho, tal vez demasiado. Pero Bachelet tiene que cumplir. De lo contrario, el estallido social será inmanejable», dijo un influyente ex ministro de la Concertación.
Un último detalle, no menor, es el futuro rol del Partido Comunista en el gobierno, responsabilidad que no asume desde hace más de 40 años.La alianza con el partido de la hoz y el martillo es más que necesaria, por cuanto el PC instaló seis diputados en la Cámara baja. ¿Pero estará dispuesta Bachelet a ceder un ministerio a un dirigente de la extrema izquierda, arriesgando el más que predecible disgusto de la derecha empresarial chilena?
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