Jenner Almeda estaba dispuesto a explicar por qué se mudó de Brasil para laborar en una granja lechera de Dakota del Sur. Sin embargo, tenía que seguir trabajando mientras hablaba.
Así, respondió a las preguntas mientras introducía el brazo derecho, enfundado en un guante de hule, en el aparato reproductor de una vaca para determinar si estaba preñada.
Almeda dijo que disfruta su trabajo en la empresa Turner County Dairies.
«Sí, me encanta esto», afirmó. «Es lo mejor que puedo hacer».
Almeda es uno entre una treintena de trabajadores latinoamericanos empleados por la granja, propiedad de Walt Bones, el secretario de Agricultura de Dakota del Sur, en sociedad con algunos parientes y vecinos.
Muchos de estos trabajadores viven en casas y remolques que se ubican dentro de la granja o en sus inmediaciones. Tienen que recorrer una distancia corta al trabajo, lo que resulta conveniente, sobre todo durante el invierno.
Almeda trabaja seis días o un promedio de al menos 50 horas a la semana. Se le paga a 10 dólares la hora y recibe varias prestaciones, incluido el seguro de salud.
Los trabajadores obtienen vivienda a un costo módico: 100 dólares mensuales por persona, incluyendo el gasto en varios servicios.
En una de las casas, localizada a unos cientos de metros de los graneros, viven cinco hombres. Tienen antenas para TV por satélite, que les permiten sintonizar canales en español.
Automóviles de modelos relativamente recientes están aparcados cerca de las casas. Los remolques y los terrenos lucen limpios.
«Ellos tienen todo», dijo el gerente de la granja Steve Bossman. «Tienen televisión por cable, computadoras, teléfonos celulares e internet».
Darwin Kurtenbach, administrador del Programa de Producción lechera del Departamento de Agricultura de Dakota del Sur desde 1989, dijo que es común la operación de lugares como el de Bones.
«Hay mucha mano de obra de inmigrantes en el negocio lechero en Dakota del Sur», dijo Kurtenbach. «A medida que llegan más, yo diría que la mayoría (de las granjas) tienen a trabajadores inmigrantes en su personal».
Alvaro García, profesor y especialista del Departamento de Ciencias de la Industria Lechera en la Universidad Estatal de Dakota del Sur en Brookings, dijo que hay un motivo por el que tantos inmigrantes trabajan en este sector.
«Muy simple: porque las granjas no pueden encontrar a estadounidenses que acepten ese trabajo», explicó.
La Universidad ofrece cursos sobre recolección higiénica de la leche para los trabajadores de este ramo. Los instructores visitan una granja y ofrecen sesiones de una hora sobre varios temas. Han dado hasta ahora un millar de estos seminarios, según García.
Almeda, de 35 años, dijo que se decidió a trabajar en Estados Unidos persuadido por su tío, quien labora en Wisconsin. Almeda dijo que no quiso emigrar a Wisconsin, así que llegó a Dakota del Sur.
Como muchos otros, recibió capacitación para trabajar con el ganado lechero mediante un programa auspiciado por la Universidad de Florida.
El pastor Ramiro Arana, de 45 años, llegó de Guatemala. Dice que ha permanecido 20 años en Estados Unidos y ha trabajado para Turner County Dairy durante unos ocho años. Se marchó en una ocasión pero luego volvió a esta granja.
«Me gusta mi trabajo», dijo Arana. «Me gusta todo».
Los dos trabajadores hablan algo de inglés. Bosman dice que habla suficiente español para hacerse entender. No había evidencias de que se hable portugués en la granja.
Dotanna García, de 26 años, ha ordeñado vacas para Bones durante tres años.
Su madre, un hermano, dos hermanas y un primo han trabajado para la granja en los últimos siete años.
García es una mujer bajita y muy delgada, pero no muestra dificultades para la ordeña.
Limpió las ubres de las vacas antes de colocarles las ordeñadoras automáticas, que pueden completar el trabajo en unos siete minutos.
«Me gusta esto», dijo García, mientras miraba a Bossman y a Bones, que estaban presentes.
«Díganles que me den un aumento», dijo García con una sonrisa. Bossman y Bones rieron.
García regresó recién al trabajo, luego del nacimiento de su hijo. Contó que el trabajo no era muy difícil en la granja, pero extrañaba al niño de tres meses.
La mujer dijo que no estaba segura de si se quedaría en Estados Unidos o volvería alguna vez a Guatemala, su país natal.
Cuando un empleado renuncia, se muda a otro empleo o es despedido, resulta fácil reemplazarlo, dijo Bossman.
«Les digo a algunos, ‘¡hey!, necesito a un trabajador más»’, señaló. «Yo diría que en dos días, llegan cuatro aspirantes acá».
El racismo o las muestras de hostilidad son hechos inusuales, según Almeda. Reconoció que algunas personas a veces lo miran y se susurran comentarios al oído, pero a él no le molesta.
«En todas partes hay gente buena y mala», dijo.
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