Sin mayor incertidumbre por el resultado electoral de hoy, esta última semana como nunca la pregunta repetida entre el público –y obviamente entre los empresarios– fue ¿qué pasará con el dólar después de las elecciones?
Quienes estén esperando una respuesta, se verán defraudados, ya que la postura del gobierno es evitar cualquier tipo de sorpresa en lo que al comportamiento cambiario se refiere.
Sin embargo, esto no significa que nada sucederá en las semanas posteriores a los comicios que hoy se celebran. La fuerte compra de dólares, que obliga al Banco Central a desprenderse de reservas –en la última semana unos 800 millones– , no es un fenómeno relacionado con el resultado de las elecciones, básicamente, porque nadie duda del cómodo triunfo del gobierno.
Sin embargo, está mucho menos claro qué es lo que planea hacer la Casa Rosada a partir de mañana. El manejo de Cristina Kirchner es cada vez más personalista y el «círculo de confianza» para la toma de decisiones se ha achicado considerablemente, por no decir que ya ha desaparecido.
No resultará sencillo para el BCRA seguir con la «flotación administrada» del tipo de cambio, que básicamente consiste en fijar el dólar donde desee. Con poca oferta de divisas por motivos estacionales, el gran aumento de la demanda fue absorbido casi exclusivamente por la autoridad monetaria a través de la venta de dólares, generando una caída de reservas por debajo de los 48 millones de dólares (la caída acumulada en el año ya supera los 4.000 millones).
La titular del Central, Mercedes Marcó del Pont, intentó de todo: vendió reservas agresivamente, luego salió a ofrecer futuros al mismo precio que el de contado y ya en las últimas jornadas convalidó una sustancial suba de la tasa de interés, hasta rozar niveles del 20%.
El objetivo es convencer al público y a las empresas de invertir en pesos en vez de pasarse a la divisa.
Todos estos remedios funcionaron pocas horas. La realidad es que el mercado continuó comprando divisas y lo hizo a un ritmo muy sostenido. En definitiva, la desconfianza del mercado responde a la certeza (o por lo menos gran sospecha) que el dólar se encuentra muy atrasado en relación al resto de las variables de la economía, en particular teniendo en cuenta un ritmo de inflación que supera el 20% anual.
Dos posibilidades . A partir de este escenario se abren dos alternativas. En ambas hipótesis, el dólar sube. Sin embargo, la gran pregunta pasa por el ritmo de aceleración que tendrá el tipo de cambio.
Tras un mes «planchado» en la semana preelectoral, el BCRA permitió que vuelva a moverse, pero igual perdió unos 800 millones de dólares en los últimos siete días.
Algunos sostienen que se vivirá un escenario parecido al posterior a la caída de Lehman Brothers. Entre fines de 2008 y el primer trimestre de 2009, el dólar pasó de 3,05 pesos a 3,80. Significó un salto de más de 20% en menos de seis meses.
Un comportamiento similar ahora implicaría llevarlo levemente por encima de los 5 pesos antes que ingresen las divisas de la cosecha gruesa. A partir de marzo, sería mucho más fácil defender este nuevo precio y comenzar a recuperar divisas. Pero mientras tanto, el público y las empresas aprovechan para hacerse de billetes que consideran «subsidiados».
La otra hipótesis es un retorno al status quo , es decir, mantener lo que se venía haciendo desde 2010, o sea, una devaluación más bien lenta y administrada. En este escenario, el dólar aumentaría, pero a un ritmo muy gradual.
La devaluación no debería superar el 8 ó el 10% en seis meses, para luego moderarse todavía más.
Un dólar un poco más alto le serviría a las empresas que perdieron competitividad en los últimos años por culpa de la inflación y un tipo de cambio más bien «planchado». También favorecería al Central, ya que mejoraría la relación entre la base monetaria y las reservas, lo cual generaría incluso nuevas «reservas de libre disponibilidad» para el pago de deuda.
Pero nada es gratuito. El gran peligro es que el mercado termine acelerando todavía más la compra de divisas, en un escenario aún incierto.
El contexto internacional no queda al margen de este análisis. La devaluación de Brasil (donde el dólar saltó de 1,53 reales a 1,78 en las últimas horas) y la caída en el precio de la soja dejaron más al descubierto el atraso cambio y la necesidad de actuar, tanto desde el punto de vista de la política cambiaria como en relación con la inflación.
En la medida que los mercados jueguen a favor, por ejemplo, apreciando al real e impulsando el valor de la soja, la necesidad de realizar correcciones se diluye o cuanto menos luce menos urgente.
Pablo Wende «La Nueva Provincia»