Ángeles descubre al psicópata

Al psicópata lo define la acción. Más, el formato de la acción. Siguiendo a los hechos, que son resultados de acciones, podemos configurar al psicópata. Frente a los hechos las palabras son ruidos al viento. Cuando se encontró el cuerpo de Ángeles tirado en una cinta trasportadora de basura entendí que el psicópata que había generado aquella acción había llegado a uno de los extremos de la cosificación de un ser humano, lo había convertido en un desecho. Había usado a una niña de 16 años como a una mujer y luego la tiró. La insensibilidad intensa se agregaba a la pintura del psicópata. El cuerpo, cuando fue escuchado correctamente, habló de la brutalidad de los golpes, del sufrimiento de Ángeles, del abuso sexual, de la lucha desigual entre puños y arañazos, entre el monstruo arrebatado por las ganas y la joven resistente. El asesino, entonces, fue por su otro placer, por satisfacer su necesidad especial de matar, de quitarle el oxígeno ahogándola y mirándole los ojos desorbitados en su lucha final. Saciado y agotado de gozo descansó mirando su obra, la niña inerte y semidesnuda. Cuántas veces este ser distinto había imaginado este final, cuántos meses o años esperando como un depredador que estudia a su presa para dar el zarpazo en el momento justo. Y lo había conseguido.

Se distingue al homicida psicópata del que no lo es por la manera de asesinar y por el tratamiento del cuerpo. Al examinar el cuerpo se constata el exceso o la mora en la faena mortal; hay algo extraño en él para el forense, tal vez no en una primera impresión, pero en el detalle se nota. Y luego en la forma en que se trató al cadáver. Ángeles fue atada de una manera particular, en una posición que hiciera posible colocarla en una bolsa de consorcio que facilitara el traslado y no despertara sospecha en el momento de salir a la calle. Esta modificación de la postura corporal debió hacerse antes de que la rigidez cadavérica lo impidiera que, si bien no es inmediata, el asesino cuenta con pocas horas. El homicida circunstancial, incluso el delincuente, tienen cierto temor al manipular el cuerpo, se nota la torpeza, la emoción que traba los movimientos e impide pensar con claridad y, aunque pueden incluso desmembrarlo, pagan un alto costo psíquico por este acto: no puede desprenderse del todo de la sensación de que están maniobrando el cuerpo de una persona. Nada de estos escollos existen en la mente del psicópata, para él es una cosa, un estorbo que hay que eliminar lo antes posible o esperar el momento oportuno para hacerlo. Hay una marcada frialdad emocional en este acto macabro.

A las 8,15 horas del 10 de junio del año pasado, Ángeles está en Ravignani 2360 de Capital Federal y contesta un llamado de su madre que desde su trabajo le avisa que no hay café. Está vestida con un jogging verde, remera blanca con el escudo del colegio y una campera deportiva verde; va a gimnasia; las cámaras de seguridad de los edificios la muestran caminando despacio. Casi rozando las 10 de la mañana, una cámara muestra su regreso con un andar más apresurado, su mano que se introduce en el morral como buscando algo. No sabremos más de ella hasta que aparezca en la cinta del CEAMCE.

Su madre la recuerda “muy reservada, simpática, con “chispa”, con personalidad fuerte, que sabía lo que quería y si tenía que enfrentar una situación lo hacía, ya sea mediante una contestación o con una mala cara. Que no era sumisa. Que en cuanto a la forma de reaccionar, no era de herir con palabras. Que siempre tendía a la conciliación, pero llegado el caso, reaccionaba”. Y así fue: llegado el caso, reaccionó arañando aquel cuerpo grasoso que la mataba y llevándose en sus uñas la identidad irrefutable de su victimario.
Dr. Hugo Marietan

Médico Psiquiatra (UBA)-Especialista en psicopatía, MN 62757-
Docente de la Universidad de Buenos Aires-Profesor de Clínica Psiquiátrica
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