Comparar lo que está ocurriendo en Rio de Janeiro en relación al dominio de sectores completos de la ciudad por las bandas del narcotráfico con las situaciones delictivas de Mendoza o la Argentina, en forma genérica, no es correcto.
Decimos esto, aun sabiendo que hay un germen vivo en muchos sectores de la provincia en donde las condiciones de vida la imponen los capos del micrográfico, sin que se haya podido avanzar aun, con fuerza, en la desarticulación de lo que no es solo una banda, sino un sistema de vida que involucra complicidades de hecho y por omisión, cuando los vecinos son obligados a callar.
A raíz de la mediática incursión de las fuerzas militares sobre las comunidades o favelas en las que reinaban los líderes del crimen organizado, muchos han intentado hacerlo.
La primera reacción que ha generado el avance militar, con el apoyo de otras fuerzas de seguridad y la coordinación de un grupo de inteligencia han sido tan positivas aquí como allá, en el lugar en donde sucedió. La actuación de los medios, una cadena de espejos. Los apresurados resultados muestran una baja en la conflictividad y en los robos y una buena predisposición de los vecinos de las zonas afectadas a asumir la oportunidad como tal.
Pero ya que el caso ha cundido, que ha despertado el debate sobre un tema tan presente como es el crimen, la vida, la muerte, las formas marginales de supervivencia y la actuación del Estado sobre ellas, es bueno tomar lo de Rio como una lección, más allá de que el proceso recién comienza y de las insalvables diferencias que hay entre aquella ciudad y nuestra provincia. Esto, a propósito de la tentación política siempre a mano de imitar, sin más, lo que pasa en otros lados sin siquiera diagnosticar fehacientemente que es lo que pasa aquí.
Los que venden droga o los engranajes del negocio. La existencia de por lo menos tres grandes bandas de narcotraficantes que se disputan el mercado en la ciudad carioca debe ser equiparada a la existencia de tres grandes empresas con sus cadenas de personal jerárquico y empleados, con ganancias extremas pero con un agregado: están organizados como ejércitos y armados como tales. Frente a ellas, resulta más que evidente que la lucha del estado no se debe dar exclusivamente en oponerle a otro ejercito, sino en intervenir en el mercado y resignificar la estructura comercial que genera (aunque no se lo vea así) los empleos que la gente no consigue en otro lado.
Los que compran la droga. Si seguimos la línea anterior, una lección aprendida de lo que pasa en Rio y en muchos otros lugares es que los vendedores de droga existen en tanto haya quienes les compren. Nadie, hasta ahora, ha puesto en cuestión a los consumidores de droga. Aunque la situación de las favelas si ha catapultado el debate sostenido por algunas organizaciones que trabajan en esos lugares. La más importante de ellas, Viva Rio, ha planteado con fuerza la necesidad de despenalizar el consumo de droga para quitarle el monopolio a las bandas ilegales, provocándoles un shock económico al oligopolio de la muerte.
El reclutamiento de descontentos. Los que integran las bandas y son capaces de actuar con menor capacidad de asimilar códigos son los más jóvenes. En ellos, cuando no hay escuela, cuando el hambre arrecia y cuando falta identificación positiva, encuentran los líderes del narcotráfico a sus mejores soldados. Y actúan como tales, pero con más saña, ya que, francamente, la realidad parece decirles que no tienen nada que perder. Tal vez en el ejercicio de matar o morir sus vidas encuentren la trascendencia pública que no hallan en la soledad de la exclusión. Aquí hay otra lección: enfocarse en conseguirle a los pibes más y mejores oportunidades. Si no se las damos, su espíritu intrépido y de aventura los llevara a otros caminos. Hablamos de los jóvenes, pero en Mendoza los detenidos por micrográfico de drogas son, en general, amas de casa y madres de familias numerosas.
La presencia policial permanente. Lo que ha impactado de los operativos de Rio es el avance a fuerza de balas y tanques del Ejército. Sin embargo, igual que aquí, es preexistente a su avance la presencia de policías en las favelas. Su accionar ha quedado desautorizado ante la necesidad de recurrir a una fuerza mayor. Fracasaron al mimetizarse con las bandas o al ceder a su poderío económico. La gente reclama que el Ejército se quede, en la búsqueda de una esperanza, recordando a los reclamos vecinales mendocinos por la presencia de gendarmes en las calles. Pero no se trata de magia, sino de estrategias. Y en Rio está quedando en claro que no es solo con la fuerza con lo que se aplaca la violencia criminal, sino con planes integrales. Por ello, el ejército no se quedara para siempre, no le corresponde. Pero la policía ha decidido readaptarse. Por eso, las autoridades mandaran a las Unidades de Pacificación a policías recién salido de las academias y preparados especialmente.
El municipio, cambiara las condiciones de vida de los habitantes, transformando a las villas o favelas en barrios o comunidades, dándoles una nueva identidad positiva.
Las medidas de impacto y corto plazo. Es lógico que mientras el dique este ahí, el agua se embalsara, calmando su ímpetu. Pero cuando las fuerzas se van, todo vuelve a su extraña y sangrienta normalidad. Ha pasado en las favelas de Rio muchas veces y, por cierto, pasa aquí todos los días. Muchas veces los vecinos se entusiasman por la presencia masiva de uniformados, creyéndose seguros, pero en cuando un espacio es dejado libre, la delincuencia avanza y, más aún, tratándose de estas grandes empresas abocadas a la fabricación y venta de un articulo prohibido y de lujo, como es la droga. Por eso, a pesar de que la gente aplauda el impacto inicial, si el estado solo tiene eso para ofrecer lo que nos está garantizando es una nueva frustración, un fracaso. Y un éxito para los sectores que se pretende dominar, reprimir, transformar o expulsar del lugar.
Los acuerdos políticos y sociales. En el caso de Rio llamo mucho la atención la uniformidad en el discurso de sectores de la derecha y la izquierda y de medios de comunicación muy diferentes. Hubo acuerdo en que algo había que hacer y apostaron a ello. Una decisión tan tremenda y opinable como aquella que determino tirar la bomba atómica para acabar con la guerra mundial. Pero más allá de las particularidades del caso, nuevamente surge de la experiencia de Rio un punto sustancial como es la carencia de egoísmo y la necesidad de unificar criterios, aunque sea por una vez, para avanzar.
El proceso de Rio, si es tal y no solo un show como algunos interpretan, recién comienza. Y si continuase, será interesante observarlo para evitar sus errores y potenciar sus éxitos.
Fuente: mdzol