LO QUE VENDRA

untitledPor Jorge R. Enríquez

Quienes acceden al cada vez más estrecho círculo de Olivos o conversan con algunos ministros del gabinete nacional (en la más absoluta reserva) cuentan que la presidente se encuentra de pésimo humor, que trata mal a sus colaboradores, que desconfía de todos los que no le tributen una activa genuflexión.
Suele sucederle a los gobernantes que pasan demasiado tiempo en el poder, sobre todo cuando lo han ejercido de manera muy personalista. Cuando llegan, se rodean de algunos nombres con brillo propio. Luego, una vez que se consolidan en su función, la idoneidad o la excelencia técnica ceden ante la amistad o la afinidad partidaria. Finalmente, aún dentro de este último círculo son dejados de lado los que poseen una trayectoria originalmente diversa de la de los líderes caudillescos. Estos, en la etapa del ocaso, no tienen ánimo de discutir ni de intercambiar ideas: sólo quieren que se ejecute lo que ellos mandan.
En esa fase final, se multiplican en la percepción de los gobernantes las teorías conspirativas. Toda circunstancia adversa es atribuida a oscuras fuerzas que planifican incesantemente la ruina del gobierno. Esta idea puede ser en el inicio sólo un argumento, muchas veces eficaz, para esconder las propias responsabilidades, pero de tanto representar ese papel de víctima se termina por incorporarlo.
Ese es el momento que anuncia la debacle. El gobernante pierde contacto con la realidad. En consecuencia, adopta medidas que, en lugar de atacar las causas de los males, con frecuencia los profundizan. Es un círculo vicioso del que sólo podría salirse mediante la aceptación de los hechos tal cual son, pero esta salida les está vedada a quienes se han ido encerrando en el laberinto de las teorías conspirativas. Más aún, si despertaran de su sueño defraudarían a sus seguidores más entusiastas, lo que sería fatal para su destino político, porque a los demás acaso ya no los recuperen ni enmendando el rumbo.
El resultado previsible de este proceso es una radicalización del discurso, que compense en el plano simbólico lo que en el plano de la realidad es imposible reparar. A su vez, esa radicalización tensiona más a la sociedad y torna casi imposible cualquier acuerdo político mínimo.
En ese estadio nos hallamos ahora. La situación es delicada porque faltan todavía más de dos años de mandato presidencial. El sistema presidencialista es muy rígido y no permite procesar con celeridad los cambios del humor social. ¿Qué pasará si en octubre, como cabe prever, el kirchnerismo es rotundamente derrotado en las elecciones legislativas?
En un país normal, no tendría por qué pasar nada grave. En la Argentina, abrirá un período de incertidumbre y turbulencia.
Si, en cambio, la cantidad de votos dirigidos a la actual presidenta se amplíara, el panorama se presentará bastante turbio para todos aquellos que aspiramos a vivir en una República.
Esa tendencia podría generar que el oficialismo tuviera nuevamente mayoría y quórum propio en ambas Cámaras del Congreso.
En un sistema hiperpresidencialista o de un presidencialismo cesarista como el que rige en la Argentina y en varios países de América Latina, es fácil prever que, si aún habiendo perdido una elección legislativa en 2009, el kirchnerismo siguió gobernando a sus anchas, ignorando al Congreso y disciplinando a gobernadores e intendentes merced al manejo de la caja central, la recuperación de sus mayorías, con cifras mayores que las obtenidas en 2007, pavimentará el camino hacia una profundización de sus tendencias autoritarias.
Ojalá que así no ocurra, pero sería a nuestro juicio muy ingenuo suponer que un gobierno modifique el rumbo que, a su criterio, le permitió mantenerse en el poder y acrecentar su caudal político. Toda la historia de los Kirchner, desde Santa Cruz, apunta a incrementar el poder a expensas de los controles republicanos.
Se archivarán, entonces, las iniciativas para modificar el Consejo de la Magistratura o para restringir el uso de decretos de necesidad y urgencia. Los «superpoderes», es decir, la facultad del Jefe de Gabinete de redistribuir partidas presupuestarias a su antojo, gozarán de toda su lozanía. En otras palabras, el presupuesto lo hará el Poder Ejecutivo.
Muchos jueces renovarán su complacencia respecto del poder. Los funcionarios podrán realizar negociados con absoluta tranquilidad. Grandes empresarios persistirán en su vocación cortesana, tratando de pescar réditos fáciles al calor del gobierno.
El federalismo, ya gravemente enfermo, pasará al estado de coma.
El periodismo independiente estará a la defensiva, resistiendo todo lo que pueda el asalto final.
Si, como alguna vez sucederá, porque el «modelo» está agotado y tarde o temprano el viento de cola amainará, resulta imposible seguir financiando esta fiesta del gasto público y comienzan las restricciones, entonces aumentará el autoritarismo, para que la prensa no difunda el malestar social.
El personalismo será todavía mayor. El Congreso tendrá un rol meramente refrendatario de las decisiones adoptadas en Olivos.
Todo control se licuará. Toda voz opositora será vituperada como «destituyente».
Los que ansiamos otro modelo, el de la Constitución, no debemos bajar los brazos. Nuestro deber es redoblar los esfuerzos para que nuestros compatriotas escuchen el mensaje de una República moderna, abierta, tolerante, de progreso y bienestar, sin odios artificiales, bajo el respeto común de la ley.
Viernes 7 de junio de 2013
Dr. Jorge R. Enríquez
twitter: @enriquezjorge