Del corazón de Flores al Vaticano, siempre junto a los más humildes

Hijo de un inmigrante italiano, Bergoglio decidió volverse sacerdote tras una «revelación divina». Cultor de una iglesia «puertas afuera», nunca perdió contacto con sus raíces: viaja en subte y se preocupó por los débiles.

Austero, callado y sencillo. Quienes lo conocen lo definen como un «pastor». Y los católicos del mundo, que hasta ahora no habían oído hablar de él, coinciden en algo: Jorge Bergoglio puede ser el indicado para acercar a una iglesia acartonada a la gente común. Hijo de un inmigrante italiano, nació el 17 de diciembre de 1936, en Buenos Aires. Tuvo una infancia sin lujos, en una casa de Flores, junto con su papá, ferroviario, su mamá, ama de casa, y sus cuatro hermanos. Esos primeros años de vida marcaron el perfil de su carrera.

Bergoglio egresó del industrial público ENET 27 con el título de Técnico Químico y, a los 21 años, ingresó en el seminario de Villa Devoto. «En los confesionarios de la Iglesia de San José de Flores, a los 17 años, había tenido una revelación divina que lo hizo entrar», contó un amigo, el padre Gabriel. Fue ordenado sacerdote en la Compañía de Jesús, el 13 de diciembre de 1969, y a los 36 años, en 1973, fue designado presidente de la Conferencia Episcopal Argentina.

Entre 1976 y 1983, en plena dictadura y con los jesuitas atravesados por la Teología de la Liberación, tuvo un rol polémico.

Algunos sectores lo acusan de haber denunciado a curas «villeros» que fueron secuestrados por el régimen militar. Otros aseguran que se movilizó para liberarlos, con la condición de que no volvieran a trabajar en barrios marginales.

Su escalada por las estructuras eclesiásticas comenzó en mayo de 1992, cuando Juan Pablo II lo nombró obispo auxiliar de Buenos Aires. El ascenso fue meteórico: vicario episcopal en julio de ese año, vicario general en 1993 y arzobispo en 1998.

Desde la arquidiócesis de Buenos Aires trabajó por una iglesia «puertas afuera». Sus mensajes se centraron en las necesidades de los débiles y creó un equipo para trabajar en las villas.

Guillermo Marcó, su ex vocero, siempre relata una anécdota que, para él, lo pinta de cuerpo entero. El 21 de febrero de 2001, Bergoglio amaneció en Roma: Juan Pablo II iba a consagrarlo cardenal en el Vaticano. Antes de la ceremonia, Marcó pasó a buscarlo y preguntó: «¿En qué vamos?». La mayoría de los cardenales llevaban grandes comitivas, por lo que la pregunta no estaba de más. «¿Cómo en qué vamos? ¡Caminando!», respondió Bergoglio. «Llegamos, entramos por un costado y los guardias no entendían nada. Él estaba conmigo y con dos familiares», recordó.

Convertido en uno de los hombres más respetados de l a iglesia por sus dotes intelectuales -estudió Teología, se licenció en Filosofía y se doctoró en Alemania-, nunca abandonó su sencillez. Trata de no salir de Buenos Aires y suele ser visto viajando en colectivo o en subte, sin custodia, medios que usa para visitar sin previo aviso villas y barrios carenciados.

Ni su edad avanzada -tiene 76 años- ni su estado de salud -le falta un pulmón- le impidieron ser gravitante en los últimos años: figuró entre los más votados del cónclave que consagró pontífice a Joseph Ratzinger, en 2005, y fue presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, hasta 2011.

Fuente: La Razòn