Un estudio español descubrió que la comida rápida aumenta el riesgo de padecer la enfermedad. Es porque las grasas nocivas afectan la transmisión neuronal.
Verónica De Vita
No sólo hay mucho para decir en cuanto a las consecuencias nefastas que el consumo habitual de comidas rápidas tiene sobre la salud, sino que según se ha descubierto sus repercusiones van mucho más allá. Una investigación reciente afirma que este tipo de dietas aumentan 40 por ciento la posibilidad de desarrollar un cuadro depresivo.
Pizzas, hamburguesas, papas fritas y snacks, entre otros alimentos que conforman este tipo de menúes junto a los panificados industriales, estuvieron en la mira de un grupo de científicos de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y de la Universidad de Navarra, en España, lo que les permitió arribar a esta conclusión.
La depresión es una pandemia: “Afecta a 121 millones de personas en todo el mundo, lo que la convierte en una de las principales causas globales de discapacidad ajustada por años de vida y la principal causa en países con ingresos altos y medios. Sin embargo, poco se conoce sobre el papel de la dieta en el desarrollo de los trastornos depresivos”, destacan los investigadores, según publicó el diario El Mundo.
Anteriores estudios han vinculado la dieta con efectos a nivel psicológico en sentido inverso, es decir, la preferencia de este tipo de comidas con abundancia de azúcares, grasas y harinas refinadas por parte de personas depresivas como un medio de gratificación.
Otros sugieren un papel preventivo de ciertos nutrientes y alimentos, como las vitaminas del grupo B, los ácidos grasos Omega-3 y el aceite de oliva. Asimismo, un patrón dietético saludable, como la dieta mediterránea, se ha relacionado con un menor riesgo de depresión, sostienen los investigadores en su investigación.
Estudio prolongado
Luego de seis años de labor en los que se realizó un seguimiento a 8.964 personas, se encontró “una asociación positiva entre comida rápida, aperitivos y dulces y la presencia de síntomas depresivos”, dice el informe científico.
Al comenzar el procedimiento ninguno de ellos tenía diagnóstico de depresión ni consumía antidepresivos; y fueron sometidos a un proceso que incluyó una evaluación cada dos años de sus hábitos de vida y de alimentación. Sin embargo, durante este proceso 493 de ellos fueron diagnosticados de depresión o comenzaron a tomar antidepresivos.
La doctora Almudena Sánchez Villegas, directora del estudio, detalló al diario español que “se observa que, cuanta más comida rápida se ingiere, mayor es el riesgo de depresión. Esta relación, llamada dosis-respuesta, se puso de manifiesto sobre todo para la comida basura pero no se observó esta tendencia con los panificados industriales. En este caso, el incremento del riesgo de padecer la enfermedad se mantenía constante con relativamente bajos consumos”.
Perfil de los comensales
La investigación fue más allá y se arriesgó a trazar un perfil de aquellas personas que tienen estas preferencias alimentarias. Aseguran que son más propensos a estar solteros, ser menos activos y tener un peor patrón dietético, con un menor consumo de fruta, frutos secos, pescado, verduras y aceite de oliva. Además, tienden a tener una mayor adicción al tabaco y a trabajar más de 45 horas semanales.
Otro punto a tener en cuenta es que quienes padecen depresión suelen apelar a este tipo de productos en busca de alguna gratificación, conllevando un círculo vicioso. Las fast food producen estimulación inmediata, saciedad y adicción.
El estudio español asegura que el motivo de esta mayor incidencia del trastorno depresivo tiene que ver con la mayor presencia de grasas trans en este tipo de comidas, lo que tiene diversos efectos a nivel biológico, entre ellos mayor predisposición a enfermedades cardiovasculares de la mano de alteraciones de la glucemia o hipercolesterolemia.
Pero especialmente se destaca que disminuyen los neurotransmisores, necesarios para la transmisión nerviosa y que se reducen en el caso de la depresión; mientras que también afectan el adecuado funcionamiento neuronal.
El psicólogo mendocino Walter Motilla sostuvo que se han realizado otros abordajes que han vinculado el consumo de azúcares, grasa saturadas y harinas refinadas con un mayor riesgo de depresión, algunos de los cuales hablan de hasta un 60 por ciento más.
Atribuye esto fundamentalmente a dos factores. Además de la disminución de la capacidad de transmisión neuronal, sostiene que el consumo constante lleva al sobrepeso y la obesidad y éstas están vinculadas a un mayor sedentarismo y una tendencia a dejar de lado actividades y una alimentación saludable.
“El organismo se va apagando, de la mano de un deterioro de la autoimagen, la seguridad personal, las cuestiones sexuales y los vínculos sociales. Así se ingresa en un circuito mantenedor de problemas”.
Además destacó que hay que tener en cuenta que “si comemos cosas pesadas el organismo se vuelve pesado, ya que para procesarlas le quita energía a otras actividades”.
Fuente: http://www.losandes.com.ar/