La tragedia de Once es la crónica de un final anunciado.
Accidente; falta de inversión; una sucesión de hechos que desencadenaron una tragedia ; un lamentable error humano?
O lisa y llanamente es corrupción?
Al igual que en Cromagnon, en el geriátrico Los Girasoles, en el boliche Beara, bajo el disfraz de la negligencia se esconde la corrupción.
En la búsqueda de respuestas al trágico episodio, nadie aún, ni siquiera los medios de comunicación han incorporado un factor en la ecuación sin el cual no es posible explicarse cabalmente lo ocurrido: El ex Secretario de Transporte Ricardo Jaime, procesado por el versátil Juez Oyarbide por enriquecimiento ilícito.
La pobreza del control estatal es directamente proporcional al enriquecimiento directo del funcionario controlante.
Reducir la cuestión a una falla humana o a la falta de mantenimiento no es sólo recrear la visión de la Argentina como un jardín de infantes, sino ofender descaradamente el dolor de los familiares de las víctimas y la memoria de tantos inocentes muertos.
Un Estado que posee innumerables instrumentos de control, no puede escudarse en tecnicismos legales para encubrir una responsabilidad insoslayable.
Si algunos alertas de organismos de control fueron desoídos sobre la posibilidad cierta de que una tragedia como la que nos enluta pudiese ocurrir, uno se siente tentado a afirmar que oscuros intereses de los propios funcionarios lo han hecho posible.
Debe advertirse también que es necesario estar atentos con cualquier medida “popular” que el gobierno nacional quiera ejecutar. Que una eventual nacionalización del servicio ferroviario no sirva para proteger a la empresa de los daños que deba indemnizar, para terminar haciéndose cargo como continuador de la misma y/o hasta una eventual quiebra de aquélla.
Fuente: Por Rumbo Justicialista