“Cada uno es testigo de que hay otra vida para el soñador; para los muertos es diferente el testimonio: ahí quedan, convirtiéndose en polvo”
-Helena Garro
Parece que una gran mayoría de quienes son opositores al gobierno actual estuviesen condenados a morirse en algún sentido, convirtiéndose rápidamente en polvo.
Sus tribulaciones son proporcionales al modo en que han esquivado por egoísmo e incapacidad manifiesta los compromisos emergentes de sus responsabilidades ciudadanas.
Solo mediante auto engaños han conseguido sostener precariamente el respeto que se deben a sí mismos. Lo fatigoso de esta tarea, los va dejando poco a poco sin argumentos e inertes frente a una realidad fluctuante que va “amoblando” un escenario que amenaza con quedarse a vivir por mucho tiempo entre nosotros.
En el ínterin debatimos agitados sobre la presunta “inmortalidad del cangrejo”, esa humorística alusión que usamos quienes deseamos referirnos a cuestiones insustanciales que nunca terminan de resolverse.
¡Cuánto tiempo perdido en debatir lo que está “encogido” por su propia mediocridad!
En esa escenografía se desenvuelve un tiempo político de estatura mínima, porque es imposible construir algo de valor sobre la base de la impostura y la distracción.
Que hayamos llegado a depender casi con exclusividad de los avatares que sufre hoy una sola figura pública –sí, una sola-, como nuestra Presidente, dividiendo opiniones entre los que la aplauden arrobados y los que no la entienden ni la entenderán jamás, habla a las claras de la falta de proporción de nuestras prioridades.
Todo esto está siendo aprovechado por un gobierno que nos está “cercando” poco a poco y que cada día que pasa se asemeja más a la corte de los Luises de Francia.
Mientras tanto, la violencia popular –que no sabe de crecimiento del PBI ni de otras ecuaciones “seudo académicas”-, acecha al seno mismo del poder, que sigue pretendiendo ocultar una realidad política y económica que va estallando, por el momento, en cuotas homeopáticas.
Son tantas las horas que dedicamos a mirarnos inquisitivamente de reojo, que hemos perdido la perspectiva de lo que verdaderamente debiera conmovernos.
Para encontrar la respuesta a este estado de cosas, haría falta realizar un curso intensivo de convivencia y dejar de creer simultáneamente en las pamplinas que promueven muchos interesados en mantener nuestra parálisis.
No “los de afuera”, como dicen algunos ridículos “progresistas”. Sino ellos mismos, agazapados, tratando de sostenerse dentro de un status de mediocridad que hemos privilegiado entre todos.
La pobreza, la justicia, el renacer de las instituciones y la igualdad de oportunidades (entre otros muchos, muchísimos temas “existenciales”), permanecen mientras tanto entre las sombras, recluidos por nuestra inescrupulosidad y ligereza.
“Argentinos, ¡a las cosas!”, nos instaba el filósofo español Ortega y Gasset durante su visita a Buenos Aires en 1935, luego de apreciar nuestras virtudes naturales y sorprenderse por nuestro enfermizo diletantismo.
¿Estamos dispuestos a que ello ocurra alguna vez o persistiremos en convertirnos en polvo antes de tiempo?
Por el momento, seguimos pareciéndonos a aquel andaluz “a quien le preguntaban si era Gómez o Martínez y contestaba: es igual; la cuestión es pasar el rato” (Pío Baroja).
Fuente: Carlos Berro Madero
carlosberro24@gmail.com