Las autoridades nacionales deberían contribuir a no agravar más la difícil situación que atraviesa el sector rural.
Otra vez, como si fuera una continuación del mismo fenómeno climático, asociado con la política oficial, una fortísima sequía está a punto de diezmar tanto la producción granaria como la ganadería vacuna. Ahora, las más fértiles regiones agrícolas, la denominada zona núcleo y su periferia en las provincias de Santa Fe, Córdoba, Buenos Aires, La Pampa y Entre Ríos muestran los efectos devastadores de la falta del insumo más importante: el agua de lluvia.
La raíz del problema se halla en el fenómeno conocido con el nombre de La Niña, que se alterna con su pariente, bautizado El Niño. Cuando predomina este último, las precipitaciones benefician nuestros cultivos y pasturas, mientras que cuando se fortalece La Niña, las lluvias, como ahora, abundan en Australia y naciones del Pacífico. El origen de uno y otro se explica por la influencia de las cambiantes temperaturas de las aguas del océano Pacífico. Entre los climatólogos, son muchos los creyentes en la peligrosa manifestación de un cambio climático de consecuencias imprevisibles, provocado por insensatas conductas colectivas que producen desequilibrios ambientales, tales como el calentamiento global, el llamado efecto invernadero y otros gases contaminantes a los que no ha sido posible siquiera limitar.
Hasta hoy el cultivo más dañado es el de maíz, por la coincidencia entre la etapa de formación de los granos con la ausencia de humedad en los suelos. De allí que la cosecha, estimada originalmente en 28 millones de toneladas, se reduciría sensiblemente. Expertos en la materia estiman que por cada semana que se demoren las lluvias, el daño ya existente crecerá en dos millones de toneladas. Tal como lo mostraron fotos de LA NACION, una parte de los cultivos del cereal en las regiones más afectadas ha sido habilitada al pastaje de los vacunos o bien destinado a producir silos de maíz picado y otras reservas forrajeras.
El resultado de la cosecha de soja, por razones obvias lo más importante, está condicionado a las lluvias, cuya llegada se pronostica para mediados del mes. Su siembra algo más tardía que la de maíz, tampoco finalizada, permitiría, si en efecto lloviera, una coincidencia de las precipitaciones con la formación de los granos. La cosecha de esta oleaginosa, que se estimaba en algo más de 50 millones de toneladas, más de la mitad del total de granos producido en los últimos años, constituirá la clave de la balanza comercial nacional del año que comienza.
El trigo, que junto con la soja y el maíz constituye el corazón granario, pudo sortear la sequía, que se acentuó en noviembre y en diciembre con los granos ya formados. Pero tuvo, en cambio, otro enemigo más persistente y tan temible como la falta de agua. Ha sido la política oficial depresora de sus precios durante los últimos cinco años, a punto tal de reducir la siembra tradicional en nada menos que un tercio. La ganadería vacuna, que venía recomponiendo sus inventarios, está deteniendo este virtuoso proceso.
Conviene que el gobierno nacional asuma los descalabros provocados en la producción de trigo, maíz y el ganado, evitando su intervención. En caso de que, como consecuencia de las menores cosechas, no sólo locales sino también de Brasil y Paraguay, los precios de estos granos crecieran, deberá evitarse toda reiteración perniciosa. En cambio, si se acude por las vías nacionales, provinciales y municipales, adoptando las situaciones de emergencia o de desastre según los casos, que permitan a los productores asumir sus crisis, se logrará contener parcialmente los graves perjuicios ocasionados por la reiteración de las inclemencias climáticas.
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