Con una dirigencia reciclada en distintos ámbitos de la vida política nacional, el deseo del 2001 de una renovación en la política quedó de lado para que los mismos de siempre sigan gobernando la Argentina. Postales de un sueño que duró poco y que desmoronó la esperanza de transformación de la clase dirigente local.
“Oh, que se vayan todos, que no quede ni uno solo”, se escuchó con mucha fuerza en el año 2001, convirtiéndose en un emblema popular pidiendo la renovación en la clase política, siendo el caballito de batalla de esta pelea que inundó el discurso político de aquellos que querían cambiar las formas de hacer política de los viejos partidos e implementar nuevas prácticas en nuestro país.
El tiempo pasó y la realidad marca que ese sueño quedó en la nada, ya que la mayoría de los dirigentes se aclimataron a los nuevos tiempos políticos y se supieron reconvertir reciclándose en distintos ámbitos de vida pública, dejando en claro que la transformación política pedida a los gritos en las calles en los tumultuosos días de finales de 2001 y 2002, quedaron virtualmente en la nada.
En nuestro país, la dictadura militar que se instauró en el poder en base a las balas, muerte y terror, dejó un país devastado desde lo social, que la democracia todavía no ha podido revertir. La llegada del neoliberalismo en los ’90, con Carlos Menem a la cabeza, significó el desguace del patrimonio nacional y la desindustrialización del país como nunca se vio. Todo terminó con la crisis política, económica y social de diciembre del 2001 y las muertes de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán en junio del 2002, que fueron el final del gobierno de Duhalde y el comienzo de una manera distinta de ver la política.
La Argentina, al igual que Grecia en estos momentos, fueron siempre países poco poderosos desde lo económico, dependiendo en demasía de la ayuda extranjera, y aplicando recetas de los grandes organismos financieros internacionales que llevaron a que cientos de miles de personas pierdan sus empleos y a una frágil convivencia social que desgastó aún más la imagen de la clase dirigente ante la sociedad.
Al quedar supeditado a la economía, los gobiernos argentinos de entonces eran débiles desde lo político, y ante cualquier debacle extranjera su economía tambaleaba y generaba más excluidos. Fue en este período que el país se inundó de cuasi monedas, llámese Patacones, Lecops, Lecor, Qubracho, Federales, etc, que hizo que se viviera una situación financiera sumamente inestable en todas las provincias que se emitieron, y que terminó con la crisis de diciembre de ese año y el levantamiento popular contra las medidas económicas del entonces gobierno de la Alianza y del súper ministro Domingo Cavallo, que terminaron en el “corralito” y en el fin de la convertibilidad.
El diccionario de la Real Academia Española, señala que decadencia es la declinación, el menoscabo, o el principio de debilidad o de ruina de una cosa. El período de crisis que se encuentra pasando la Argentina es tan grande y poderoso, que este mote le encaja a la perfección, por estar la Argentina en franco declive, tanto desde lo político, económico y social, así como también es patente el estado de debilidad en el que se haya el gobierno nacional ante la crisis financiera internacional.
El fin de la «nueva política» que decía llevar adelante Néstor Kirchner desde que asumió el poder en el 2003, quedó patente con la destrucción de la «Concertación Plural» y con la actitud de denostación hacia la figura de Julio Cobos en el pasado mandato de Cristina Fernández de Kirchner. Todos estos actos han agarrado a una sociedad cansada de estas actitudes políticas tan mezquinas por parte de sus gobernantes, que no hacen más que querer mantenerse en la cresta del poder cueste lo que cueste, sin importar los costos sociales y económicos que eso puede traer aparejado para la población.
Los partidos políticos en vez de cambiar sus estructuras y modernizarlas de acuerdo a los tiempos que se viven, parecen recostarse en lo peor de ellos y no en aquello que puede hacer mejorar la alicaída relación que mantienen las fuerzas políticas con la sociedad, que descree profundamente de la política y no acepta participar en ella hasta que las reglas no cambien y sean transparentes.
En vez de interpretar el pedido de la población para el cambio de los métodos políticos, este cierre de listas dejó en evidencia lo peor de la vieja política, de los arreglos entre dirigentes, de la denominada “rosca política”, quedando fuera de órbita los proyectos y las ideas para llevar adelante una Argentina mejor de cara al futuro.
Situación complicada la que pasa la clase política con la población argentina, que ve como la sociedad sigue sin confiar en sus metodologías y evidencian el desgaste de una clase política que no aprende de sus errores y los vuelve a cometer en forma sistemática a la hora de acercarse las elecciones.
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