El recuerdo de la crisis y un aprendizaje: un país es un proyecto colectivo


A 10 años del estallido….La eclosión del 19 y 20 de diciembre de 2001 fueron una bisagra para varias generaciones de argentinos. También lo fué para el periodista de MDZ que aquí habla en primera persona. «Niños que crecieron sin ver trabajar a sus padres, jóvenes que se hicieron adultos aprendiendo a sobrevivir y una idea clara: para destruir un país, pueden servir las acciones individuales de millones. Pero para reconstruirlo, hace falta una comunidad».
Tengo algunos privilegios. Soy de la generación que llegó a ver a la selección Argentina campeona en el 86 siendo niños y a Maradona en una pierna en el 90. La misma generación que jugó a los trompos, las bolitas y a la Atari o la Comodore de algún amigo suertudo. En la escuela nos obligaban a tomar distancia, a pararnos “fir-mes”, hacer silencio y sólo escuchar. Las clases de historia siempre llegaban hasta 1975 y retomaban en 1983. A la misma generación nos tocó comenzar a hacernos grande hace 10 años, con una crisis que estalló en 2001, pero que se había sembrado mucho antes. Diciembre de ese año fue una bisagra, para el país y para la vida de cada uno de nosotros.

En Buenos Aires las calles eran de fuego. Corridas, represión, asesinatos que aún siguen impunes. En Mendoza el Gobierno se había negado a seguir al pie de la letra el Estado de Sitio dictado por Fernando De La Rúa, un presidente que hacía rato había pedido el poder, la legitimidad y, algunos creen, la cordura. Pero igual todos los comercios cerraron, y había poca gente que se animaba a salir. Por la tarde hubo un silencio de varios segundos. Y luego la confirmación de la renuncia.

Pero más simbólico que la pálida carta de puño y letra que firmó, fue la forma en la que se fue: por el techo de Casa Rosada, donde el helicóptero presidencial ni siquiera pudo posarse del todo por temor a que el edificio también se derrumbar.

De La Rúa había estado en Mendoza sólo 10 días antes. En la provincia lo esperaban protestas de todo tipo, pero logró sortearlas gracias al mismo medio de transporte. Por el aire llegó a Potrerillos para inaugurar oficialmente esa obra. Muchos de los que estuvieron allí quedaron sorprendidos. De La Rúa parecía vivir en otro mundo. Se paseaba por las mesas del copetín, respondía a las preguntas casi obviando que el país estaba incendiándose. Hacía sólo 2 años había asumido con un enorme respaldo en las urnas; apoyado por el efecto espanto generado con el ocaso político del menemismo y también por un enorme aparato de marketing. Alcanzaron pocos meses para saber que en el interior de ese producto había un vacío enorme.

La salida es colectiva

Desocupación de dos cifras, fábricas cerradas, viajes a Miami económicos. El inicio de los barrios privados y explosión de villas. Escuelas convertidas en shopping, y educación manejada por economistas ortodoxos.

¿El resultado? Miles de niños argentinos que crecieron marginados, viendo a sus padres con la dignidad por el piso por no tener trabajo. No todo ocurrió desde diciembre del 2001. Ese mes cayó la gota que sirvió para rebalsar la paciencia de la clase media: le tocaron el bolsillo. Esa bisagra sirvió para mostrar sin maquillaje lo que miles de mendocinos vivían. Cuando la realidad estaba descarnada ante todos, antes que cualquier política, la propia comunidad reaccionó más rápido. Desapareció la plata y retornó el truque (sistema que se autodestruyó luego). Cayó el capitalismo de cartón montado en los 90 y apareció la solidaridad.

Como nunca antes, los mendocinos buscaron ser voluntarios, particularmente Ellas; las mujeres. Para un comedor, para una organización, algunas veces entorpeciendo sin querer, pero siempre con voluntad. Hubo quienes descubrieron que tenían vecinos y otros que se animaron a pedir ayuda.

El mensaje es claro. Para destruir un país puede ser útiles millones de acciones individuales. Pero para reconstruirlo es necesaria la acción colectiva.
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