Por Sergio Crivelli
Los cambios mínimos en el gabinete son un signo de continuismo y no eliminan la incertidumbre. El discurso en el Congreso tampoco sirvió para vislumbrar a quiénes se aplicará la “sintonía fina”.
El debutante diputado ultra K Roberto Feletti dijo alguna vez que si ganaba la presidenta Cristina Fernández en octubre había que radicalizar el populismo. La presidenta no sólo ganó, arrasó, pero por esas ironías de la política en lugar de radicalizar el populismo anda dando vueltas con un ajuste de tipo ortodoxo para transferir el desbordado gasto público a quien encuentre a tiro. Da un paso para adelante y dos para atrás.
Recorta subsidios, pero asegura -como hizo ayer en el Congreso- que tiene metas de crecimiento y no de inflación.
En el trance actual su mayor preocupación consiste en insistir en que el crecimiento y el consumo se mantendrán, al mismo tiempo que habla de competitividad y de la necesidad de aumentar la inversión. Cuanta más previsibilidad necesita, más incertidumbre genera.
Con ese marco de referencia debe ser interpretado el gabinete con el que inicia su segundo mandato. Sólo fueron reemplazados los ministros que emigraron al Congreso: Aníbal Fernández, Amado Boudou y Julián Domínguez. Es la contracara de la fórmula del Gatopardo: “cambiar todo para que nada cambie”. Se cambia muy poco para encarar la etapa de cambios forzados que se avecina.
La reducción de los subsidios a la energía fue el puntapié inicial de las correcciones inevitables a los excesos de los últimos años que derivaron en deterioro fiscal y de las reservas, fuga de capital, atraso cambiario y, “last but not least”, una inflación muy por encima de los valores compatibles con la racionalidad económica. Como el populismo sólo podía agravar el cuadro se amagó con una corrección. De allí que insistir con el gabinete del primer mandato no resulta la mejor señal para mejorar las expectativas de los agentes económicos.
Es de conocimiento público, de todas maneras, que los ministros son simples ejecutores de decisiones ajenas y que, por lo tanto, de las designaciones en el gabinete difícilmente se deduzca el rumbo futuro. El nuevo ministro de Economía, Hernán Lorenzino, por ejemplo, es un experto en finanzas, pero no fue elegido por esa condición.
Los ministros de Economía K no formulan políticas, se limitan a aplicarlas. Por eso Roberto Lavagna debió irse cuando se convirtió en un obstáculo para el uso de la caja con fines electorales. Por eso no aceptó el cargo Miguel Peirano y Mario Blejer nunca constituyó una opción real. Por eso Felisa Miceli llegó al Palacio de Hacienda y Martín Lousteau, que sabía que su tarea principal consistía en llenar la caja, promovió las catastróficas retenciones móviles. Por eso el ascenso meteórico de Amado Boudou después de que propuso confiscar los ahorros de los jubilados cautivos de las AFJP para pagar gasto corriente. Con esa jugada ganó la confianza presidencial aunque a costa de aumentar la desconfianza de los operadores sobre el valor de las reglas de juego económico en la Argentina, algo que ahora se intenta revertir.
¿Qué se espera de Lorenzino? Que mantenga llena la caja, fuente de toda razón y justicia. Para eso se retiró del cargo encajándole bonos a la Anses por unos mil seiscientos millones de dólares. En las demás áreas económicas la presidenta consulta a Moreno, De Vido y Marcó del Pont.
¿Podrá el nuevo ministro recuperar el equilibrio de las cuentas públicas? No con financiamiento externo, porque debería llegar a un acuerdo con el Club de París y el FMI, para evitar el pago al contado, algo que hoy parece lejano. El nuevo ministro tiene buenos contactos con el establishment financiero, pero no hace milagros.
En suma, lo central no es un ministro, ni un gabinete, sino un gobierno que quiere créditos, pero no acepta las condiciones de plaza; reclama inversiones, pero nunca se sabe a qué empresarios beneficiar y a quienes perjudicar ; que fustiga a las corporaciones y les exige colaboración. Lo único que se sabe es que los ministros recitan el libreto escrito por un solo guionista que cultiva el secreto y adora las sorpresas, costumbres desaconsejadas para mejorar la previsibilidad. Si a esto se agrega que cuenta con un poder casi absoluto, nadie puede creer que los capitales se atropellarán para radicarse bajo su sombra. En especial, si a causa de los problemas estructurales generados por el “modelo” (alta inflación, baja productividad) y la crisis global que se insinúa, tiene por delante un puja por el ingreso de pronóstico reservado y con los sindicalistas en estado de beligerancia.
Fuente: La Prensa (Buenos Aires)