Mi tierra ya no es sólo mía

Paradojas de la vida, mi tierra ya no es sólo mía y la de ellos, ya no es sólo suya, porque también es mía. Porque hay un pedacito de Buenos Aires en mi corazón, y me pertenece.“Mi tierra ya no es sólo mía”

Eso es lo que yo siento, el corazón partido, y no porque, como dijo Alejandro Sanz alguien me lo haya roto, sino porque como cantaron durante décadas nuestros ancestros, cuando uno se va, cuando uno emigra, su corazón se queda, en parte, en el lugar de origen.

Pero otra parte de ese mismo corazón acompaña al emigrante allá donde vaya, y de a poco, de manera imperceptible, se va adueñando del nuevo “terruño”.

Es tal la transformación del corazón y del sentir que cuando uno vuelve, ya no sabe dónde vuelve, porque al volver deja de nuevo parte de su corazón atrás, y así, en un eterno devenir, casi un eterno retorno, uno, yo en este caso, se da cuenta que ya no es de aquí ni es de allí.

Y es que el que emigra experimenta una sensación que a mi me ha dado por denominar el “síndrome del emigrante”: pareciera que ya no está completo en ningún lugar, ni en el de origen ni en el de adopción, y cada vez que vuelve, extraña, y cada vez que regresa, extraña. Y el extrañar empieza a formar parte de la idiosincrasia de uno.

Hoy, sin ir más lejos, me sucedió. Viajaba tranquilamente en un tren de cercanías desde la estación central de Sants, Barcelona, a Castelldefels playa, mi hogar durante muchos años. Iba sentada mirando por la ventana disfrutando, casi de manera cotidiana, de un paisaje muchas veces visto más en la memoria que en la retina cuando de repente una música me alejó del entorno.

En un vagón más allá, los acordes inconfundibles de la Cumparsita tocados a violín y acordeón se acercaban, y al escucharlos me hicieron estremecer.

Ese escalofrío que todos alguna vez hemos sentido recorrió mi columna, desde la raíz hasta la nuca, y si no hubiese sido porque me contuve, mis ojos se habrían humedecido. La verdad que me sorprendió mi propia reacción ante esa música que adoro, el tango, y que sabe diferente escuchada fuera de Buenos Aires.

Cuando uno de los músicos, que eran una mujer, me sonrió y me dio las gracias por mi propina reconocí al instante el “grácias” porteño que hace días que no escucho.

Dos asientos más adelante un grupo de tres personas fueron también generosos en su propina y al instante supe que mi emoción por escuchar un tango en el exterior era un sentimiento compartido por aquel trío que al parecer habían hecho el viaje inverso al mío.

Ellos, argentinos, vivían en mi tierra, yo, catalana, vivo en la suya.

Paradojas de la vida, mi tierra ya no es sólo mía y la de ellos, ya no es sólo suya, porque también es mía. Porque hay un pedacito de Buenos Aires en mi corazón, y me pertenece.

Fuente: Anna Quero
anna.quero@gmail.com