Entre el corralito cambiario y el “capitalismo en serio”

Las medidas de represión cambiaria no sólo no detuvieron la sangría del Banco Central, que siguió vendiendo dólares de sus reservas para evitar que la demanda disparase la cotización, sino que parecieron agravarla. Un clásico.

* Por Jorge Raventos

Desde el último día de octubre, después de haber lanzado a 4500 inspectores de la AFIP y a una legión de policías, gendarmes y prefectos a controlar las casas de cambios, y de establecer un control masivo, de criterios desmedidos, herméticos y discrecionales sobre los buscadores de dólares, en el gobierno cundió el desasosiego: ¿no estarían acariciando a un tigre? Muchos se preguntaron si Néstor Kirchner, de seguir con vida, hubiera avalado una agresión de ese tipo contra los ahorristas, si no hubiera sido más cauteloso, si no hubiera temido las reacciones sociales que puede provocar un “efecto corralito”. Esas preguntas constituían críticas disimuladas.

Por lo demás, las medidas de represión cambiaria no sólo no detuvieron la sangría del Banco Central, que siguió vendiendo dólares de sus reservas para evitar que la demanda disparase la cotización, sino que parecieron agravarla. Un clásico.

Otro más: el primer reflejo oficial para juzgar la corrida postelectoral fue denunciar una conspiración (“son tres o cuatro empresas”, explicó Amado Boudou, “y la actitud de ciertos medios de comunicación”). El argumento lucía sincero pero inconsistente: ¿cuál era el sentido de esa perdigonada coactiva para impedir que jubilados y pequeños ahorristas pusieran en dólares sus ahorros o sus previsiones turísticas si el gobierno contaba con información precisa sobre un puñado de conspiradores?

Para colmo de males, la señora de Kirchner, motor o árbitro de todas las decisiones, estaba a punto de viajar a Cannes, donde se entrevistaría al fin con Barack Obama. ¿Debía partir dejando detrás una situación inflamada? El fracaso de las primeras medidas, sumado a la perspectiva del viaje y la entrevista impulsaron a la señora a dibujar un suave repliegue, en principio una maniobra táctica destinada a esperar y ver, así como a cambiar de tema: de ese modo surgió la conferencia de prensa encomendada a los ministros Julio De Vido y Boudou (este tuvo que deshacer las maletas y perderse el viaje a Francia y el encuentro con Obama). Había que hablar de subsidios y dejar de hablar de dólares y prohibiciones.

En verdad, los ministros no tenían mucho para decir, porque el tema está poco estudiado. Lo reconocieron, a su manera; anunciaron la formación de un grupo de tareas que analizará qué subsidios deben suprimirse, cuáles tienen que retocarse, cuáles permanecerán. Una comisión, bah. Para estudiar lo que, evidentemente, no se estudió durante ocho años.

Durante ese tiempo hubo muchos sectores que se beneficiaron con subsidios que no necesitan, pagados por todos los argentinos. Lo admitió el ministro de Economía. Claro está, no lo expresó de ese modo, sino por la vía inversa, como promesa sobre el porvenir y no como diagnóstico sobre el pasado y el presente: “Nadie puede recibir un subsidio que no necesita porque eso lo termina pagando el resto de los argentinos”, verbalizó él. Lo cierto es que de la conferencia de prensa surgió la información de que, por caso, bingos y casinos han sido subsidiados. Y que ahora dejarán de estarlo.

Lo poco que tenían para decir los ministros estaba referido a una porción mínima de la masa de 65.000 millones que el Estado sufraga por subsidios. Anunciaron recortes por el 1 por ciento de esa cifra.

Pero lo relevante del discurso en esta ocasión estaba en lo cualitativo, más que en lo cuantitativo. Al anunciar un inicio de discusión sobre la política de subsidios el gobierno estaba haciéndose cargo de una de las causas de la inflación, que hasta ahora se negaba a asumir como un problema. Como síntoma, el anuncio de los ministros implicaba un (al menos momentáneo) cambio de dirección, comparada con la orientación “morenista” de las jornadas anteriores.

Una semana atrás anotábamos en esta columna que “la decisión de la Presidente de afrontar estos desafíos (la corrida hacia el dólar) con la biblioteca Moreno constituye para muchos una señal del rumbo que piensa adoptar;(…) algunos analistas sostienen que ya optó por más de lo mismo o -¡peor aún!- por la profundización del modelo y hay que admitir que los primeros reflejos inducen a esa conclusión”. Pero señalábamos que antes de precipitarse en conclusiones quizás “ convendría esperar al menos hasta la importante charla que ella mantendrá en Cannes con Obama”.

Las vacilaciones, danzas y contradanzas del gobierno reflejan las dificultades que afronta, más allá de la abrumadora cosecha de sufragios de dos domingos atrás, para dar satisfacción a las contradictorias expectativas que se resumieron en ese resultado electoral. El gasto público se viene incrementando sin contención muy por encima del crecimiento de la producción y del aumento de la recaudación; la inflación supera los 20 puntos y el dólar, que el gobierno insiste en mantener sofrenado, luce como una de las mercaderías más baratas. El Banco Central perdió más de 2.000 millones en octubre y el 15 por ciento de sus reservas en los últimos tres meses (es decir, en el período que incluye las dos grandes victorias electorales del oficialismo: agosto y octubre). La señora de Kirchner escucha a sus consejeros (enfrentados en sus recetas) y deshoja la margarita entre las medidas de intervencionismo áspero (meter mano en cajas ajenas, en “rentas extraordinarias”) y las que implican un “retorno al mundo y a los mercados”.

En Cannes, ante Obama, su apología de “un capitalismo en serio” y su elogio a las empresas estadounidenses que operan en Argentina mostraron uno de los movimientos del péndulo. Días antes, una interpretación sesgada de la idea de “primacía de lo político” había impulsado la Guerra del Dólar, aunque la mentada primacía de la no sirve para abolir la ley de gravedad ni tuerce la economía o la realidad.

En formaciones políticas más orgánicas, la diversidad de opiniones y hasta la defensa de intereses diferentes o contradictorios se suele expresar en la organización de alas y tendencias, que transmiten presiones y puntos de vista y al mismo tiempo contienen a sectores y le dan estructura y consistencia a la gestión. El oficialismo, con la enorme cuota de centralización y personalización de las decisiones tiende a sofocar el juego más o menos autónomo de las corrientes internas, sospecha de los liderazgos que puedan competir con la figura central. Las tensiones no desaparecen, por cierto; se expresan espasmódicamente, se concentran sobre el vértice. En momentos de auge económico todo queda acolchado, moderado, contenido, disciplinado. Cuando los recursos escasean, la autoridad central empieza a erosionarse, es interpelada por varias o todas las expresiones que componen su arco de fuerzas, mientras debe dar respuesta a otros actores y protagonistas. Cuando las tensiones crecen, la conducta pendular puede convertirse en un verdadero frenesí.

Después de Cannes y de la conversación con el presidente de Estados Unidos y después de las medidas de control cambiario impulsadas en las primeras jornadas de gobierno posteriores al triunfo electoral, hay que seguir gobernando. Todos los movimientos y decisiones de la Presidente, sean avances o repliegues, se le tornarán políticamente más costosos.

Las facturas no provendrán tanto de un arco opositor que aún no termina de digerir y administrar la derrota, sino más bien del seno de la coalición oficialista y de una opinión pública insatisfecha en sus expectativas.

Algunas victorias también son difíciles de administrar.

Autor de Nota: Analitica.com