Italia entra en la era post-Berlusconi

Los mercados financieros han tumbado a Silvio Berlusconi, que el sábado a última hora de la tarde presentó la dimisión como primer ministro italiano. Ni las urnas ni la justicia, por los presuntos delitos que se le atribuyen, habían conseguido descabalgar del gobierno a Il Cavaliere, que se ha mantenido en el poder 18 años. Ha sido la enorme desconfianza suscitada en los últimos meses por su falta de seriedad política, económica y personal la que le ha llevado hasta una humillante claudicación, tras haber puesto al país al borde de la bancarrota.

La Unión Europea, en plena tormenta financiera por la crisis de la deuda pública, no podía tolerar más engaños y frivolidades del primer ministro de la tercera potencia comunitaria, ya que ponía en riesgo la estabilidad del propio euro. Esto explica que el eje germano-francés, liderado por Angela Merkel y Nicolas Sarkozy, haya presionado al máximo para forzar el drástico y rápido relevo del primer ministro por una figura de su confianza, como es Mario Monti, que está en las antípodas de Berlusconi por su formación, rigor y trayectoria profesional, en un desesperado intento de restablecer la confianza de los mercados financieros en la solvencia de Italia y, por ende, en la moneda única.

¿Pero es Berlusconi el único culpable de la desastrosa situación económico-financiera de Italia? ¿O lo es también el pueblo italiano, que lo ha mantenido en el poder con sus votos? La respuesta la tendremos a partir de ahora, a la vista de lo que pueda hacer su sucesor para ajustar las cuentas públicas del país, algo que exigirá duros sacrificios. Para ello Mario Monti necesita un gobierno fuerte que disponga del máximo acuerdo político. Le ayudará la supervisión de las instituciones europeas y del FMI, ya que Italia es –de facto– una economía intervenida. La tarea, sin embargo, no será nada fácil. Berlusconi deja un país dominado por el corporativismo, el clientelismo, los privilegios de todo orden, la corrupción y el fraude fiscal. Fue recibido en su día como el salvador de Italia, pero lo único que ha hecho es consolidar los malos hábitos del país.

¿Podrá respirar tranquilo el mundo ante la nueva senda que ha tomado Italia? Mucho más que hasta ahora, seguro que sí. Italia es una de las siete grandes economías del planeta, es innovadora y competitiva, y mantiene controlado el déficit público. El temor a que suspenda pagos proviene de su enorme deuda pública, una de las mayores del mundo: dos billones de euros, que equivalen al 120% del PIB. La hoja de ruta del nuevo gobierno para evitar el desastre, bendecida por la Unión Europea, está ya definida en el plan de ajuste aprobado el sábado por el Parlamento, en el que, sin embargo, se echa en falta alguna medida que permita hacer aflorar la ingente cantidad de dinero negro del país, lo que supondría un gran alivio financiero.

Pero nada de lo que haga Italia dará resultado para estabilizar el euro si Alemania no autoriza al Banco Central Europeo a comportarse como un auténtico banco central europeo –valga la redundancia– y la entidad asume, como tal, su papel de último garante de la deuda pública. Italia, como los otros países periféricos, necesita tiempo para corregir sus errores. Y también necesita crecimiento, algo que también depende de Alemania, en la medida en que active su demanda interna. Y, por supuesto, necesita el respaldo de unas instituciones europeas ágiles en la toma de decisiones. Italia es el gran problema del euro, pero no el único.
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