La corrida dejó en evidencia que el esquema atomizado que heredó de Néstor Kirchner no funciona con su estilo de liderazgo global y menos enraizado en el minuto a minuto del pulso económico. La superposición de medidas y actores, la falta de coordinación y los barquinazos que agravaron la crisis, revelan que acaso haya llegado la hora de unificar la conducción económica.
“No me jodan con esto de la ley de entidades financieras ¿Se creen que voy a pelearme con los banqueros, que manejan el mundo, por 500 millones? Eso de pelearse con los bancos es de boludos”, sentenció Néstor Kirchner cuando un sector del kirchnerismo empujaba esa norma.
El ex presidente dejó un vacío en la conducción económica del gobierno que ahora se puso a prueba y el resultado fue decepcionante. Es evidente que el sistema de atomizar el área en distintos protagonistas (Boudou, Del Pont, Giorgi, Moreno, Echegaray) tenía sentido cuando existía Kirchner para articular ese sistema de conducción sui generis de decisiones cotidianas.
Hoy esa llave que cerraba el circuito no existe y lo que se observa son superposiciones inconexas de medidas. Cristina Kirchner se encuentra entonces vistiendo un traje que no fue confeccionado para ella y el desacople es evidente. En la efectiva pareja de poder que construyó con su marido, ella siempre se destacó en el plano político electoral y él además de ser el jefe, era el hombre de los números.
No es indispensable que un líder político sea su propio ministro de Economía, incluso se podría argumentar que no es aconsejable porque se pierde una instancia de validación final y problematización de las decisiones del área, para reevaluarlas. Pero lo que está quedando en evidencia es que en un liderazgo presidencial más tradicional como es el de Cristina, que se enfoca en los grandes trazos, es indispensable contar con una contraparte solvente y con poder de decisión en el área económica.
El modo de ejercer el poder de Cristina acaso sea más parecido al de Carlos Menem que al de su ex marido, con un Presidenta mas posicionado en el liderazgo político que en la gestión cotidiana. Lo que la crisis estaría demostrando es que a la Presidenta le está faltando un Cavallo o un Roque Fernández –claro que de su signo político ideológico- que le administre un área que ya no funciona en piloto automático.
El problema de la velocidad
Se da en esta crisis otra circunstancia que denota una inconsistencia adicional en un sistema de conducción que demostró ser muy eficaz en lo político, pero que es peligrosísimo en una crisis financiera como la que enfrenta el Gobierno: el manejo de los tiempos. Cristina enfrió todo el proceso político y concentró las decisiones. Esto le sirvió para digitar candidaturas y marcar el tono y el ritmo de la campaña.
Esa receta aplicada a la actual crisis, demorando por meses medidas necesarias en el área económica, precipitó la respuesta de los mercados cuando consagrada la reelección vieron que las preguntas centrales (¿Cómo se enfrentarán los problemas de alta inflación, déficit fiscal y atraso cambiario?) seguían sin respuestas.
Cuando se disparan estás crisis es muy difícil para los gobiernos tomar la delantera, existe un problema de velocidades. El proceso de toma de decisiones de la política va muy a la zaga de los operadores del mercado. Se está viendo en Estados Unidos y en Europa, donde los líderes aparecen siempre detrás de los acontecimientos.
¿Cuál hubiera sido la reacción de los mercados si en el discurso de la noche de su triunfo, Cristina hubiera anunciado el recorte de subsidios? ¿Si hubiera trazado líneas de acción concretas para recuperar el superávit?
Se perdieron oportunidades y ahora el gobierno aparece en una posición de debilidad, anunciando medidas que contradicen su discurso de años; y lo más grave, lo hace luego de fallar en toda la línea en su intento de resolver la crisis del dólar por la vía de la “profundización” del modelo en su sesgo regulador y estatista, revelando además la ineficiencia profunda de organismos claves como la AFIP.
Acaso al inicio de la corrida el kirchnerismo decodificó el problema como una nueva oportunidad de enriquecer su saga de lucha contra las corporaciones. Está claro que Kirchner nunca pisó ese palito. Una cosa es la ley de medios y otra muy distinta intentar disciplinar a los mercados a fuerza de inspectores y gendarmes.
Es que “los bancos” son como un holograma que flota sobre el dinero de otros. Intervenir sobre esas instituciones requiere de una sintonía sofisticada para que el castigo no recaiga sobre ahorristas y empresas, y en todo caso termine provocando una recesión, una hiperinflación, un corralito o cualquier de las calamidades que los argentinos tiene demasiado presentes y que el gobierno en su torpeza de estos días se esforzó en refrescar.
Como era previsible, en ese marco abundaron las teorías conspirativas y uno de los principales blancos fue el titular del Banco Macro, Jorge Brito, a quien le adjudican manejar la mesa de dinero más grande del mercado, que habría hecho enormes diferencias en la corrida. Cristina se habría sentido defraudada con Brito, y las olas de esa indignación habrían alcanzado a Boudou, su hombre más cercano en el Gobierno.
Como sea, ahora la crisis empezó a mutar de cambiaria a financiera y ya se está haciendo sentir en la economía real. En su velocidad estos proceso unen puntos que se imaginaban inconexos. Por ejemplo, la gente se asusta porque no la dejan comprar dólares y empieza a retirar depósitos de los bancos. Por eso fue necesaria ayer una urgente intervención de la Anses, para fondear al menos a dos instituciones que pasaron sofocones. Se producen así combinaciones insospechadas y reacciones de retroalimentación, que multiplican los frentes.
La buena noticia es que hoy por primera vez en mucho tiempo el kirchnerismo pasó de la represión del problema a atacar sus causas. El anuncio de la eliminación de subsidios, anticipa serios problemas políticos para el discurso del Gobierno, pero revela que el ADN peronista y su formidable capacidad de supervivencia sigue presente.
Los peronistas suelen ser estatistas y distribuidores cuando tienen plata, y mutan a posturas mas fiscalistas y acaso neoliberales cuando esta se evapora. Ese pragmatismo lejos de ser una debilidad es una de las fortalezas que explican la tremenda vigencia de ese movimiento político.
Sin embargo, es evidente es que Cristina necesita nuevos actores, un nuevo sistema de decisión y lo más importante de administración del poder, para enfrentar la nueva etapa. Ya nada será como fue, eso es acaso lo único que está claro.
Lula fundó el Partido de los Trabajadores, pero cuando llegó al poder nombró al frente del Banco Central de Brasil a Henrique Meirrelles, un ex presidente del Bank Boston emparentado con el sistema financiero internacional. Y respetó sus decisiones.
Cristina como Lula aparece como una líder de tipo carismática, con una mirada global sobre el rumbo que quiere para el país. Pero están quedando en evidencia las limitaciones del equipo que tiene que cubrirle las espaldas. Un equipo que en gran medida fue modelado para articularse en torno al eje de su marido.
La Presidenta enfrenta un problema político y económico de primera magnitud que no se va a resolver sólo, ni con el voluntarismo de Guillermo Moreno. Y requiere no sólo las medidas adecuadas ejecutadas por los hombres indicados, sino una reinvención de su estilo de administración del poder.
La crisis también es muy interesante porque permite medir el peso específico de los actores políticos. Fue demasiado evidente que el gobierno pareció flamear estos días en una cadena de declaraciones entre intrascendentes y desafortunadas, hasta que apareció Julio de Vido. Es notable como este ministro suele aparecer cada vez que las papas queman en serio, como ocurrió cuando Hugo Moyano estuvo a minutos de lanzar un paro nacional contra el Gobierno.
Esto acaso lleva a preguntarse de qué sirvieron todas las energías puestas en construir la épica de La Cámpora, de los “nuevos” liderazgos prefabricados al calor del presupuesto del Estado, si cuando el momento exige poner el cuerpo, o no aparecen o es poco y nada lo que pueden aportar. “En 2008, cuando se venía abajo el Gobierno, fue Camioneros, fue Moyano, los que llenamos la Plaza de Mayo, los que estuvimos en la ruta cuando prácticamente había un golpe de Estado», recordó hoy Pablo Moyano. No parece casual que De Vido sea el ministro que más insista en la inutilidad de pelearse con Moyano.
Los actores del poder real pueden no ser muy glamorosos, pero cuando tiemblan los cimientos, la sociedad olvida en segundos sus veleidades y busca garantías de gobernabilidad. Estaba demasiado claro que una crisis que estaba campeando en Estados Unidos y Europa, que ya empezó a golpear a Brasil, iba a llegar a la Argentina.
La marea encuentra al gobierno con una larga lista de deberes sin hacer. Las decisiones que tiene que tomar no van a ser fáciles y todas implicarán costos políticos iniciales, pero Cristina tiene cuatro años por delante y acaso Bachelet sea un buen espejo en el que mirarse.
La Presidenta de Chile inició el mandato con medidas duras que le valieron una baja en su popularidad, pero tuvo la visión de atesorar fondos que fueron vitales para pasar la crisis del 2008 y terminó su mandato revalidada como estadista y con índices de aceptación superiores al 70 por ciento. Acaso haya terminado el tiempo en el que era posible creer que gobernar era un arte sin costos.
Fuente: lapoliticaonline.com