El 18/10, don Julio captó señales de todo tipo. Lo aprobaron por unanimidad en la AFA, pero sabe que su poder está condicionado.
Hoy, la Argentina renueva su compromiso con la democracia mediante el voto popular conseguido en 1983 tras la larga noche de la dictadura militar. Es una jornada de júbilo y de esperanza, cualquiera sea la posición política que se tenga. Cinco días atrás, una de las entidades que más sufrió intervenciones del poder político desde su creación, fue el escenario de una puja de poder que estuvo lejos de terminar en una votación de 46 asambleístas. La Asociación del Fútbol Argentino comienza a vivir una etapa de refundación, la cual estará atravesada por cambios estructurales previstos para el período presidencial que finalizará en octubre de 2015.
El noveno período de Julio Grondona al frente de la AFA encontrará a su conductor dividiendo su tiempo en dos ciudades, Buenos Aires y Zurich, no teniéndose en claro en cuál de éstas se asentará más; la tercera queda a pocos kilómetros de Asunción, donde está la sede de la Conmebol.
Que Grondona ya había pensado delegar poder político en la formación de comisiones es un secreto a voces que se viene manejando desde el Mundial de Sudáfrica en adelante. Un encuentro fugaz, en la confitería del hotel Michelangelo, en Sandton, Johannesburgo, con periodistas argentinos – este enviado especial de Los Andes lo corrobora – alimentó la hipótesis inicial. La FIFA, en primer término, y la Confederación Sudamericana, en segundo lugar, desvelan al titular afista en esta etapa en la que comenzó a transitar su octava década de vida.
Grondona apostaba fuerte a que su imagen pública repuntara a partir de un logro, el cual hubiera sido la consagración del seleccionado argentino en la pasada Copa América. Había ungido al frente de la Selección a un dócil Sergio Batista tras haberse sacado de encima al díscolo Diego Maradona y el proyecto pre Brasil 2014 iba a marchar viento en popa comandado por – lo que se presumía – la figura ascendente de Lionel Messi con la albiceleste.
Quién sabe qué hubiera pasado si Argentina ganaba el título, algo que se le niega desde 1993 (Copa América de Ecuador, la última conquista importante hasta hoy). Quizá, en la elección del lunes pasado, en la AFA, Grondona le hubiera cedido el sillón a uno de sus acólitos y se hubiera llamado a adoptar la pose patriarcal de quien convalida con el pulgar en alto desde un cómodo sofá.
Grondona, con afinidades políticas al balbinismo en los ’70, fue encontrando su lugar en el mundo a partir de Alfredo Cantilo, quien condujo a la AFA entre 1976 y 1979, luego de, entre otros gobiernos de transición, diez interventores desde el golpe militar de 1955 hasta la llegada del dictador Videla. Lejos de producirse un recambio natural con el retorno del período democrático, el presidente de la AFA supo tejer alianzas con el oficialismo y la oposición de turno, sin medir distancias ideológicas. Parafraseando la canción de Enrique Pinti, pasan los militares, los radicales, los peronistas…todo pasa y todos pasan, mientras don Julio queda.
A mediados de 2009, Grondona captó antes que nadie que su conveniencia política estaba en asociarse a la concreción del proyecto “Fútbol para todos”. Por entonces, las encuestadoras más serias del país le daban una imagen negativa casi total. Su poder tambaleaba y se dedicó a su jugada preferida: patear el tablero y ganar tiempo hasta que las piezas se reacomodaran.
Si algo obsesiona a don Julio es la brillantez en la oratoria y en la comunicación de ideas de la cual hacen gala dos de los integrantes de su mesa chica: José Luis Meiszner y Germán Lerche. Uno surgido de Quilmes y otro de Colón, junto a los representantes de Argentinos Juniors, Godoy Cruz y Arsenal, se transformaron en su grupo de contención dentro de la AFA. Ninguno de estos dirigentes pertenecía a los cinco grandes clubes tradicionales del fútbol argentino, sino todo lo contrario. Y se fueron transformando en virtuales ministros del presidente, con preponderancia a la hora de formar parte de su círculo aúlico.
Grondona, tras una primera etapa de sorpresa, se fue acomodando a la idea de que su relación con Balcarce 50 no era tan sólida como pensaba. Y fue captando señales de que debía fortalecer su espacio propio porque los embates de Daniel Vila tendían a demostrar que su lugar en el centro de la escena ya estaba cuestionado. Hoy día, inclusive, le molesta la falta de información fidedigna respecto de cuánto será el monto definitivo de la renovación del vínculo con Fútbol para Todos. Esperaba una cifra cercana a los $1000 millones, pero hasta ahora encontró un silenzio stampa que lo tiene intranquilo, aunque – por ahora – no preocupado; cree que saldrá victorioso una vez más. Cree.
El lunes pasado, Grondona se enfrentó a un escenario convulsionado. La Asamblea estaba por sesionar y Vila montaba un show mediático en la puerta de la AFA. Un veterano hombre de la política como él fue dándose cuenta con el correr de los minutos de que ninguna señal llegaba desde la Casa Rosada para evitar la irrupción del presidente de Independiente Rivadavia con su reclamo.
Lejos de interpretarlo como un sainete, don Julio sabe que desde mañana hasta fin de año comenzará un bimestre de negociaciones con marchas y contramarchas, y en las cuales Meiszner y Lerche – sus preferidos – deberán hacer gala de su muñeca política para evitar que crezcan los Raffaini desde adentro y los Vila desde afuera. Un punto de encuentro entre estos sectores podría significarle una piedra en el zapato.
«El día de cambio llegará cuando los dirigentes del fútbol lo determinen. Tenemos muy en claro que hay muchas cosas para mejorar en el fútbol argentino; pero la vía judicial es una cuestión burlesca. Ni el mismísimo Trotsky se animaría a criticar esta forma de representación», fueron las tres frases más significativas del discurso de Meiszner mientras se desarrollaba la Asamblea del 18 de octubre.
Meiszner, que impulsaba el pensamiento de Grondona, no sólo lanzaba mensajes entrelíneas a Vila, sino también a cualquier eventual intromisión gubernamental. Después de todo, negociar desde ahora con Carlos Zannini, secretario legal y técnico de la presidencia, puede resultar más trabajoso que con Aníbal Fernández. Pero citar a Trotsky como punto de referencia es, cuanto menos, una frase arriesgada en un contexto gatopardista, en el cual don Julio siempre prefirió el “todo pasa” para que “nada cambie”.
Fuente: Los Andes