Primera derrota. La Gloria, que jugó casi 60 minutos con un hombre menos, le ganaba 1-0 a Central en Rosario, pero se metió muy atrás. Así, el local lo dio vuelta 2-1, dejó sin invicto al albirrojo y se trepó a la cima. Para Franco, la caída fue justa.
El pitazo final del árbitro Diego Ceballos dejó expuesto el contraste de sensaciones ayer al mediodía en el Gigante de Arroyito.
Por un lado, una mayoría bulliciosa, casi 32 mil hinchas de Rosario Central, que celebraba el triunfo sin reparar en lo costoso y deslucido de su esencia, y que sacaba pecho por la condición de puntero.
Por el otro, la minoría silenciosa, los 2.300 simpatizantes de Instituto, que en lo alto de una de las populares se había quedado con las ganas de pescar algún punto a orillas del Paraná y al menos mantener la “chapa” de invicto, aunque fuera a puro y exclusivo aguante.
Franco fue franco
En eso estaban unos y otros cuando Darío Franco, el DT de la Gloria, entró al campo de juego, saludó a la pasada a su colega Juan Antonio Pizzi y luego se reunió con sus jugadores para prácticamente exigirles que fueran a rendirle tributo al aliento de su gente.
En su procesión hacia la mitad de la cancha, Franco se topó con el referí y le dedicó algún reproche. “Lo que le dije queda entre él y yo”, señaló después el entrenador albirrojo ante la consulta de Mundo D, y de inmediato reveló que por ese incidente en la planilla del partido quedó constancia de su expulsión.
A la hora del análisis, Franco no anduvo con vueltas: “Ellos hicieron los méritos para ganar el partido, y lo ganaron. La victoria es justa. Quisimos defendernos en nuestro terreno para salir de contragolpe, pero terminamos defendiendo en nuestra área y eso nos costó caro”.
Esa fallida estrategia fue la que le impuso al planteo de Instituto la inferioridad numérica en la que debió afrontar los últimos 10 minutos del primer tiempo y todo el segundo segmento del partido.
Dos infracciones e igual cantidad de tarjetas amarillas le interrumpieron a Franco Canever una seguidilla de 20 compromisos con asistencia perfecta y lo obligaron al equipo cordobés a repensar un partido que ya lo había hecho sufrir con un tiro libre de Ricardo Gómez y un increíble yerro de Rodrigo Salinas, y en el que sólo había arrimado peligro con un tempranero intento de Damiani.
Pero en el momento de mayor adversidad, la suerte le sonrió a la visita: a los 40 minutos, un pelotazo largo de su capitán terminó en los pies de Fileppi, quien definió cruzado y dejó estático a Broun y mudo al estadio “canalla”.
Entusiasmados
En ese momento, muchos se entusiasmaron con la posibilidad de que el gol del “10” albirrojo pudiera quedar en la historia, y no sólo por ser el número 1.600 de Instituto en los campeonatos de la AFA.
La insistencia y el empuje de Rosario Central y la falta de una resolución estratégica adecuada, por el lado de los cordobeses, se encargarían de hacer añicos aquella ilusión.
“Pensamos que si nos juntábamos más y los esperábamos, tendríamos la chance de definir el partido de contragolpe, pero ellos presionaron muy bien y la verdad es que se nos hizo muy difícil aguantar”, comentó Facundo Erpen al hacer una evaluación de los 45 minutos finales.
Sin milagro
El desenlace fue más que previsible: el conjunto local sumó gente en ofensiva, acrecentó la figura del arquero Julio Chiarini, se repitió en centros y por esa vía logró dar vuelta el partido, con un penal de Paulo Ferrari y un toque de Gonzalo Castillejos.
“La expulsión fue determinante porque ellos aprovecharon muy bien el hombre de más. Quizá nos faltó tener un poco más la pelota”, agregó Claudio Fileppi a la hora del balance.
Sin la posesión de la pelota y sin más situaciones de riesgo a favor, en realidad hubiera sido un milagro que Instituto reeditara aquellos dos únicos y lejanos festejos de 1984, en un historial entre ambos equipos que ya acumula 274 partidos disputados.
Fuente: Mundo D