Los jóvenes K coordinaron el cierre de campaña de la presidenta en el Teatro Coliseo. Pero en la previa hubo complicaciones para entrar y algunos dirigentes de renombre casi se quedan afuera. El jefe comunal de Ezeiza se enojó porque no podía entrar y se fue a comer una pizza.
Los actos de cierre de campaña suelen ser tumultuosos y complicados de controlar. Y si bien se esperaba que el de Cristina Kirchner en el Teatro Coliseo no escapara a la regla, en la previa tuvo momentos de forcejeos e insultos arrojados al aire.
Es que la organización estuvo a cargo de La Cámpora, la agrupación de jóvenes kirchneristas que suelen acompañar los actos del Gobierno para darles color con sus cánticos, pero no suelen estar a cargo de la seguridad de los eventos.
Eso se hizo notar, puesto que fueron los propios dirigentes kirchneristas quienes sufrieron en carne propia el habitual padecimiento para ingresar a este tipo de acontecimientos que tiene la prensa o los propios militantes, que como no pueden entrar todos, terminan amontonados en la calle.
El acto estaba anunciado a las 19, y los intendentes, diputados nacionales y otros dirigentes fueron llegando con más de una hora de anticipación.
Pero rostros que aparecen todos los días en los medios –y por ende son conocidos para cualquier periodista– como el del abogado de la CGT, Héctor Recalde, el de su compañero de bancada en el Congreso, Edgardo Depetri o el de algunos intendentes del Conurbano, no sirvieron como credencial para atravesar las vallas.
A medida que pasaban los minutos y no sólo seguían sin poder ingresar sino que padecían cada vez más los amontonamientos y sus consiguientes avalanchas, los dirigentes comenzaron a vociferar, algunos en tonos de broma y otros no tanto.
«Che Cavallo, abrí el corralito», gritó Recalde, mano derecha de Hugo Moyano. A su lado preguntaban si el acto era organizado por La Cámpora. Los propios militantes comenzaron a cantar “abrí la puerta, la puta que te parió”.
Como la espera se hizo angustiante para los dirigentes, que incluso recibieron algún cuestionamiento de los propios partidarios que esperaban allí –Depetri se tuvo que sacar de encima a una compañera de Lanús que lo acosaba con sus preguntas–, uno de los intendentes se pudrió y se fue del evento.
El intendente de Ezeiza, Alejandro Granados, prefirió irse a comer una pizza antes de seguir soportando el ninguneo de los encargados de la seguridad.
Cuando finalmente se abrieron las vallas y la gente empezó a ingresar como hormigas abalanzadas sobre un resto de comida, volaron algunas trompadas de aquellos que no estaban contentos con el forcejeo.
Fuente: lapoliticaonline.com