La frase de Fito Páez argumentando que la daba “asco” el voto de los porteños del pasado domingo, dejó abierto el debate sobre el alto grado de hipocresía que reina hoy en la Argentina, sobre todo en el arco oficial, que ve en los otros los errores que en sus filas pululan a montones. Por qué la tropa oficial apela a actos de fuerte hipocresía para ganar votos en la sociedad, y por qué los argentinos ven como normal este tipo de actos que en definitiva, perjudican a nuestro país
“El hombre emplea la hipocresía para engañarse a sí mismo, acaso más que para engañar a los otros”
Jaime Balmes (1810-1848 )
“Fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan”, así define a la hipocresía el Diccionario de la Real Academia Española. ¿Por qué empezamos este artículo definiendo este vocablo?, más que nada para sostener el alto grado de doblez y de simulación que reina hoy en día en el kirchnerismo, que acostumbra a un doble discurso para captar el voto de ciudadanos desprevenidos.
Tras el acto electoral del pasado domingo en la ciudad de Buenos Aires, donde Mauricio Macri obtuvo un triunfo contundente por casi 20 puntos porcentuales de ventaja por sobre el oficialista Daniel Filmus, el cantante rosarino Fito Páez, sacó una carta en el diario filo K Página/12, en la cual aseguraba “da asco la mitad de Buenos Aires. A la mitad de los porteños le gusta tener el bolsillo lleno, a costa de qué, no importa, y lo que esa mitad está siendo o en lo que se está transformando, cada vez con más vehemencia desde hace unas décadas, repugna”.
Las palabras del artista abrieron la polémica en la sociedad sobre el voto del porteño en las elecciones, donde los cercanos al gobierno salieron a criticar fuertemente al habitante de la ciudad de Buenos Aires creyéndose los únicos capacitados para votar y ejercer ese derecho, tal como fueron los dichos del Jefe de Gabinete Aníbal Fernández, quien afirmó que «los pueblos tienen los gobiernos que se le parecen» y que «no me llama la atención que la Ciudad se parezca» al jefe del PRO, en razón de que «nunca vi a nadie que le importara tan poco un gobierno» como al habitante de la Capital.
Esta falta de respeto, tan característica en los funcionarios kirchneristas, que no aceptan otra voz que no sea la de ellos, es una de las tantas muestras de este doble discurso que sobresale hoy en día en el kirchnerismo, donde el “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago” demuestra el alto nivel de hipocresía con el que se maneja el poder oficial.
Este doble accionar del gobierno, tan típico de la clase dirigente nacional, no hace más que dejar en claro el doble discurso del kirchnerismo, que dice trabajar por la concordia y la unificación de los argentinos, y por el otro lado le atribuye distintas culpas sobre los males de la Nación a los que no comparten su ideología o maniobrar político.
Para los principales analistas de la realidad, esto no es más que una forma de eludir el debate político que se debe dar en la sociedad a futuro, desviando la atención de los principales temas nacionales. Sería interesante que los dirigentes actuaran para poder solucionar los grandes flagelos que azotan a buena parte de la población, como el hambre, la inseguridad y la pobreza, en vez de discutir temas menores que nada tienen que ver con las necesidades reales de una población asqueada de un discurso vacuo y carente de contenido por parte de su clase dirigente.
Lamentablemente debemos decir que nuestro país se ha acostumbrado en los últimos años a escuchar de boca de su clase dirigente la mayor cantidad de frases, que desvelan en el fondo, una profunda falsedad y falta de sentimientos hacia sus congéneres, y que sólo sirve para querer poner en el otro las facetas de la personalidad de uno mismo que se busca tapar y ocultar.
La hipocresía ha contaminado el discurso político de hoy, donde se dice una cosa, cuando en realidad se quiere decir todo lo contrario, pero que por conveniencia política no se lo dice, por miedo a la sensación que eso puede tener en la población. La hipocresía parece estar inmersa en el interior de cada uno de los políticos que nos representan en la función pública, que quieren aparentar algo que no son, y sabiendo que lo que realmente piensan está mal o hace daño a la mayor parte de la sociedad, lo ocultan hasta el momento de llegar a la cúspide, en el cual sacan a relucir su verdadero ser.
Especialistas en materia comunicacional afirman que gran parte de la culpa de tener una clase política hipócrita es de los mismos ciudadanos, que a la hora de votar no castiga a aquellos que hicieron de la hipocresía una forma cotidiana de vivir. Si se los castigara frecuentemente a estos personajes, seguramente la Argentina no sufriría tanto como lo que ha venido sufriendo en las últimas décadas, donde la verdad se ha desdibujado de tal manera, que es difícil encontrarla.
Este querer ser lo que no se es, como queda en evidencia en muchos de los casos más resonantes de la realidad nacional, tal como la defensa inmaculada de los Derechos Humanos por parte del matrimonio presidencial que en los años de democracia y hasta el 2003 nunca lo había tomado como una política de Estado en la provincia de Santa Cruz, y que una vez llegados a la Casa Rosada lo tomaron como base para captar al electorado progresista que se encontraba perdido tras la debacle de la Alianza.
La sociedad, hastiada de la política neoliberal imperante en los años ’90 y que llevó a que casi la mitad de la población se sumergiera en la pobreza y miseria extrema, “compró” el discurso de renovación política y dirigencial que encarnó el kirchnerismo desde la dialéctica, aunque el mismo nunca se llevó a cabo en la realidad, donde las caras son las mismas de siempre.
Personajes como Gildo Insfrán, Jorge Obeid, José Luis Gioja, Carlos Menem, Raúl Othacehé, Hugo Curto, Alberto Descalzo, Aníbal Fernández, Ramón Saadi, Amado Boudou, Julio De Vido, entre otros, más que representar la nueva política, lo único que hacen es simbolizar lo que la gente no quiere de su clase dirigente, y son todos hombres que hoy en día llevan adelante el ideario del gobierno nacional, defendiéndolo en todos los ámbitos políticos.
La naturalidad con que gran parte de la ciudadanía asume estas acciones de los dirigentes, es difícil de comprender en el mundo, donde actitudes contrarias a lo que se dijo en épocas de campaña electoral, son castigadas en las próximas elecciones, donde resultan humillantemente derrotados aquellos que mintieron a la sociedad para conseguir un fin. Recordemos sino lo que le sucedió a José María Aznar en marzo del 2004, cuando salió a decir públicamente que los autores del atentado a la Estación de Atocha había sido miembros de la organización terrorista vasca ETA, cuando ya tenían indicios de que había sido Al Qaeda, y el electorado español castigó esa mentira en las urnas, dándole el triunfo al socialista José Luis Rodríguez Zapatero, en detrimento del oficialista Mariano Rajoy.
Para que triunfe la hipocresía en la clase política de nuestro país, tiene que haber una sociedad que asimile estas acciones como naturales sin darles el castigo que realmente se merecen, por ir sencillamente en contra de los buenos actos. La sociedad argentina tendría que aprender de estas sociedades el castigo que se les da a aquellos que mienten y hacen de la hipocresía su principal arma política.
Por eso, se hace imprescindible un cambio en la mentalidad de la sociedad argentina, para que de esa manera también cambie la mentalidad de nuestra clase política, ya que los políticos son el fiel reflejo de la sociedad en la que viven. Si la sociedad cambia, la hipocresía se destruirá por sí misma, pero si se sigue como hasta el momento, los hipócritas se seguirán alimentando y la decadencia argentina irá en aumento.
Fuente: www.agenciacna.com