Un abogado y su hijo de tres años vivieron una mañana de terror ayer en su casa de Villa Urquiza. Dos desconocidos simularon ser clientes y cuando entraron a la casa los tomaron de rehenes. Ahí comenzó la tortura. Primero golpearon con ferocidad al dueño de casa y luego lo llevaron hasta un banco cercano a sacar plata. En el camino lo amenazaron con lastimar a su hijo si no entregaba toda la plata que tenía depositada.
La víctima se llama Enrique Coronado y vive con su esposa Nancy, también abogada, y con su pequeño hijo en una casa de Tamborini 5870. La mujer le aseguró a la prensa que el asalto estaba armado y que el ideólogo había sido su cuñado. “Yo tengo a mi cuñado que está preso desde enero, cuando casi mata a toda mi familia. Los delincuentes le dijeron a mi marido que venían de parte de él, evidentemente está loco. Está queriendo matar a toda la familia”, expresó la mujer.
El hecho ocurrió ayer a la mañana. Los ladrones tocaron el timbre y se hicieron pasar por delegados de un gremio de Avellaneda. A la empleada doméstica que los atendió le dijeron que habían acordado por teléfono días atrás una cita con Coronado por un juicio laboral. La señora los hizo pasar y los asaltantes la redujeron a ella y a otra empleada que trabaja en la casa. Esa fue la señal para que otros dos delincuentes que esperaban afuera, entraran.
En seguida subieron al primer piso y sorprendieron a Enrique en su habitación. Los golpes y lo gritos despertaron al nene que dormía en otra pieza, que al oír los ruidos comenzó a llorar.
Coronado les dio a los ladrones 1.500 pesos y algunas joyas de su mujer. Pero como el botín no los convenció, uno de ellos lo llevó cautivo hasta el banco Galicia de Constituyentes y Quesada, cerca de la casa de la víctima, para que sacara más plata.
Allí la víctima pudo alertar a un cajero que avisó a la Policía. Pero el ladrón se dio cuenta y huyó en el auto de la víctima. Presumiblemente les avisó a sus cómplices que se había frustrado el robo, ya que también abandonaron la casa antes de que llegara la Policía.
Fuente: La Razón