En la ciudad de Buenos Aires no existe una exigencia legal que obligue a instalar pararrayos en los edificios. En cambio, el Código de Edificación establece que la Dirección de Planeamiento Urbano será la que determinará la necesidad de instalar uno o varios equipos en obras que, por su altura o por sus características especiales, sean suceptibles de ser dañados por descargas eléctricas atmosféricas.
Al consultar a empresas que se dedican a la instalación de pararrayos queda en claro que son una minoría los edificios que cuentan con ellos: «Se calcula que son el 5 por ciento los que lo tienen», dijo a La Nacion Diego Subilibia, gerente de Proinex, que ha colocado más de 5000 equipos en todo el país.
El ingeniero Cristian Bacigaluppi, de la firma Bacigaluppi Hnos, dijo que la empresa coloca unos 1800 por año.
Pese a que no existe una ley que exija la obligatoriedad, en los últimos años creció la demanda de pararrayos, impulsada por ser un requerimiento que reclaman muchas empresas aseguradoras.
«Por código de edificación, el gobierno porteño exige a todos los edificios contar con una protección especialmente diseñada para las descargas atmosféricas, aunque los requerimientos dependen de las características y la altura del edificio. Hasta un edificio de cuatro pisos debe contar con este tipo de protección, que se diseña junto con la estructura de hormigón armado de la obra», puntualiza el arquitecto Roberto Baylac, socio fundador de BW Group.
«Un proyecto completo para proteger una estructura de los efectos del rayo consta de un sistema externo e interno, compuesto por un pararrayos o un elemento vertical que funcione como dispositivo captor, las bajadas que forman parte de la estructura interna y un sistema de descarga a tierra, como pueden ser las jabalinas en los cimientos del edificio», dijo Baylac.
Hoy existen dos modelos de pararrayos en el mercado: el Punta Franklin, que cuesta unos 1500 dólares y el ionizante, que tiene distintas versiones y puede costar unos 2500 dólares.
Roberto Leal es miembro del Colegio de Ingenieros de la Provincia de Buenos Aires y, desde hace cuatro años, se especializa en rayos y pararrayos. Es ingeniero y considera que la instalación de un equipo de estos puede ser contraproducente.
«Los pararrayos que actualmente se usan en la Argentina no son pararrayos, sino «atraedores de rayos». Con la punta ionizan el aire, atrayendo el rayo hacia ese sector», dijo y agregó: «Los pararrayos comúnmente tienen por dentro un cable conductor de 50 mm. No es suficiente para conducir toda la energía que tiene un rayo hacia la tierra. Los rayos pueden tener una intensidad de entre 1000 a 350.000 amperes. Un cable de 50 mm está indicado para las descargas de los cortocircuitos de las instalaciones eléctricas, que se calculan en 6000 amperes. Todo lo que no absorbe el pararrayos, genera inducciones de energía que se esparce por los alrededores, dice
Fuente: La Nación