Aunque está claro que el Gobierno y las Farc pactaron negociar en medio del conflicto, la oleada de ataques del grupo armado contra la infraestructura del país no puede explicarse simplemente como un hecho natural de esta condición del proceso de paz. (Lea también: Proceso de paz, en uno de los puntos de más alta tensión por ataques)
Esto lo sabe muy bien el presidente Juan Manuel Santos y por eso su advertencia a esta guerrilla de que pone en riesgo la continuidad de los diálogos de La Habana.
La negociación en medio del conflicto será, seguramente, el argumento público de las Farc para justificar los atentados. Pero su ofensiva, intensificada en las últimas semanas, refleja una actitud deliberada para impactar uno de los puntos neurálgicos de la economía: la llamada locomotora energética, componente esencial del modelo económico que, como ha reiterado el Gobierno, no es negociable.
En últimas, lo que las Farc buscarían es demostrar que aunque hay políticas que no pueden cambiar, sí tienen capacidad para perturbar.
Los ataques a los camiones cargados de crudo y los atentados contra los oleoductos son otra expresión de esta estrategia. Todo esto, sin importar el impacto que, de paso, provocan en la población civil. En Buenaventura y Orito sus habitantes han estado sin luz.
Adicionalmente es obvio que con los atentados el grupo armado revive la presión sobre el Gobierno para que reconsidere su negativa a un cese bilateral del fuego o a un pacto para «regularizar la guerra» mientras transcurre el proceso de paz.
Pero al decirles este martes a las Farc que «juegan con candela y que el proceso de paz puede terminar», el presidente Santos les está enviando el mensaje de que por más que quiera la paz con ellas, no podrá hacerla si lo ponen en situaciones límite.
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