“Mi viejo no quería que yo corriera”

Agustín logró el sí de papá Alberto al terminar el colegio. Ayer compartieron equipo y festejo.

Las lágrimas brotan de los ojos de Alberto Canapino mientras su hijo Agustín se pierde entre los periodistas en el autódromo de Toay. Ese fuerte abrazo que se dieron casi de pasada envuelve toda una historia familiar con el automovilismo como protagonista. El Titán ya había avisado el sábado que soñaba con el triunfo con el Peugeot y dedicárselo a su papá en el Día del Padre. Y lo logró en la 5ª fecha del Súper TC 2000. Pensar que Alberto quería otra cosa para el pibe… “De chico yo estaba muy lejos de ser piloto. Mi viejo no quería que yo corriera. Siempre decía que yo no iba a correr. La historia es muy loca”, cuenta el campeón 2010 del TC.

Arrecifes, 2005. Agustín, con 15 años, vivía con sus abuelos paternos y veía poco al papá. Mientras saciaba sus ganas de ser corredor en el simulador, en el colegio era un desastre. “Creo que la única materia que no me llevaba era matemática. En el resto iba muy mal”, confiesa, distendido, el piloto de Peugeot. Entonces, Alberto llegó a un trato con su hijo: “Me dijo que iba a empezar a correr, pero tenía que mejorar en la escuela. Por lo menos terminé el secundario, jaja”, rememora. Con 15 pirulos debutó en la Copa Mégane, el resto es historia conocida. Llegaron los éxitos, el título de TC, los cuatro de Top Race y los triunfos en el Súper TC 2000. Pero aquel arranque, además de potenciarlo en el estudio, lo acercó más a su papá, con quien trabaja en el TC y en el STC 2000.

“Mi viejo es todo. Es mi ingeniero, mi manager, mi ídolo, es un genio, es un crack… Ganar en el Día del Padre es soñado”, dice Agustín, quien se sumó al equipo Peugeot para esta temporada. “Mi viejo fue clave para que yo llegara al León”, comenta. Y no arribó solo, porque Alberto también se sumó en función de ingeniero y como fuente de consulta del team comandado por Ulises Armellini. Su presencia no pasa por alto. Alberto fue director de escuadra en el último título de Peugeot en la categoría con Juan María Traverso como piloto del 405. “Yo tenía cinco años, pero recuerdo algunas imágenes del taller en Arrecifes, con el Flaco. Toda la ciudad era de Peugeot. Es increíble que yo sea parte de esta marca. No soy Traverso, pero me tengo fe”, cuenta.

Papá, después del abrazo, se fue raudo. Pero antes confesó: “Me hace muy feliz que me haya dedicado este triunfo en el Día del Padre”.

Fuente: Olé