Con Di María, el seleccionado argentino tiene Angel

El nombre no tenía nada de original. La carbonería se llamaba «Miguel’, como su dueño, Miguel Di María. Funcionaba en un galpón, al fondo de esa casa de paredes descascaradas que retrataban la economía familiar. Ahí, en Perdriel y Avalos, en el barrio Alberdi Oeste, pegado a La Esperanza, en la zona norte de Rosario. Ahí, donde no se trata de hacerse el guapo, sino que hay que serlo en serio. El Fideo Di María era tan chiquito que hasta le sobraban tres cuartas partes de la cama cuando se recostaba, pero no dudaba un segundo para cargar las bolsas de carbón y tirarle una mano al viejo. El tema eran los gritos de mamá Diana, cuando tiznado de pies a cabeza, Angelito se metía en la cocina y dejaba rastros por todos lados.

Las vueltas de la vida… Hoy Ángel Fabián Di María es uno de los futbolistas más trascendentes dentro de la elite mundial. Y, posiblemente también, el que desembarcará más en forma del plantel argentino en la Copa del Mundo de Brasil. «¿Qué hacer con Di María? Hacerle un monumento. Ha jugado como nunca y le ha resuelto innumerables problemas al Real Madrid. Es un futbolista esencial para este equipo», reflexionaba ayer el prestigioso periodista español Santiago Segurola, en Marca. Su huella en la final de la Liga de Campeones del sábado pasado, en Lisboa, quedará por siempre. Ahora descansa, palpita, sueña? el próximo viernes se sumará a la selección. Sabella respirará aliviado y sus compañeros también. Di María es indiscutible. Insustituible. Sí, único y vital.

Puede ser un cuarto delantero, o un volante por izquierda, o moverse por el costado derecho para encarar hacia adentro con su perfil, o recostarse al centro para actuar como falso enganche
Cuando a su mamá Diana se le pasaba el enojo por las marcas de carbón? Llevaba en bicicleta a Ángel a entrenar. Primero, al club Torito, donde los memoriosos juran que un año ese flaquito metió 64 goles. Más tarde, y 40 pelotas mediante como parte de pago según cuenta la leyenda, la rutina de la maternal bicicleteada continuó hasta las inferiores de Rosario Central. Comenzaría a domar la paciencia Angelito, advirtiéndole a su carrera que el protagonismo iba a demorarse en hacer escala en su vida. Hasta la sexta división canalla apenas podía contar un puñadito de partidos como titular en las inferiores; casi nunca participaba de los campeonatos de AFA y se tenía que conformar con jugar en la Liga de Rosario. Donde iban los ?medio pelo’, podía creer algún ingenuo, cuando la realidad abofeteaba en la cara e imponía que sin un representante era casi inaccesible sortear el peaje en la autopista hacia el profesionalismo.

Y Angelito no tenía más que su desgarbado atrevimiento para dibujar gambetas por la banda izquierda. Hasta que apareció ?el’ Ángel, don Tulio, el viejo Zof, que acudió puntual para espantar ese halo pesimista que acorralaba al Fideo Di María. En 2005 saltó a primera división, pero entendió que siempre partiría en desventaja. Tardó en consolidarse en la máxima categoría porque ni Leonardo Astrada ni Néstor Gorosito se animaron, hasta que Carlos Ischia apostó por él y Angelito explotó.

Muchos lo conocieron en el Sudamericano Sub 20 de Paraguay, en 2007, de la mano de Hugo Tocalli. Claro, de la fascinante factoría de Pekerman y asociados aún relucen las joyas, porque pasan los años y se confirma cada vez más aquel trabajo sobresaliente de auténticos formadores. La progresión de Angelito resultó fabulosa, porque se inició con Tocalli pero después continuó con Sergio Batista, saltó a la selección mayor con Alfio Basile, se afirmó con Diego Maradona y se convirtió en uno de los Cuatro Fantásticos con Sabella. Desde que apareció, todos los tuvieron en cuenta. Nadie desestimó su eléctrico poder de adaptación a lo que pidiera el momento, el equipo y sus compañeros. Di María es el socio de todos.

En 2007 obtuvo el Mundial Sub 20, en Canadá, y un año después, la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Pekín. En ambos casos llegó para desempeñar un papel secundario y terminó en andas, vestido de héroe entre apellidos más ilustres como los de Messi, Riquelme y Agüero. Siempre de atrás, sin estridencias y con devota gratitud por su inseparable Virgen de San Nicolás.

Puede ser un cuarto delantero, o un volante por izquierda, o moverse por el costado derecho para encarar hacia adentro con su perfil, o recostarse al centro para actuar como falso enganche, o mostrarse junto al volante central para dar el primer pase entre líneas… A Sabella lo desvela la polifuncionalidad de sus dirigidos y en Di María encuentra casi todas respuestas. Y las soluciones.

La carbonería ‘Miguel’ ya cerró hace varios años. Si a alguien se le ocurre definir a ese lugar como un sombrío cuartucho lleno de hollín, Di María le contestará que para él siempre se trató de una pujante fábrica de sueños. Y parece que a Angelito se les hacen realidad….

Fuente: Cancha Llena