Cómo se vive en el barrio en el que más policías asesinaron

Tres de los nueve efectivos bonaerenses que mataron este año trabajaban en la misma comisaría

PLATA. «Tuve que irme porque se complicó. Había detonaciones constantes. Ahora espero que lleguen los refuerzos para volver», dijo el policía dentro de un móvil apostado en la esquina, con el motor apagado. A pocas cuadras de allí el conflicto seguía su curso: un enfrentamiento a tiros frente a la casa donde velaban a un joven que, días antes, había asaltado a un efectivo de la Policía Federal, y que murió en el tiroteo.

El uniformado tenía, tal vez, sus razones para no meterse. Esto ocurría en Villa Centenario, donde policías fueron baleados por delincuentes. De los nueve efectivos de la fuerza de seguridad bonaerenses asesinados este año en actos de servicio, tres se desempeñaban en la comisaría local, es decir, la 7a. de Lomas de Zamora.

Aunque para las autoridades policiales se trata de un mero azar, la seguidilla de muertes de efectivos que trabajaban en la mencionada seccional (una en febrero, dos este mes) constituye una muestra de la realidad de un lugar donde se respira el peligro. En una recorrida realizada por LA NACION se comprobó que allí el conflicto tiene tres aristas: la policía, los delincuentes que se ensañan con ellos y, en medio, los vecinos de a pie, que temen a unos y critican a otros.

La sucesión de homicidios de uniformados de la misma comisaría devastó a los compañeros de las víctimas; sin embargo, no lo dejan traslucir. Se sabe: la policía es una institución verticalista; el jefe de la dependencia, subcomisario Fernando Capdevila, se negó a contestar preguntas o a dejar trascender la mínima información. Tuvo que ser el superintendente de Seguridad de la Zona Sur II, Sergio Gil, quien dijera cómo tomaron los efectivos de la comisaría la sucesión de tragedias. «Trabajan con más fuerza que nunca. Algunos vienen a trabajar inclusive cuando están de franco», dijo.

El uniformado asesinado fue el sargento Diego Luongo, el único de los tres al que mataron a sangre fría mientras estaba en servicio. El 7 de febrero, Luongo, de 30 años, padre de dos niños, acudió a un llamado que advertía de la presencia de unos sospechosos frente a un comercio de la zona; cuando llegó al lugar, se bajó del móvil y caminó hacia los extraños. Los sospechosos lo recibieron con disparos y huyeron. La compañera de Luongo lo cargó en el móvil y lo llevó al hospital, pero llegó muerto. Al día siguiente detuvieron a tres personas, un adolescente y dos mayores.

LA SEGUNDA VÍCTIMA

La segunda víctima policial fue el subteniente Isaías Abreu, ultimado el 9 de este mes por delincuentes que quisieron robarle la moto en la que viajaba con una amiga, Érica Carrizo, a quien también atacaron a tiros. El agresor disparó trece veces; Abreu, de 27 años y padre de dos pequeños, murió instantáneamente, mientras que, quince días después del ataque, Érica continuaba internada en estado crítico. Un joven de 18 años fue arrestado por el hecho; mientras otros tres sospechosos permanecen prófugos. Según un jefe policial, los ladrones se ensañaron con Abreu cuando se dieron cuenta de que debajo de la campera vestía el uniforme, porque volvía de trabajar.

El tercer policía de la comisaría 7a. asesinado este año fue el capitán Lino Rizzo, de 57 años, quien el 17 de mayo hacía la compra en un supermercado chino de Villa Centenario, a dos cuadras de su casa, cuando un grupo de delincuentes irrumpió en el local.

Rizzo, que estaba de franco y vestido de civil, dio la voz de alto; entonces, los asaltantes abrieron fuego contra él. Uno de ellos lo remató cuando estaba en el piso, le apoyó el arma en la cabeza y disparó a quemarropa.

El capitán estaba cerca de jubilarse: tras 31 años de servicio, había iniciado este año el trámite de retiro y esperaba su aprobación.

Una vez retirado, pensaba mudarse de nuevo a la costa atlántica, donde había pasado toda su juventud y donde también había iniciado su carrera policial, antes de ser trasladado, en 1997, al partido de Lomas de Zamora.

Por ese caso no hay detenidos. Tampoco por el asalto al policía federal Martín Gutiérrez, de 27 años, ocurrido dos días después en Villa Albertina, a pocas cuadras de allí. Sí hay, en cambio, un muerto: sería uno de los jóvenes que atacó al oficial, para robarle la moto, y que fue abatido por Gutiérrez. Fue durante su velatorio que se produjo el tiroteo, el miércoles último.

BOCINAZOS EN EL FUNERAL

Esa tarde, la conversación entre este cronista y un carnicero que le contaba los detalles de un asalto violento sufrido dos semanas atrás se vio interrumpida por el estruendo de múltiples bocinas.

Por la avenida Martín Rodríguez circulaba el cortejo fúnebre, encabezado por el coche que llevaba el ataúd y no menos de cien personas en motos, autos y hasta un colectivo escoltaban al joven muerto hasta el cementerio local. Los vecinos miraban recelosos la procesión. «Están todos enfierrados», dijo uno. «Será algún ladrón», aventuró otra, por el cadáver.

Faltaba poco para que oscureciera y el barrio era surcado constantemente por móviles del Comando de Prevención Comunitaria y patrullas municipales. En la seccional, un pequeño local situado sobre Bilbao la Vieja, se apiñaban los siete policías que trabajan en cada turno, asentando denuncias y recibiendo reclamos. No patrullan regularmente (ya que ahora esa tarea la hace el Comando de Patrullas), pero sí acuden a llamados de emergencia, como lo hizo aquel día de febrero, fatalmente, el joven Luongo.

De noche, Villa Centenario es dominio del miedo. La propia comisaría parece estar en el fondo de un pozo negro, ya que la iluminación en las calles del barrio apenas alcanza a presentar débilmente las figuras de la gente, los vehículos, las casas. Una figura encapuchada puede ser un simple transeúnte o un ladrón: ¿cómo saber quién lleva un arma si apenas se lo ve venir? Allí, la caída del sol es también la caída de todo sentido de seguridad. El espacio público se puebla de siluetas fantasmales.

«A la noche, que es cuando más se la necesita, la policía se va. Acá tendrían que estar vigilando los sábados a la noche. Los chicos se van a bailar en colectivo y vuelven en moto o en algún auto que robaron por ahí», expresó una vecina que se identificó como Sonia.

Una vez, en la parada del colectivo de la esquina, los choferes de una remisería agarraron a golpes a un muchacho que, dicen, estaba robando a los vecinos; la llegada de la policía impidió que lo lincharan.

Fuente: La Nacion