De a poco, sin prisa y sin pausa, de manera disimulada, silenciosa y solapadamente, los gendarmes regresan a sus respectivas provincias.
Hombres y mujeres que fueron sometidos a la más burda de las payadas gubernamentales en materia de maquillaje y colorete de la seguridad. Con sueldos míseros y hasta paupérrimos (teniendo en cuenta el nivel de gastos a los que se los expone virulentamente), y peores condiciones de alojamiento, se vieron en la necesidad de dormir donde los sorprendía en sueño.
La responsabilidad de las autoridades, por la seguridad ciudadana, duró menos que el entusiasmo de un adolescente que se creía enamorado.
Una situación efímera, fugaz, momentánea, provisoria y temporal. Tan miserable como el contenido electoral que la movilizaba. Avara, tacaña, mezquina y roñosa.
Un espectáculo dantesco, espantoso e impresentable. Desde ya que ni siquiera los fanáticos del modelo nacional y popular lo creyeron, a pesar de pretender ponderarlo de la boca para fuera.
Con este circo, el gobierno se encargó mi decididamente de ridiculizar la sensación de inseguridad de los ciudadanos de a pie. Escupió alegremente y de manera eficaz la inteligencia de los votantes.
Es cierto que la seguridad es un problema serio, pero ¿se puede ser tan malvado y dañino desde el aparato de Estado? El Gobierno nacional piensa que sí.
En este marco, Daniel Scioli fue usado para colaborar en la escena, para estar en fotografía de los gendarmes en Ciudad Evita, junto con quien era hasta ese entonces su Ministro de Seguridad, Ricardo Casal.
El Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, sigue tragando saliva, ahora que observa a Jorge Capitanich, como el posible sucesor de CFK. A Scioli, son pocas las cosas que le han salido bien, sino que para decirlo mejor anda de mal en peor, y nada indica un buen pronóstico a mediano y largo plazo.
Así es el kirchnerismo, los usa y los descarta, como a los gendarmes y a los votantes.
informadorpublico.com/Hugo López Carribero – Carlos Tórtora