Aunque por obvias razones sea políticamente incorrecto decirlo, la actual crisis en la salud presidencial puede influir en el complejo horizonte postelectoral. Aunque parece estar superándose con éxito, el episodio del hematoma, sumado a la varias internaciones recientes y a la operación de tiroides del año pasado, más las cuestiones psiquiátricas y la taquicardia, son suficientes como para instalar interrogantes. Por ejemplo, si la presidente no deberá prestarle de ahora en más mayor atención a su salud y delegar en parte el poder. Las dudas, entonces, crecen acerca de si ella está en condiciones de seguir soportando el ritmo frenético que llevó hasta ahora, sobre todo teniendo en cuenta que le esperan los dos años más difíciles de sus dos presidencias, en los cuales casi no recibirá buenas noticias.
A casi una semana de que Cristina concurriera a la Fundación Favaloro, el episodio ya va insinuando la existencia de ganadores y perdedores políticos. Entre los primeros se destaca Daniel Scioli. La idea de una presidente más vulnerable y propensa a sufrir crisis de salud cada vez más frecuentes alentaría en la dirigencia peronista la necesidad de contar con un referente instalado y probado ante la opinión pública. Aunque la casi totalidad del kirchnerismo no lo quiere, el gobernador bonaerense es la única figura de oficialismo que cuenta con un consenso importante no sólo en la opinión pública sino también en el empresariado y el sindicalismo. Los nuevos proyectos presidenciales que salen del laboratorio cristinista, como por ejemplo el gobernador entrerriano Sergio Urribarri, necesitan un largo período para instalarse en el orden nacional y dependen del madrinazgo presidencial. Astutamente, Scioli se mostró desde el sábado pasado casi como un miembro del entorno de la presidente, lo que nunca fue, lo que reforzó su imagen como reaseguro del gobierno. Concretamente, se presenta como el único kirchnerista aceptado por el no kirchnerismo. Pero a partir del 28 de octubre se largará la carrera presidencial y él necesitará mostrar avances, o sea, que el cristinismo no lo castigue por mostrarse como presidenciable. Algo que no se sabe si logrará.
En problemas
Así como Scioli acaba de dar un paso adelante, el cristinismo, por razones obvias, sale debilitado por la internación de su jefa.
El mismo hecho de que parte de la opinión pública crea que el gobierno está sobredimensionando el episodio para que CFK no tenga que hacer frente a las cámaras la noche del próximo 27 es un indicador de que, cualquiera sea la verdad, ella sale golpeada. La crisis de salud también expuso en toda su crudeza la impotencia del elenco gobernante para generar figuras que tengan algún consenso en la sociedad. La imagen del poder bicéfalo con Amado Boudou flanqueado por Carlos Zannini lo dice todo. El primero es el símbolo de la corrupción oficial y el segundo, de innegable capacidad, tiene las limitaciones políticas de todos los monjes negros. Su fuente de poder está en las sombras y no ante las cámaras de televisión. Por otra parte y sobre todo en Latinoamérica, el liderazgo político está profundamente ligado a una imagen de fortaleza física superior a la normal. Ni bien la salud de Hugo Chávez empezó a declinar, el régimen bolivariano empezó a mostrar en primer plano a Nicolás Maduro como el reaseguro de la continuidad. En Cuba, para tomar un ejemplo más extremo, desde que se agravaron los problemas de salud de Fidel Castro, su hermano Raúl fue exhibido como el futuro continuador. Aun cuando sus enfermedades no son graves, CFK muestra un deterioro pero sigue el camino opuesto a los ejemplos señalados: se esfuerza en dejar en claro que la gobernabilidad depende de que ella siga al frente del Estado. Una versión corregida de “después de mí, el diluvio”.
En un grado menor y en forma indirecta, a Sergio Massa la crisis de salud de la presidente no parece favorecerlo. Sobre todo porque la misma, en alguna medida, consolida como vimos a Scioli. Hasta el momento, el espectacular crecimiento político del tigrense se debió en parte a las reacciones que generaron los gruesos errores cometidos por el cristinismo en el último año. Por ejemplo, la declaración de guerra a la justicia y la soberbia con la que fueron tratados los intendentes peronistas del conurbano. Una Cristina ahora victimizada por su convalecencia genera, sin dudas, menos críticas. Es más, hasta sus más acérrimos enemigos la mirarían con otros ojos si la perspectiva fuera que Boudou quede al frente del gobierno durante un período más o menos largo.
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