Inteligencia y relaciones laborales

En el mundo de las relaciones laborales, la comprensión de las cosas que nos pasan, tienen mucho que ver con lo que somos, lo que pensamos, los paradigmas que nos orientan en nuestro accionar, los principios y valores con que nos dieron «hogar», son sin duda alguna, un cúmulo de saberes impartidos, compartidos y repartidos a lo largo de nuestra existencia. La forma y disposición que tengamos y desarrollemos en nuestra personalidad de todas y cada una de éstas características mencionadas, nos va a permitir alcanzar con éxito nuestras relaciones en la vida en forma general, pero sobre todo en nuestros espacios de trabajo, en particular.

Una manera de conjugar todos esos aspectos es sin duda lo que llamamos «inteligencia» pero este término, por lo general en la sociedad moderna, tenemos la tendencia de definirlo de un modo limitado «… la capacidad de relacionar conocimientos que poseemos para resolver una determinada situación». Si indagamos un poco en la etimología de la propia palabra encontramos en su origen latino inteligere, compuesta de intus (entre) y legere (escoger). Por lo que podemos deducir que ser inteligente es saber elegir la mejor opción entre las que se nos brinda para resolver un problema.

Según Charles Handy en su libro La organización por dentro. Ideas para directivos … «la inteligencia tiene muchas facetas que no están conectadas necesariamente entre sí, podemos ser inteligentes en más de una forma: lógica: la de los que pueden razonar, analizar y memorizar; especial: la de la persona que puede discernir patrones en las cosas y crearlos; musical: la de los que pueden cantar, tocar o componer música de todas clases; práctica: la de la persona que puede desmontar todas las piezas de un carburador, pero nunca podría escribir correctamente esa palabra, ni explicar cómo lo hizo; física: la de los futbolistas, atletas y bailarines; intrapersonal: la de las personas sensibles que son capaces de introspección, la de las personas silenciosas y perspicaces y la interpersonal: la de los que pueden conseguir que se hagan las cosas con la gente y a través de la gente.

Todo el mundo es inteligente de algún modo, con tal de que seamos capaces de reconocerlo y tener conciencia de ello. La tragedia de buena parte de nuestra educación es el hecho de que estamos inclinados a pensar que la inteligencia lógica es el único tipo de inteligencia que importa.

La suposición positiva es que todo el mundo puede ser útil y productivo en algún lugar o de algún modo y que las diferencias son útiles. La suposición negativa es que las diferencias crean dificultades y que cuantos más allanamos las protuberancias, suavicemos las esquinas y consigamos que la gente se amolde, más fácil será la vida, por ello organizarse solía significarse liberarse de las diferencias, en la actualidad significa utilizarlas, allí la clave de la gerencia. Una sociedad entera que contiene diferencias acepta que existen muchas clases de éxito.

Es fundamental entonces, reconocer que en ese respeto a las diferencias, valorizando en su justa medida, las cualidades propias de cada hombre o mujer en la organización, con sus ideas y aportes, podemos dimensionar la significancia de su trabajo y el valor que aporta para los objetivos de la institución, se trata de generar conciencia institucional y personal de esas realidades, asignarles una importancia calificada en el quehacer laboral y comprender la relevancia que su desarrollo cuenta para el funcionamiento de la organización.
Ante ello el individuo debe reconocerse como un importante elemento en la institución que con sus destrezas, conocimientos y saberes contribuye y aporta al quehacer organizacional. El nivel supervisorio o directivo tiene que valorar en su justa dimensión ese aporte que con sus singularidades ese individuo entrega a  la institución y  en su formulación de los planes de la empresa, sea pública o privada debe necesariamente tener en cuenta esta importante valoración e incorporarla para el desarrollo institucional.

Profesor

fenriqueh@hotmail.com

@fhermoso

 

Fuente: EL UNIVERSAL