Cristina tantea con Garré una nueva doctrina en seguridad

La Presidenta avanzó más allá de la zona de confort que transitaba su marido en materia de seguridad, al descabezar a Aníbal Fernández. El desastre de Villa Soldati opaca uno de los giros más audaces del kirchnerismo en los últimos años. Con el arribo de Nilda Garré se insinúa el fin del pactismo con las cúpulas policiales. El rol de Verbistky y las posibles razones del castigo al jefe de Gabinete.
Cristina Kirchner había preparado con el cuidado escénico que marca su estilo, el que iba a ser uno de los giros políticos más importantes de su mandato. Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto la flaqueaban en el salón de los Patriotas Latinoaméricanos. Allí rodeada de esa iconografía libertaria, entre retratos de Evita, el Che y Allende, en el día de los Derechos Humanos, cuando cumplía tres años su presidencia, había planificado anunciar la embestida final para subordinar a las fuerzas policiales al comando civil del poder democrático.

Pero el diablo metió la cola. Apenas terminó su discursó las pantallas su tiñeron con la sangre de una violencia inaudita en Villa Soldati. El aire se enrareció al instante. Fue un ataque demasiado preciso, coordinado y violento lo que hizo dudar de su espontaneidad. La mirada conspirativa del kirchnerismo interpretó que fue el primer aviso de las fuerzas que la Presidenta pretende subordinar.

Regresó así, el fantasma de la búsqueda del golpe utilizando la violencia policial, una suerte de remix de Kosteki y Santillán, ya insinuado en la primer represión en el Parque Indoamericano que mostró a policías descontrolados, pateando de a cinco a un joven tirado en el asfalto.

Del otro lado de la Plaza de Mayo, en el despacho de Mauricio Macri, también veían fantasmas golpistas, sólo que creían que el objetivo eran ellos. “Los peronistas, como hicieron con De la Rúa, te generan el caos para voltearte y después aparecer con la solución”, afirmaban.

Todavía falta que corra demasiada agua para entender que fue lo que ocurrió en el Parque Indoamericano. Punteros políticos, barras a sueldo, narcos y desesperados, se combinan en un coctel muy difícil de desmalezar.

Y no es casual la complejidad del conflicto que tensó como nunca la piel del poder. Es que en esas tierras olvidadas de Soldati, irrumpieron las deudas pendientes de la Argentina. La marginalidad y pobreza que un proceso de crecimiento de más de siete años no logró revertir; la impericia o desidia de la administración local para enfrentar la falta de vivienda; las frustraciones de una clase media acosada por la inseguridad y la latente pulsión asesina de los cuerpos policiales.

Sobre ese nudo intentó golpear Cristina con el anunció del traspaso de la Policía Federal a un flamante Ministerio de Seguridad que encabezará Nilda Garré. En rigor, se trató de muchos más que una interna palaciega o la creación de más burocracia. Es acaso la búsqueda de una nueva doctrina, para enfrentar lo que todos los sondeos indican es la preocupación número uno de la sociedad, incluso por encima de la inflación.

Es que en todos estos años, en materia de seguridad el kirchnerismo apenas rasguñó la superficie. Pragmático como era, Néstor Kirchner se limitó a ordenar que no repriman las protestas sociales y delegó la conducción de la Policía en Aníbal Fernández, que la delegó en la propia fuerza, es decir en el comisario general Valleca, que ahora sería una de las primeras víctimas del arribo de Garré.

La discusión

Las dos muertes de la represión inicial de la Federal en Soldati, actualizaron el debate sobre la necesidad de intensificar el control civil de las fuerzas policiales. O sea, que hasta su último escalón respondan a las políticas, prioridades y objetivos del poder elegido por el voto. Y sobre todo, que la policía no sea el delito.

Se trata de una construcción siempre difícil, siempre conflictiva, que enfrentanla mayoría de las democracias. En la Argentina, es un debate que quedó trunco y que acaso ahora se retome.

El último que intentó darlo desde el poder fue el ex ministro León Arslanián, quien llegó al cargo luego que estallara la pus de la maldita policía bonaerense. Luego vino Scioli y apoyó la contrarreforma: mando policial de la fuerza y aquí no paso nada. Como si fuera un terapeuta new age, afirmó que venía a reponer en la policía la “autoestima” pérdida.

El problema de Arslanián fue que su reforma fracasó. Claro que según quien lo mire el diagnóstico es opuesto. Para los que comparten su visión, fracasó porque se quedó en la mitad del camino, no pudo deshacer los lazos de la policía y el delito, ni cambiar la matriz de persecución penal, que se detiene en el nivel más bajo de la cadena. De manera que la sociedad siguió percibiendo la misma inseguridad de siempre, oportunamente amplificada por determinados medios.

Sin embargo, el regreso de los mandos policiales de Paggi y Valleca no frenó el delito menos sofisticado, de proximidad, que es el que alarma a la sociedad. El pacto implícito detrás de regresar el mando a los policías, es que ellos actuarán como válvula de “regulación”, a lo sumo regenteando negocios como la prostitución o el juego, pero evitando los robos más violentos, secuestros y asesinatos. Bueno, eso ocurrió.

En este marco, la asunción de Garré en seguridad hay que sintonizarla con su mentor ideológico, el líder del Cels, Horacio Verbitsky. El periodista es un convencido de la necesidad de democratizar la policía y someterla a controles civiles, y se inscribe en términos de derecho en una versión moderada del denominado garantismo.

Esta corriente de pensamiento -que también integra el creador de la Policía Aeroportuaria, Marcelo Saín, hoy distanciado de Verbistky-, entiende que el problema de fondo de la inseguridad está en la policía y que mientras no se enfrente, sólo habrá parches más o menos exitosos.

Según esta mirada, los vínculos de la policía con el narcotráfico, por ejemplo, nunca se resolverán si toda la estrategia es devolverle a la fuerza la “dignidad” pérdida.

Desde esa mirada, la frustrada experiencia de Arslanian, fue un mojón colocado en el sentido correcto. Lo que habría que discutir es “el como” hacerlo mejor, no el sentido global de la reforma. Habrá que ver si Garré de verdad quiere profundizar esa senda o su designación es apenas un oportunista maquillaje.

Cristina mostró las uñas

El cambio de gabinete también ofrece material para otros análisis. Por un lado revela la influencia creciente de Verbistky –anticipada por LPO-, que no sólo suma el control ideológico de las políticas de seguridad a través de Garré, sino que estaría a punto de retener Defensa, si finalmente queda al frente del ministerio la ex senadora Marita Perceval.

Esta mendocina integra el gabinete del secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, otro de los funcionarios cercanos al periodista.

La decisión implicó además el golpe político más fuerte que se recuerde contra Aníbal Fernández. El jefe de Gabinete estuvo siempre envuelto en rumores de renuncia –los más fuertes cuando asumió Cristina-, pero una y otra vez logró imponerse en la pelea palaciega.

Es la primera vez que objetivamente sufre un recorte de poder sustancial, más allá de las versiones ¿Por qué tomó Cristina esta decisión, con quien aparecía como el gran fortalecido tras la muerte de Néstor Kirchner?

Un motivo puede bucearse en todo lo dicho sobre la política de seguridad. Pero no debería obviarse la notable coincidencia de la decisión, con la filtración de los cables de la embajada de Estados Unidos, que vincularon a Aníbal Fernández con el narcotráfico y la inacción en la lucha contra el lavado de dinero.

De hecho, al nuevo titular de la Unidad de Información Financiera (la UIF, el organismo que debe combatir el lavado) José Sbatella, podría inscribírselo en el espacio ideológico que lidera Verbistky, quien por cierto tiene una relación privilegiada con la Embajada.

Sbatella reemplazó en el cargo a Rosa Falduto, una mujer de Aníbal Fernández que llevó a la UIF a su nivel más serio de “ineptitud” o desidia, según los cables norteamericanos.

“Vos investiga, yo lo mío lo tengo todo declarado, el resto no se…”, le dijo Cristina a Sbatella cuando asumió el cargo, mitad en broma mitad en serio. Y así se tomó la tarea el funcionario, que avanza, pero se cuida de no traspasar ciertos límites.

Como sea, la designación de Garré es una afrenta muy calculada. La ministra arrastra desde hace años una rencilla con el jefe de Gabinete en la que se cruzaron acusaciones de espionaje y complots varios. Garré tiene una relación prácticamente familiar con Fernando Pocino, el número tres de la Side.

Y no es un secreto que la Side tiene una pésima relación con Aníbal Fernández, por momentos, una suerte de auditor externo del organismo, ya que cuenta con su propio equipo de inteligencia, por fuera de todo organigrama del Estado.

También se habla por estas horas de ciertas picardías políticas del jefe de Gabinete para explicar el coscorrón que sufrió. Según estas versiones, quienes conducen su estructura en el peronismo bonaerense, habrían recibido señales de un nuevo escenario: marcar internamente una cierta autonomía para posicionarse de cara al 2011 y más allá. De hecho el propio Aníbal Fernández se encargó de mostrar que algo pasaba, al encabezar la semana pasada un acto en La Plata.

La alerta habría llegado a la Casa Rosada por parte de un ministro de Scioli, que recela hace tiempo del jefe de Gabinete, que tiene un trato más fluido con el rival de esa administración, el intendente Sergio Massa, que con el propio gobernador.

Como sea, lo más posible es que en la decisión de quitarle a Aníbal Fernández el control de las fuerzas de seguridad hayan influido todas estas razones y otras no conocidas. Pero no es la pelea de palacio lo importante.

Más allá de los nombres, Cristina demostró con el cambio que está para bastante más –para bien o para mal- que administrar el equipo y las políticas que heredó de las épocas en que cogobernaba su marido.

No deja de ser interesante observar como la Presidenta reconfigura el poder, para abordar las dos demandas centrales de la sociedad. Mientras en lo económico ensaya un giro al centro que se presume tiene foco en el control de la inflación (intento de mejora del Indec, pacto social y cerco sobre Moyano); la inseguridad la enfrenta desde la izquierda, o si se quiere, desde el progresismo.

Cambios que en política exterior confluyen con el notable acercamiento a Estados Unidos que trabaja en silencio otro de los protegidos de Verbistky, el canciller Héctor Timerman, que como el tero, canta hermandad latinoamericana en un lado, mientras pone los huevos en la canasta de los demócratas de Obama y Hillary.

Lo que empieza a quedar claro en este fresco que se va conformado, es que no se trata de cambios tácticos de esos que se trazan para aguantar los meses que restan hasta octubre. Más bien parecen los primeros bocetos de un proyecto que se está reinventando y cuya consecuencia lógica sería la postulación de Cristina para otro mandato de cuatro años.

Fuente: lapoliticaonline