Haciendo una comparación de índole futbolística, el FPV está en peores condiciones que Independiente, lo que es mucho decir.
Han transcurrido diez años desde que un exultante Néstor Kirchner, haciendo juegos malabares con el bastón presidencial puesto en sus manos por Eduardo Duhalde, se sentó en el sillón de Rivadavia. No tendría caso analizar el derrotero que él y su mujer siguieron en esta década, acumulando victorias a expensas de sus enemigos. No porque resulte un esfuerzo baldío o un sinsentido intelectual hacerlo. Sencillamente en razón de que no es el propósito de nuestra newsletter.
Baste señalar —eso sí— que sólo Juan Domingo Perón fue capaz de construir, en circunstancias muy diferentes, un poder superior al del citado matrimonio. Lo cual revela la índole del éxito de un santacruceño que aceptó el ofrecimiento de Duhalde —antes rechazado por Reutemann, Macri y Solá— pensando en competir en 2003 para hacerse conocer y dar luego pelea con posibilidades de triunfar en 2007. Su ambición y su capacidad para manejarse con discrecionalidad absoluta, en un país con instituciones reducidas a escombros, hizo el resto.
Vino del sur con la idea de que lo importante era pulsear contra Menem sin que le resultase desesperante una derrota a manos del riojano. Pero ganó. y a partir de ese día se convirtió, hasta su muerte, en el meridiano alrededor del cual giró la Argentina por espacio de diez años. No es poco, y seguramente eso habrán de festejar el sábado sus simpatizantes en un acto que revelará la vigencia de su figura y, al mismo tiempo, cómo la erosión del tiempo ha hecho estragos en la mística que alguna vez los acompañó.
Perón llenaba la Plaza sin necesidad de recurrir a la logística estatal y sindical. Si el régimen que fundó se valió de la misma para acompañarlo en esos actos coloridos y multitudinarios que son historia, fue porque estado, gobierno y pueblo resultaron sinónimos para el justicialismo. Nunca en virtud de que la adhesión al General sufriese altibajos de parte de su gente. Sin esa logística, en cambio, al acto conmemorativo que se realizará frente a la Casa Rosada irían sólo los convencidos; que a esta altura no son legión, precisamente.
Aunque intente disimularlo con base en una locuacidad vacía de contenido, por momentos arrebatadora; con anuncios grandilocuentes y actos de soberbia sin cuento que se suceden —ante el estupor de sus adversarios— sin solución de continuidad, el gobierno no luce bien. Sin exagerar, podría decirse que está en su peor momento y no atina —al menos todavía— a reaccionar como lo hizo en las únicas dos oportunidades que fue arrinconado y vapuleado, primero por el campo y luego por el resultado de unas elecciones legislativas que lo sorprendieron con la guardia baja.
Cuando fue reelecta en octubre de 2011 con 54 % de los votos, Cristina Fernández no
podía nunca imaginar la situación que viviría apenas un año y medio después de tamaño éxito. Todo hacía pensar que se abría ante ella —plebiscitada por una ciudadanía desentendida de la política y sólo interesada en participar de la bonanza económica— un panorama idílico. Claro que otra cosa tasó el sastre.
Producto más de los daños autoinfligidos que de eventuales adversidades externas, derrotas en las urnas o situaciones ajenas a su voluntad que no haya sabido manejar, el oficialismo hoy enfrenta un problema al que no puede hallarle respuesta: ¿hay vida después de 2015? La pregunta no hubiera tenido sentido en vida del santacruceño o luego de la reelección de su mujer. Ahora, en cambio, se ha hecho acuciante porque más allá del tachín, tachín orquestado por las usinas mediáticas del régimen, al final del día —algunos de manera abierta y otros, por miedo, indirectamente— todos se dan cuenta de que nada será igual que antes. Se han esfumado los superávits gemelos; la soja no alcanza; el gasto público resulta incontrolable; el desempleo oficial trepa a 7,9 %; la merma de dólares es alarmante; las encuestas trasparentan números imposibles de soportar; el FPV no tiene candidatos de fuste en ninguno de los distritos decisivos; la presidente está muy lejos de los 2/3; la corrupción de los Kirchner se halla en boca de todos; y, last but not least, si solo pueden pensar en Zanini y Boudou como eventuales delfines para 2015, el berenjenal en el cual están metidos es de órdago.
En este contexto no resulta casual, pues, que el gobierno sea incapaz de avanzar con éxito contra sus enemigos —llámense Clarín, La Nación o la justicia independiente— e imponer las reglas de juego que le permitirían acariciar el sueño de la re–re. Están empantanadas la ley de Medios y la reforma judicial de reciente data, sin que haya razones de peso —susceptibles de ser tenidas en cuenta— para imaginar que, a la hora de la verdad, la Corte Suprema le dé la derecha a la Casa Rosada.
Hay, además de lo dicho, otro dato decisivo que revela la creciente debilidad del kirchnerismo, lo cual no significa que la relación de fuerzas actual le sea desfavorable: para marchar a los comicios legislativos de octubre con alguna posibilidad de éxito —por remota que fuere— no depende de sí mismo sino de lo que hagan Sergio Massa, Daniel Scioli, y, en menor medida, Mauricio Macri y Francisco De Narváez.
En el caso de que el intendente de Tigre decidiese competir por fuera del FPV, pondría a Cristina Fernández ante un virtual jaque mate. Ni hablar si el gobernador bonaerense se sumase o si, ante la irrupción del ex–jefe de gabinete, De Narváez optase por bajar su candidatura o sumar sus fuerzas a las de Massa. Haciendo una comparación de índole futbolística, el FPV está en peores condiciones que Independiente, lo que es mucho decir. Los rojos están sujetos a lo que suceda con Quilmes, San Martín y Argentino Juniors, básicamente. El club de Avellaneda deberá ganar y rezar para que no ganen los otros tres. El gobierno tiene que pedir un milagro mayor: que Massa se quede en su casa y De Narváez no suba en las encuestas. Parece demasiado en atención a que, por mucho que redoble la apuesta, las balas le entran por los cuatro costados.
Tan desesperado está que imagina posible tapar el cielo con un harnero. O, acaso, correr el horario de los partidos de Boca y de River para ponerle coto al programa de Lanata los domingos, ¿no lo revela?.