A las 5.15 era de noche. No hizo falta el despertador. El ruido de la lluvia contra la calle interrumpió el sueño. También los nervios. A las 9.30, más de cuatro horas después, era de día. Ya casi no llovía y la medalla colgaba del cuello de este cronista, que junto a otros 5.800 participantes había completado los 21 kilómetros de la New Balance Half Marathon, que se corrió ayer por la mañana entre Palermo y Vicente López, entre la Ciudad y el conurbano bonaerense.
Las 5.15 no es el mejor horario para levantarse un domingo. Sin embargo, había que hacerlo para honrar el trabajo previo y los entrenamientos, que comenzaron en el verano y se intensificaron en las últimas semanas. Había que hacerlo para sentir la satisfacción al llegar. Para compartir las sonrisas de otros miles que también corrieron sobre el asfalto mojado, bajo la lluvia o en medio de la bruma que llegaba desde el río y ocultaba la cancha de River, las torres de Libertador, la Ciudad Universitaria y los aviones que a cada rato descendían sobre las cabezas de la masa de corredores para aterrizar en Aeroparque.
Mariano Mastromarino ganó la prueba, que forma parte del Campeonato Nacional de Medio Maratón 2013, con 1h07m01s. Y entre las mujeres la más rápida fue María de los Angeles Peralta, con un tiempo de 1h18m15s.
Los vencedores, y otros 50 atletas de elite que largaron la carrera, ya corrían de regreso hacia el Planetario, donde estaban la largada y la meta, cuando la mayoría de los participantes avanzaba hacia el final del camino costero, a orillas del río, en Vicente López.
“La carrera se resuelve en el kilómetro 18”, escuchó este periodista que un corredor le decía a su acompañante. La frase sonó en el kilómetro 3. 15.000 metros después, de nuevo en Figueroa Alcorta, la llegada, al fin, se había acercado.
Había gritos de aliento que se multiplicaban. Y de pronto silencios que dejaban escuchar como dos, diez, cientos de personas, lograban una especie de melodía con el ritmo de su respiración.
Casi al final, la ropa y las zapatillas mojadas pesaban toneladas. En los últimos 500 metros, muchos apuraban el paso para el pique final. Los que podían, casi todos, levantaban los brazos para cruzar la meta. El objetivo estaba cumplido. Atrás habían quedado los nervios, los miedos. Y llegaron gritos de alegría, los abrazos con los compañeros del grupo de entrenamiento. Las 5.15 no es hora para levantarse un domingo. Pero ayer valió la pena.
Fuente: Clarìn