Las críticas a la reforma judicial y la corrupción dominaron la protesta en Olivos

Hubo un fuerte operativo de seguridad en toda la manzana de la quinta presidencial; algunos manifestantes se acercaron por primera vez.

l tinte político que registró el arranque de esta semana en la agenda pública se coló de lleno en el tercer cacerolazo organizado en el país, en los últimos siete meses. La quinta de Olivos, uno de los epicentros de Buenos Aires donde se concentró el grueso de los vecinos de Zona Norte contrario al Gobierno, lo reflejó sin titubeos en toda su extensión, durante casi dos horas de una protesta sostenida.

Allí, los carteles y banderas, algunos portados por familias enteras -con chicos pequeños-, oscilaron entre el «K-gate», «la mafia K», «No a la Re-Re», «Basta de Korrupción» y «Justicia hoy y siempre», como las principales consignas de este 18A.

Quienes ya se consideran habitués de los cacerolazos organizados en la provincia reconocieron a LA NACION que las últimas medidas dictadas por la presidenta Cristina Kirchner, en especial las vinculadas a la reforma judicial, los impulsaron a «no abandonar la lucha». Tambien, parte de la concurrencia de anoche respondió, según admitieron, a la alta repercusión que alcanzó la investigación sobre la ruta del dinero K de Jorge Lanata, difundida el domingo pasado en su programa Periodismo para todos.

«Lo que más me molesta es la corrupción que hemos visto ahora, pero que sentimos desde hace rato. Me tiene cansado», reconoció Carlos María, de 58 años, un vecino que no quiso perderse ninguna de las tres convocatorias. En sintonía, se expresó Mario, de 44, acompañado por su hijo de tres años en brazos: «Vengo por los 40 años de corrupción en la Argentina. El reclamo es siempre el mismo».

Las cuadras que bordean la residencia presidencial, cuyo perímetro permaneció vallado desde las 18 en el marco de un fuerte operativo de seguridad policial, comenzaron a palpar la disconformidad de algunos sectores cerca de las 19.45. La masividad se dio un tiempo después, cuando grupos de hombres, mujeres, jóvenes y parejas colmaron la Avenida Maipú y sentaron sin demasiados preámbulos su posición.

Así lo hicieron Beba y Alberto, de 76 y 79 años respectivamente, quienes aunaron su reclamo y se animaron a promover una «Justicia independiente», envueltos en banderas argentinas y pancartas con leyendas afines. Enérgica, la mujer, que le prometió a su esposo participar asiduamente de las marchas «con tal de vivir en un país mejor», advirtió estar «harta de la dominación» ejercida por la cúpula del poder, y deslizó temer por el futuro con el que hoy se perfila la Argentina en el mundo: «No queremos ser Venezuela. Nos toman como un pueblo estúpido».

La concentración de los manifestantes avanzó con las horas sin desmanes, y registró un pico máximo de asistencia alrededor de las 20.30, luego de la llegada de cientos de ejecutivos y oficinistas que venían de un transitado microcentro porteño, otra de las zonas clave de la convocatoria diseminada en las redes sociales.

Con cacerolas, aplausos y silbidos, la gente buscó potenciar en distintas oportunidades la magnitud del reclamo, que no tardó en entremezclarse con los gritos de algunos participantes mientras trazaban con cánticos un paralelismo entre Cristina, la delincuencia y la corrupción: «Ladrona, ladrona, ladrona»; una mirada que incansablemente se expandió a lo largo de las ocho cuadras que acaparó este cacerolazo.

«Son varios los reclamos. No hay uno solo, unificado. Comparado con el anterior [el 8N], sí se ve que hay más gente que vino por el tema de la plata», reflexiono Agustín, de 18 años, junto con un grupo de amigos de la misma edad. «Vamos a seguir participando de los cacerolazos hasta que logremos cambiar algo», añadió esperanzado.

Para algunos, incluso, el 18A en Olivos representó el primer contacto con una modalidad de protesta generalizada que cuenta con un peso cada vez más sólido. Es el caso de Vanesa, de 33 años, quien decidió un día antes de la fecha prevista concurrir con su familia a las inmediaciones de la quinta presidencial. «Quería que mi hijo entendiera por qué estamos disconformes. Somos una familia de trabajadores y nos mantenemos así. Y hay gente que se roba la plata. No hay dinero para obras, pero sí para llevártela», cuestionó con dureza en coincidencia con el final de la jornada.

Pasadas las 21.30, los padres con chicos en edad escolar emprendieron la retirada. Lentamente, la protesta comenzaba a ceder en Zona Norte, aunque no así su finalidad última.
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