Entre el 5 y el 11 de marzo, dos jóvenes fueron ejecutados por efectivos policiales. A Gerardo Marchelli lo mataron de dos tiros por la espalda. En el auto tenía un cigarrillo de marihuana. Mauro Medina murió baleado mientras corría.
La novedad: el juzgado de Garantías en lo Penal N° 3 de San Martín convirtió en prisión preventiva la detención del subteniente Sergio Adrián Porcile por considerarlo autor del homicidio agravado de Gerardo Hernán Marchelli.
Lo usual: en el norte del Conurbano la Policía Bonaerense se muestra fácil para el gatillo.
El 5 de marzo, a las 15:20, en el cruce de Pelagio Luna con Alberdi, el agente Porcile –sin mediar circunstancias que autorizara su uso y actuando de manera abusiva, según lo probado– percutó dos veces su Browning 9 mm. El primer fogonazo en la nalga derecha tumbó a Marchelli. El restante entró por un costado de la espalda y lo desangró. La suerte de la víctima, que tenía 21 años, se decidió un rato antes, por lo que quedó en el cenicero del auto de un cigarro de marihuana.
El Renault Clio azul dobló en Bahía Blanca y aceleró. Porcile, vestido de civil y al volante de uno de los tres patrulleros de la Comisaría 2° de San Martín, lo vio sospechoso y convenció a sus dos compañeros de iniciar la persecución. No funcionaba la sirena, ni las luces ni la bocina. En Intendente Casares y Corrientes los policías se pegaron lo suficiente al paragolpes del Clio para persuadirlo de frenar.
Además de Marchelli, del auto bajaron otros dos jóvenes. El saldo de la requisa a los tres no llegó al gramo de marihuana, pero alcanzó para llevarlos detenidos con el pretexto de averiguar los antecedentes. Porcile decidió la estrategia del traslado: envió a dos al asiento trasero del patrullero y obligó a Marchelli a volver al Clio, pero esta vez con él al lado.
Ante el fiscal Rubén Moreno, el agente Alejandro Corti, que condujo el móvil hasta la seccional, declaró que vio de nuevo a Porcile cuando respondió al llamado del radio, que alertó sobre un herido de bala muy cerca de donde habían interceptado a los tres sospechosos. Su compañero estaba de pie, recordó, al lado del Clio azul incrustado en el palo de luz.
Después reconoció que el cuerpo despatarrado sobre el asfalto era el de Marchelli.
Porcile aceptó la autoría del crimen pero se justificó. Dijo que la víctima –con antecedentes pero sin pedido de captura– tuvo voluntad de chocar, que se aprovechó del golpe para abalanzarse sobre su pistola y que durante el forcejeo las balas se dispararon con fortuna para él.
A Porcile lo condenaron las pericias, y también los ojos de una mujer que cuidaba los hijos de alguien.
Desde la ventana de un tercer piso, la testigo precisó que después del estruendo se asomó y vio al joven correr y caer. Agregó que desde el interior de un auto estropeado salió un brazo armado que apuntó antes de abrir fuego.
MALOS HÁBITOS. Mauro Medina murió asustado. El 11 de marzo pasado, el joven de 21 años escapó con su camioneta cuando los agentes Walter Vera y Emmanuel Lopera trataron de interceptarlo en las calles de Loma Hermosa, en Tres de Febrero.
Mauro no escondía nada: no llevaba drogas ni estaba armado. Tampoco regresaba de cometer un asalto ni ocultaba a un secuestrado en el baúl.
Pero la noche le susurró que no confiara en los policías que lo perseguían en el móvil 11799, una de los vehículos del parque automotor de la Comisaría de Remedios de Escalada, administrada desde las sombras por Claudio «Cheto» Britez, también conocido como «El Orejón», uno de los oficiales más denunciados en la historia de la Bonaerense, que supo sobrevivir gracias a sus contactos políticos.
En la esquina de Ezeiza y Santiago del Estero, Mauro frenó la marcha y bajó de la camioneta. Quiso alejarse pero no pudo: recibió un tiro por la espalda mientras corría.
El sargento Lopera declararía más tarde: «Mi compañero se bajó, efectuó un disparo al piso pero el arma se le trabó y el «natalia» comenzó a correr. Yo me bajé del patrullero y efectué dos disparos. Luego subimos al móvil y vimos que estaba tirado en el suelo boca arriba.»
Lo que Lopera no supo explicar fue por qué le disparó a un joven desarmado, que tenía la documentación de la camioneta en la guantera y sólo intentó alejarse para no caer en una trampa. Ocurre que no son pocos los jóvenes que sufren atropellos de los agentes que trabajan en la jurisdicción policial que comprende la Jefatura Departamental San Martín.
Plantar un arma o un poco de droga para engrosar las estadísticas es el mal hábito que la fuerza no consigue extirpar de su rutina laboral.
Los familiares de Mauro confirmaron ante el fiscal de San Martín, Favio Cardigone, que el joven había corrido aterrado de los oficiales que pretendían identificarlo, porque le tenía mucho miedo a la policía. El chico no se equivocó al intentar huir para salvar su vida. Pero la prepotencia de los policías pudo más.
El fiscal consideró que en el crimen hubo un accionar excesivo de la fuerza policial. «Los disparos fueron efectuados cuando la víctima se alejaba del lugar, de espalda a los funcionarios, entendiendo con ello que el sargento Lopera se extralimitó en las atribuciones que legalmente posee», justificó Cardigone para solicitar la prisión preventiva del agente el 9 de abril.
Fuentes judiciales confirmaron a Tiempo Argentino que esta semana el juez hará lugar al pedido del fiscal.
Para la familia Medina, era, el compañero de Lopera, debe volver a ser detenido. Consideran que fue cómplice en el asesinato de Mauro.
«Él era un chico sano. Yo le decía «cuidate hijo, que es muy peligrosa la calle». No pensé nunca –dijo Gladys, la madre del muchacho– que un policía iba a matar a mi hijo.»
Fuente: Tiempo Argentino