No hubo milagro para la Selección en el torneo.
Un silbido, un aplauso. Argentina repasa las cuentas de su aventura en el Sudamericano. Y lo negativo absorbe su mundo contagiado de números con signos menos, de hechos para el olvido. No hubo milagro, sí pérdidas. Bolivia era la esperanza, la única, y esperanza se esfumó con el viento. El 5-1 de Paraguay terminó de enterrar el último hilo de fe nacional.
La culpa no fue de Bolivia, tampoco de Paraguay ni de Colombia o Chile. El destino de la Selección estuvo aferrado a los errores propios cometidos. Los chicos de Trobbiani no fueron confiables, el equipo no lo fue y sucedió lo que nadie esperaba ni por las tapas: mirar de afuera la definición de un torneo hecho en casa a la medida de una futura consagración. El recuerdo a tanta desgracia se pega a la Copa América 2010, aunque la diferencia fue que la Selección si avanzó de la primera ronda. Acá no sucedió, cuando había tres boletos a repartir entre cinco.
La crítica le apunta a la sien a la generación dorada del ’86, a aquellos campeones de México ’86 que siendo técnicos no dan pie con bola. Diego es el ejemplo. Hizo todo con los botines puestos, ganó lo que quiso; pero de saco y corbata la vio pasar. El éxito le fue tan esquivo como lo es hoy en día con el pobre del sincero Trobbiani: «el culpable soy yo», reflexionó. Es verdad. Si quien coordina no sabe ensamblar las piezas de un plantel repleto de figuritas deseadas en Europa, algo no camina.
No caminó Iturbe, se equivocó demasiado el «Wachiturro» Centurión; no encontró el gol Vietto y así sucesivamente. Quizás Alan Ruiz, autor del penal del 1 a 0 a Colombia, en el 3 a 2 de la amarga despedida, se va con un aprobado. Sin socios no hay paraíso, Alan. Y ni Ruiz ni Trobbiani los encontraron. Uno no supo ubicarlos en la cancha y el otro asociarse a ellos, porque estuvieron en falta. La pena invadirá al estadio vacío. Argentina no estará en las finales, tampoco en el Mundial de Turquía 2013.
¿Qué le pasa al fútbol doméstico? ¿Dónde está la gloria pasada? Se necesita de formadores, de conductores, de psicólogos, de profesionales con la sabiduría suficiente como para extirparle egos personales a los jóvenes del futuro y encolumnarlos a todos en la misma batalla. Un partido de fútbol se gana porque 11 hicieron lo suyo. Hasta Messi necesitó de sus amigos en la selección mayor, en el Sub 20 y en Barcelona.
Urge un cambio, un timonazo, una alegría. Porque los hinchas viven de eso, de la felicidad que otro cosecha por uno mismo en la cancha.