Una mujer de 69 años vivió momentos de terror a manos de un asaltante que sabía que ella había ido hasta el banco a cobrar la jubilación. La mujer no se había dado cuenta de la irrupción hasta que sintió que una cuerda la rodeaba el cuello. El agresor había llevado huesos para entretener a los perros.
Sus ojos hinchados develaban que había sido uno de los días más difíciles de su vida. Antonia (pidió que no se publicara su apellido) se levantó a las ocho, un poco más tarde de lo previsto. Debía cobrar la jubilación de ama de casa en el banco, y lo primero que pensó es que iba a tener que hacer una larga cola para percibir pocos pesos.
Regresó a su domicilio, en Bernabé Aráoz al 300, cerca de las 10. Puso el pasador en la puerta de entrada y se sintió aliviada: estaba en casa. Pero adentro un delincuente la esperaba. La sorprendió cuando caminaba hacia la cocina, la maniató y le robó el dinero.
Antonia recibió a LA GACETA rodeada de su familia. Todavía trataba de acostumbrarse a la soledad (su marido falleció hace dos meses), cuando este ataque la dejó con mayor incertidumbre. «Hoy pienso en vender esta casa y marcharme con alguna de mis hermanas», afirmó pausadamente.
La mujer de 69 años relató en detalle el asalto. Había dejado a sus tres perritos encerrados en la cocina. Iba a dejar la cartera en el sillón y a abrirles la puerta, cuando el ladrón salió de su habitación y la tomó por la espalda. «Ay, Dios», exclamó. «No me mires ni te des vuelta. ¡Dame la plata!», le espetó el ladrón.
Una cuerda rodeaba el cuello de la anciana. Sin dudarlo, le entregó el dinero que tenía en la riñonera. Pero el quería más; le parecían míseros los $700 que la mujer acababa de cobrar. No quería entender las explicaciones. «Es todo lo que tengo, soy jubilada», le dijo ella. Y el insistió. «Tenés que tener ahorros», le dijo.
Ya con la boca y los ojos vendados, el ladrón la llevó al dormitorio. Allí revisó todos los cajones y revolvió el placard. «¿Qué tenés ahí en el secreter?», le preguntó. No esperó la respuesta y sacó un par de aros y un reloj.
Los recuerdos del asalto se mezclaron desperdigados en el relato. El delincuente había atado las manos de la jubilada con un cable. «No salgás ni llamés a nadie por media hora, sino te voy a matar», la amenazó. La mujer le dijo que unos familiares estaban por llegar. «Entonces no te hagas la pícara o te van a encontrar muerta», reiteró la amenaza el hombre.
Y para demostrarle que no bromeaba, tomó las manos de la mujer y las llevó a su cuello. Antonia comprobó que eso frío y duro que le apretaba en el costado derecho era una pistola. Luego, la dejó tirada sobre la cama y escapó.
La anciana calculó que hubiera pasado el tiempo que le pidió el ladrón. No quería dejar su suerte al azar. Luego, llamó a vecinos, familiares y a la Policía. «¿Pueden creer que mi familia, que vive lejos, llegó antes que los policías?», preguntó Antonia.
La víctima cree que el delincuente ingresó por un sitio baldío que da al patio de su casa. «Reclamé muchas veces que hagan algo con ese lugar. Se viven juntando delincuentes», afirmó. El ladrón le rompió la reja de la puerta, por donde entró. Antonia está convencida que conocía los movimientos de la vivienda. «Había unos huesos tirados en el patio. Los trajo para distraer a los perros», comentó.
Además, la anciana contó que desde hace dos semanas recibe llamadas extrañas a su casa. «Llaman y cortan, o preguntan por otras familias», afirmó
La casa tiene rejas en las puertas. Unas semanas atrás, vecinas sorprendieron a un ladrón que intentaba romper las verjas de le ventana de adelante. Las mujeres comenzaron a gritar y el delincuente huyó, dejando sus zapatillas en el jardín.
Desde entonces, Antonia extremó las medidas de precaución. Rejas en ambas puertas y una pared que reemplazó a un portón de madera en el garaje parecían suficiente para sentirse segura en casa. Pero una vez más, la habilidad de los delincuentes fue superior, y una víctima inocente lo sufrió.
Fuente: La Gaceta