Como todo reconocimiento que finalmente llega después de una larga serie de reveses y frustraciones, el Emmy logrado anteanoche por CQC en Nueva York es, en principio, un premio a la perseverancia. Lejos de responder a los méritos de alguna instancia particular (nombre, sección, informe), estamos frente a un galardón que respalda toda una trayectoria.
Las nominaciones al Emmy comprenden, en el caso de CQC , más de la mitad del tiempo que el programa lleva en el aire. Nada menos que nueve en quince temporadas, expuestas (sobre todo las últimas) a varios cambios de nombres, secciones y hasta enfoques. Lo que se impuso en este caso es la continuidad de un estilo, que además exhibe como valor agregado su condición de eficaz producto exportable.
Sería igualmente erróneo, al mismo tiempo, tomar al pie de la letra el dato de que CQC obtuvo el equivalente televisivo de un Oscar dentro de una categoría de ribetes a primera vista tan ambiguos como «entretenimiento sin guión». Ese confuso calificativo no parece otra cosa que la continuidad internacional del equívoco que tantas veces incomodó a Mario Pergolini en las vísperas de cada entrega de los Martín Fierro. ¿ CQC es un programa periodístico o humorístico? ¿Podía compartir una terna con Hora clave , por ejemplo?
Siempre fue dificultoso ubicar a CQC en algún género televisivo más o menos reconocido. Y mucho más -siguiendo la lógica de las nominaciones al Emmy- cuando el programa ahora ganador sustituye en buena medida al guión con su as de espadas, ese extraordinario trabajo de montaje y posproducción que funciona al mismo tiempo como alma, esencia, fundamento y materia prima de su puesta en escena y línea editorial.
* * *
Todos los cambios y continuidades de CQC se explican a partir de esta subordinación a las posibilidades creativas que en la mesa de edición ejecuta el equipo comandado por Cune Molinero, verdadero factótum del estilo del ciclo. Es lo que permanece frente a las sucesivas variaciones de la fórmula satírica con la que CQC interpela y aborda la actualidad, que va desde el juego irreverente sin distinción de destinatarios de sus primeros años hasta la visible complacencia que los hombres de negro encontraron en lo más alto del poder durante casi toda la etapa kirchnerista.
La preocupación del programa por denunciar la inacción de los poderes públicos frente a hechos que provocan un visible deterioro de la calidad de vida ciudadana (la sección «¡Proteste Ya!») responde a las mismas oscilaciones: esa mordacidad tan rendidora a la que se recurrió en un principio para dejar en evidencia hechos ilícitos quedó con el tiempo convertida en desubicada parodia, al llevar al extremo el uso de disfraces y mofas. Cuanto más avanza la caricatura, menos funciona la denuncia.
Con esos claroscuros se define la identidad de CQC , dueño desde anteanoche de uno de los premios más importantes que logró en los últimos tiempos la televisión argentina.
Fuente: La Nación