Cada hora que pasa aumenta el pesimismo sobre la posibilidad de hallar con vida a los 29 mineros atrapados desde el pasado viernes en una explotación de carbón en Nueva Zelanda, aunque cada pequeño indicio positivo hace que renazcan las esperanzas. El desánimo es cada vez más visible en los rostros de los familiares que esperan un milagro como el de los 33 trabajadores rescatados hace un mes sanos y salvos en Chile.
La última decepción se ha producido esta madrugada, al romperse el robot que intenta abrir un túnel hasta donde se encuentran los sepultados, después de que la excavación tuviera que ser suspendida temporalmente por la presencia de formaciones de roca pesada, que hacen muy difícil el avance. El agujero abierto por la máquina, que se ha quedado parada a un kilómetro de su objetivo, será utilizado para tomar mediciones de aire y para introducir una cámara y analizar las señales de dispositivos en el interior de la explotación. Los mineros están a solo 150 metros de la superficie, pero a 2,5 kilómetros de la entrada de la mina, bajo un túnel que pasa por debajo de la cordillera de Paparoa que se hundió de manera horizontal, y no vertical como sucedió hace un mes en Chile.
Las autoridades neocelandesas han admitido la posibilidad de que los hombres no puedan ser rescatados y no logren sobrevivir. Hasta ahora ha sido imposible contactar con ellos, y los expertos temen que se puedan producir nuevas explosiones por la acumulación de gases inflamables, lo que frena continuamente los planes de salvamento.
«Nos estamos preparando para todos los escenarios, y como parte de este proceso, también para una posible pérdida de vidas», indicó ayer a los medios locales Gary Knowles, responsable policial de los equipos de rescate. Se baraja incluso que los trabajadores puedan haber fallecido tras la explosión, al extenderse una bola de fuego por todas las galerías. La operación de salvamento depende ahora del descenso a la mina de un robot del Ejército, aunque preocupa que el cuerpo metálico provisto de una cámara de vídeo pueda encender una chispa y provocar nuevas deflagraciones.
Pese a los obstáculos, muchos se resisten a darse por vencidos. Entre ellos se cuenta el primer ministro del país, John Key, que ayer visitó la mina y aseguró que tenía la firme esperanza de que los 29 trabajadores siguieran con vida. «La información que tengo es que hay oxígeno en la mina y que hay muchas posibilidades de que los mineros hayan conseguido llegar a esa bolsa de oxígeno y, por tanto, que estén vivos», ha dicho en declaraciones recogidas por la cadena británica BBC.
Los expertos opinan que es posible que los mineros no hayan muerto, pero que no se debe esperar mucho más para ir a rescatarles, algo que no sucederá hasta que mejore significativamente la calidad del aire. «Tenemos que seguir analizando el gas para saber cuándo será posible entrar. Sabemos que las familias y amigos de estos hombres están ansiosos por que salgan con vida, y estamos haciendo todo lo que está en nuestras manos para cumplir ese objetivo», ha señalado el jefe de la unidad de respuesta rápida de la policía, Kevin Powell.
«Todo el mundo está frustrado, todo el mundo está enfadado, todo el mundo está dolido», aseguró a Reuters el padre de uno de los trabajadores atrapados, de 21 años, quien añadió: «Tenemos fe de que van a salir». El domingo, uno los dos supervivientes, que tiene un hermano entre los atrapados, reconoció que ve cada vez más difícil que sus compañeros puedan correr su misma suerte.
El consejero delegado de Pike River, Peter Whittall, ha admitido que desconoce si sus empleados tienen aire y reconoce que, en cualquier caso, deben estar muy incómodos porque el sistema de ventilación continúa averiado.
Fuente: El País