Perdieron los dos

Que el agónico empate de Erviti no confunda: Boca volvió a jugar mal. Y River no supo manejar un resultado que se le abrió con la ayuda de Orion. Pobre fútbol…

No es justo. ¿El resultado? No, eso es lo de menos, más allá de la euforia del Mundo Boca y la depresión del Mundo River por el empate. Lo que no es justo es que los dos equipos más importantes del fútbol argentino no puedan brindar un espectáculo decente. Se sabía, tal vez como nunca antes, que la actualidad de ambos podía presagiar un partido austero, amarrete, atado al temor que más paraliza, que es el de la derrota. Pero ambos, al margen de las emociones por los goles (sobre todo por el agónico e inesperado de Erviti), elevaron aún más la vara del mal gusto…

River jugó a tirársela a Mora. Al uruguayo le llegaban pases largos, pelotazos, teledirigidos y él tenía que ingeniárselas para soportar los topetazos de Schiavi y, en soledad, hacer lo que casi nadie hacía: tratar de jugar. Al menos, el delantero que empezó a recibir trato de ídolo, encontró en Ponzio un ladero con buenas intenciones. Ponzio es el conductor de River, el que elige por dónde hay que ir, tenga o no la pelota. El tema es que su equipo necesitaría contar con varios Ponzios…

Boca, como desde hace un tiempo, jugó a esperar la segunda pelota después de que Silva o Viatri se fajaran con los centrales rivales. Escasos movimientos colectivos para atacar y ocupar los espacios; poca predisposición de los laterales para romper sin pelota; ningún pase entre líneas… Sánchez Miño, una de las apariciones más saludables, que tiene el botín apto para el toque constructivo, por momentos quedó reducido a ser un simple tirador de centros (sin éxito). La obstinación por mandar un bochazo al área, incluso desde la mitad de la cancha en cualquier pelota parada, lo define a Boca como equipo.

El gol de Ponzio, con la inestimable colaboración de Orion, expuso las carencias de Boca en la búsqueda. Y también potenció la idea que se instaló en River después del 4-0 a Arsenal: se siente mucho más cómodo de mitad de cancha hacia atrás. Sin embargo, la necesidad empujó a Falcioni a ser más audaz y, al mismo tiempo, la falta de carácter lo llevó a River a ser más cauteloso. Lo raro fue que Boca, pese a los tres delanteros, no resultó más agresivo. Se plantó en campo contrario, aunque la tenencia no significó profundidad. Y River, en cambio, comenzó a trastabillar y, por ende, a ser más inseguro (increíble penal de González Pirez que devolvió al partido a Boca).

El nivel técnico fue tan bajo que a Trezeguet, un primera clase que debe estar en el taller, le alcanzó para dar el penúltimo pase del golazo de Mora. Quieto, a destiempo, lo del francés pareció más un gusto personal que un aporte a sus compañeros. Cuesta entender, entonces, la decisión de Almeyda de sacar a Mora y dejar a David cuando iban 2-1.

Por el gol salvador de Erviti (había jugado mal tanto por derecha como más adelante), por el chancho inflable, por las dos feas lesiones en los primeros 13 minutos, por el cambio de Almeyda, por las caras de Falcioni, por la chambonada de Orion, por los movimientos palermeanos de Trezeguet (muy lento), por ser el último de Schiavi, por ser el primero después de la vuelta de River… En fin, este superclásico podrá ser recordado por varias cosas, menos por su fútbol.

No hay mayor emoción que jugar bien. El mayor pecado es no intentarlo…

Fuente: Olè