BUENOS AIRES — Si Caruso Lombardi fue contratado por San Lorenzo al influjo del pensamiento mágico (un talismán contra el descenso), sería lógico que continuara al frente del plantel, habida cuenta de que el equipo aún sigue comprometido con el promedio y urgido de conseguir puntos que lo oxigenen.
Pero claro, cambió la dirigencia. Matías Lammens, joven con aires de empresario moderno, parece menos permeable a esta clase de supersticiones y, a pesar de que hasta hace unos días hablaba de Caruso como un DT competente a quien le respetarían el contrato, recibió con beneplácito su renuncia.
Luego de algunos desacuerdos con la forma de pago, la desvinculación se produjo (Marcelo Tinelli, gran patrón en las sombras, mantuvo una higiénica distancia en todo el entuerto) y se ungió al sucesor.
Para sorpresa de muchos, el elegido fue Juan Antonio Pizzi, de nula identificación con el club y algunos antecedentes de mérito en Chile y a cargo de Rosario Central, club con el que peleó el ascenso en la temporada pasada de la B Nacional.
¿Por qué Pizzi? Nadie lo sabe porque nadie lo ha explicado. Da para creer que es una alternativa que surge de la convicción, porque su nombre sonó de inmediato al conocerse de la deserción de Caruso.
Pero también se dice (no son meras versiones periodísticas) que la longevidad de Pizzi en el cargo está atada no sólo a los puntos que pueda facturar en esta emergencia, sino a que se encuentre disponible Jorge Sampaoli, entrenador de la Universidad de Chile, país futbolístico por el que las nuevas autoridad de San Lorenzo tienen una especial debilidad.
Sampaoli, entrenador de linaje bielcista según puede verse en sus pretensiones tácticas (que le han dado un éxito resonante y trascendencia internacional), hizo saber que hasta fin de año seguirá en el club que lo ha empleado y que de allí en más no puede aventurar pronósticos.
Caruso era resistido por ser un técnico de trinchera, precisamente la razón por la que se lo convocó. El equipo jugaba bastante feo, es cierto, pero la misión trazada en su horizonte no era la de fundar una academia. Pues bien, las cosas estaban claras.
Plantearse un porvenir más ambicioso suena razonable. Pero la llegada de Pizzi no sólo obedece a motivos de difícil comprensión (los responsables de su contratación hasta ahora no los han revelado), sino que su gestión, desde el vamos, parece signada por la fugacidad de lo provisorio.
Más allá del talento de Pizzi, que no es lo que aquí se discute, la movida no permite entusiasmarse, sencillamente porque se apoya en la consabida lógica de apagar un incendio. Se modifica un apellido pero no la exigencia: obtener puntos a cómo dé lugar.
Que la conducta de Pizzi (serio, moderado, reticente al escándalo) transcurra en el polo opuesto a la de Caruso no es una transformación sino maquillaje.
Acaso la luz de esperanza para los fieles de San Lorenzo resida en el nombramiento de Bernardo Romeo como manager.
Se deduce que los dirigentes saben que el cambio (de resultados, de lenguaje futbolístico, de proyecto) depende de una planificación específica.
No hay otro modo de torcer el destino, de salir de pobres. Los nombres salvadores sólo funcionan en la Biblia.
Fuente: Espn