Recuerdos de Evita y su obra

Israel remarca todos sus pasos de una forma efusiva, apasionada. “Mirá esto de acá. Y este detalle de la garganta, ¿lo viste?”. Ese detalle que muestra un joven de la agrupación “Cultura Vallese”, con un mameluco emparchado encima, es la parte de una vieja máquina de escribir. Una máquina rota. “Es fuerte, ¿no?”, dice en voz baja mientras mira la escultura de hierro que diseñó junto a sus compañeros. La que está inmortalizada en la obra de arte es Evita, en tamaño real, con particularidades asombrosas entre metales retorcidos. Una de ellas, la máquina de escribir a la altura de sus cuerdas vocales. “De ahí salía su discurso potente, con firmeza”, explica.

En el 60º aniversario de la muerte de Eva Duarte, gran parte de la Legislatura porteña volvió a ser suya, como cuando manejaba su Fundación de asistencia social. Lo hizo desde allí entre 1946 y 1952, hasta poco antes de perder la batalla contra el cáncer de cuello de útero. En ese lugar funcionaba la sede de la Secretaría de Trabajo y Previsión que fue testigo del ascenso de Perón y luego de la obra de Evita. El Palacio Legislativo se vistió para homenajearla desde el lunes hasta hoy. Cuatro días de cultura y arte en su máxima expresión, con muestras de fotos, documentales, charlas, orquestas, desfiles y teatro. La gente pudo, además, deslumbrarse con los rincones del Palacio como el Salón Dorado, con ese estilo tan Versalles. Sin embargo, los sectores en los cuales Evita dejó huella fueron la atracción.

“¿Acá venían los más pobres?”, fue la pregunta de una chica de no más de 13 años a un guía antes de ingresar al despacho personal de quien fuera la primera dama. Allí se conserva su escritorio, los sillones carcomidos por los años y una agenda ajetreada dentro de un cristal. “Atiendo mi trabajo en el mismo despacho que tuvo el Coronel Perón desde 1943 a 1945 (…) Fui a la Secretaría de Trabajo y Previsión porque en ella podía encontrarme más fácilmente con el pueblo y con sus problemas; porque el Ministro de Trabajo y Previsión es un obrero, y con él Evita se entiende francamente y sin rodeos burocráticos”, escribió (o dictó) en su libro autobiográfico, La razón de mi vida, de 1951. Pero la promotora del voto femenino, se dice, también recibía obreros o sindicalistas en el Salón Dorado, por eso mismo en habitaciones contiguas funcionaba su vestidor, que fue restaurado recientemente, y también exhibido durante estos días. Resaltan los mármoles italianos y detalles conservados como hasta un radiador del sistema de calefacción de los años 20.

A metros de allí, el Hall de Honor fue el escenario elegido para provocar sensaciones ambiguas, de un frío sin relación con el invierno: hubo música en vivo cada 2 horas (orquesta Rascacielos, trío Bonfiglio-Otero-Rodríguez, y trío de Belmonte) en el mismo espacio que vio despedirse a Evita durante un largo velorio de 13 días (luego fue trasladada al Congreso), con una manifestación popular inigualable.

Todo el recorrido para homenajearla estuvo acompañado por 90 gigantografías -muchas del fotógrafo Pinélides Fusco- para descubrir a Evita cuando sólo era “Cholita”, para interpretar los sueños de la adolescente con ganas de triunfar como actriz, para conocerla con su belleza espontánea de entrecasa o para verla mezclada entre gremialistas y descamisados.

Fuente: La Razón