Dilma Rousseff será la presidente de un país global, con un peso relevante en el escenario mundial y con la misión de constituirse en uno de los motores de la demanda mundial frente a la notoria debilidad de las grandes potencias.
Las elecciones presidenciales en Brasil dejaron un extraño sabor para la nueva presidenta, Dilma Rousseff. Si bien es cierto que logró superar al candidato opositor por una holgada diferencia en el balotaje, la realidad es que previamente nada hacia suponer una segunda vuelta para definir los comicios, sobre todo cuando la candidata oficialista contaba con el padrinazgo de Lula da Silva, quien completó su mandato con una imagen positiva superior al 80%.
A partir de ahora deberá demostrar al pueblo que la eligió sus principales armas para llevar adelante un país que aún tiene algunas deudas por saldar. Según un estudio local, las principales demandas de la población brasileña para el próximo gobierno estarán asentadas en la necesidad de mejorar el sistema de Salud, Educación, Empleo y Seguridad.
Durante el mandato de Lula se produjo una importante reducción de la pobreza y la indigencia, y hubo una gran expansión de la clase media, lo que permitió impulsar fuertemente el consumo interno. Sin embargo, todavía queda mucho por hacer para reducir la desigualdad y mejorar las condiciones sociales.
La nueva administración cuenta con mejores herramientas para hacer frente a los desafíos que asoman en el horizonte, pero el futuro exige resolver una ecuación complicada, que implicará dar respuestas contundentes tanto hacia el interior del país, como hacia afuera. La población espera mejores condiciones de trabajo y de vida en general. Las expectativas desde el exterior por su parte están centradas en que Brasil siga creciendo con fuerza, traccione la demanda mundial y continúe consolidando su institucionalidad y las reformas estructurales.
Por lo tanto Dilma deberá afrontar un escenario muy diferente al que le tocó asumir a Lula en su momento. Será la presidente de un país global, con un peso relevante en el escenario mundial y con la no poco significativa función de constituirse en uno de los motores de la demanda mundial frente a la notoria debilidad de las economías tradicionales.
Estas diferencias constituyen ventajas y desventajas para el nuevo gobierno. Del lado de las ventajas, la opinión de Brasil es muy escuchada en el mundo, y el relacionamiento con las grandes potencias se dará desde un pie de igualdad. A su vez, interiormente, la estructura productiva brasileña es hoy más compleja y avanzada y sólo necesita encarar la etapa final de su desarrollo, que implica insertarse completamente en el mercado mundial de bienes y servicios.
Entre los principales desafíos que deberán ser afrontados está el de lograr que la competitividad no se vea seriamente resentida por el súper real, afectando a la producción industrial, el empleo y el saldo de la balanza comercial.
Dilma tendrá entonces la dura tarea de lidiar con una más que probable burbuja financiera, producto de los atractivos rendimientos que ofrecen los activos locales. Será fundamental para la continuidad de la gestión económica de los últimos años el tratamiento de una problemática creciente cómo la especulación financiera, la cual podría amenazar el crecimiento de la economía real.
Por último, de aquí en adelante será una condición indispensable evitar que los reclamos sindicales por mejoras en las condiciones laborales e incrementos de los niveles salariales contribuyan a reducir aún más la competitividad del sector industrial, en un momento en que las necesidades son hacia una apertura y una internalización mayor de la producción local. Habrá que ver su Rousseff tendrá la misma capacidad de manejo en estos asuntos.
Fuente: www-agenciacna.com